EN LAS NUBES. Del despiporre intelectual 10 (diez)

Carlos Ravelo Galindo, afirma:

Un preámbulo de don Domingo Beltrán desde Iguala, Guerrero, que agradecemos.

“Buen día gran señor.

Chulada de aciertos, la amistad teje la plataforma de nuestra juventud acumulada y la gentileza ilumina nuestros senderos diarios……un abrazo solidario”

Y a lo nuestro.

José Joaquín Fernández de Lizardi, el pensador mexicano, escritor satírico que proliferó en el primer tercio de la centuria pasada, es considerado unánimemente como el fundador de la novela (satírica) mexicana y el más popular de todos los que han practicado desde entonces el peculiar cuanto difícil género literario.

Su obra más divulgada. El Periquillo Sarmiento, constituyó durante el siglo pasado y posiblemente hasta nuestros días (en los que Pito Pérez, el acierto más feliz de José Rubén Romero puede competir con ella) el prototipo mexicano de la novela picaresca.

Marcelino Menéndez y Pelayo lo calificó como periodista revolucionario, hombre de ideas radicales y heterodoxas, cuando éstas eran rarísimas en México y extraordinariamente tenaz en divulgarlas.

En el renglón estética, sin embargo, el polígrafo español lo sitúa como ingenioso, aunque chabacano escritor, cuya importancia es más bien histórica y social que propiamente literaria.

Más justo en sus apreciaciones fue Ignacio Manuel Altamirano al opinar que Lizardi, con el Periquillo Sarmiento, se adelantó a Eugenio Sue en el estudio de los misterios sociales, y que, profundo y sagaz observador, aunque no dotado de una institución adelantada, penetró con su héroe a todas partes para examinar las virtudes y los vicios de la sociedad mexicana, y para pintarla como era ella a principios de éste siglo, en un cuadro palpitante, lleno de verdad y completo, al grado de tener pocos que lo igualen.

Del humorismo de Fernández de Lizardi son las dos muestras siguientes:

El que se mete a hacer lo que no entiende, acertará una vez, como el burro que tocó la flauta por casualidad; pero las más ocasiones echará a perder todo lo que haga, como le sucedía a mi maestro en ése particular, que donde había que poner dos puntos, ponía coma; en donde éste tenía lugar, la omitía y donde debía poner dos puntos, solía poner punto final: razón clara para conocer desde luego que erraba cuanto escribía; y no hubiera sido lo peor que solo hubieran resultado disparates ridículos de su maldita puntuación; pero algunas veces salían unas blasfemias escandalosas.

Tenía una hermosa imagen de la Concepción, y le puso al pie una redondilla que desde luego debía decir así:

Pues del Padre Celestial

Fue María la Hija querida,

¿No había de ser concebida

sin pecado original?

Pero el infeliz hombre erró de medio a media la colocación de los caracteres ortográficos, según que lo tenía de costumbre, y escribió un desafío endemoniado y digno de una mordaza, si lo hubiere hecho con la más leve advertencia, porque puso:

¿Pues del Padre celestial

fue María la hija querida?

No, había de ser concebida

sin pecado original.

Decir haz esto porque quiero, porque el otro conozca la injusticia de lo mandado, es una tiranía insufrible, pero muy antigua en el mundo. Juvenal nos refiere de aquella mujer que pedía a su marido que crucificara a un criado inocente, sin más razón que su voluntad.

Esto es intolerable, y menos entre cristianos.

Oiga usted una decimita que en cierta vez escribí al mismo asunto:

Un señor una ocasión

A un criado suyo reñía,

Y si éste le respondía,

Le decía el amo: chitón,

Chitón o de un mojicón

Te dejaré sin sentido.

Callaba el criado aturdido

Sobrándole que decir;

Porque éste modo de argüir

¿a quién no deja concluido?

Entre los grandes escritores políticos del siglo XIX, cuenta en primera fila Ignacio Ramírez, El Nigromante quien combatió por igual a la clericalla reaccionaria, a los oportunistas del liberalismo y a los detractores de la Reforma.

Polemista temible fulminó a los enemigos con elocuencia insuperable, a tal grado que el brillante tribuno español Emilio Castelar reconoció públicamente su derrota en la contienda ideológica que sostuvieron ambos.

Un buen número de escritores y periodistas mercenarios de aquella época, usaron contra él la diatriba y la calumnia armas deleznables que nunca llegaron a alcanzarlo.

El siguiente es un ejemplo de la estima en que El Nigromante tenía en sus adversarios:

Cuando un mastín forastero

cruza por una ciudad

gozques de la vecindad

le van a oler el trasero.

El mastín, grave y mohíno,

ve la turba que babea,

alza la pata, los mea

y prosigue su camino.

Nacido en 1838, el poeta zacatecano Luis G. Ledezma sembró el último tercio del siglo pasado y el primer cuarto del actual con centenares de epigramas, retruécanos y toda clase de ingeniosas alteraciones idiomáticas que el pueblo repetía regocijadamente.

Su conocimiento del idioma, adquirido mediante un reiterado ejercicio poético, lo llevó a convertirse en un formidable calamburista, en un desenfadado artífice del impudor literario. La malicia del mexicano en el aspecto erótico-sexual (caracterizado algunas veces por sublimidades freudianas), encontró así en Ledezma a su más fiel intérprete.

Rubén M Campos, espigador impar del folklore literario de México, dice él:

El arte de Ledezma consistía en vertebrar frases alternadas que aparentemente

eran de una inocencia infantil, pero que escuchada por oídos malos significaban

dicterios que hacían desternillar de risa o sublevaban como un fuetazo.

En 1923, año de la muerte de Luis G. Ledezma, su legado humorístico permanecía inédito (todavía hasta la fecha nadie se ha interesado en inventariarlo siquiera, que sepamos), y solamente algunos de sus amigos, como el mencionado Rubén M Campos, nos han obsequiado con ejemplos estupendos:

Un conocido yesero

dos Cupidillos vació

y a dos chicas los vendió

para adornar un ropero.

El papá negó el dinero

porque en el recibo dice:

“Pagan las niñas Eunice

y la Guadalupita Mata

un par de pesos de plata

por dos niños que les hice”.