Teresa Vázquez Mata. Herencia mexica

 

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Su libro Entre vidas (selección de cuentos publicado por Ediciones Mastodonte, en CDMX) explora los dilemas del ser humano a través de cada uno de los personajes que habitan sus historias.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró y, recientemente, fue incluida en la Antología del III Concurso Nacional e Internacional de Relatos Breves, a que convoca el Ático, en Israel. Hoy, a Tere, escribir se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

HERENCIA MEXICA

 

No sé si hoy en día sea políticamente incorrecto afirmar, en público, que puedo contar con los dedos de mi mano las veces que he usado el metro. Tuve la enorme suerte de nacer hija de un amante del automovilismo y, pues sí, en sentido figurado: nací en auto. No quiere decir que le tenga fobia al metro. De hecho, en días pasados me invitaron a una charla en el Templo Mayor (uno de mis grandes amores) y, para evitar lo caótico de circular por el bellísimo centro Histórico, decidí usar ese tan útil medio de transporte.

La única línea que conozco es la 1, porque está cerca de mi oficina y ya sé que va a dar a donde me interesa:  Bellas Artes y el Zócalo. También sé que la comenzaron a construir en 1967, los que sí sabían de ingeniería, cuyas magnas obras tienen décadas funcionando y no se andan cayendo. Las presas de aquellos expertos no se filtran, los puentes no se colapsan y las carreteras tienen trazos correctos (aplauso de pie para esos Ingenieros Civiles Asociados).

La primera línea del Sistema de Transporte Colectivo Metro, fue inaugurada con gran ceremonia en 1969 y el genial cronista Chava Flores hasta le compuso una canción en la que refleja su experiencia por las diferentes estaciones; entonces yo, aquel día, no tenía temor de bajarme en la incorrecta, porque repetía en mi mente:

Adiós mi linda Tacuba,

ya pasamos por Cuitláhuac,

ya pasamos por Popotla y el Colegio Militar;

ya me estoy arrepintiendo no haber hecho de las aguas;

si me sigue esta nostalgia

yo me bajo en la Normal.

Iba feliz, durante el trayecto, para minutos después emerger de las entrañas de la Gran Tenochtitlán y toparme con la imponente Catedral Metropolitana. De la emoción, empezó la taquicardia en consonancia con los tambores y el atecocolli (caracol) de los concheros… Metros adelante, frente al majestuoso Templo Mayor, ya estaba lista para reunirme con el grupo y tener un encuentro cercano con Tláloc y Huitzilopochtli: deidades de la lluvia y de la guerra, respectivamente.

El expositor era ameno y entusiasta, ávido de transmitir sus conocimientos. Y como en todo conglomerado de personas, hubo indiferentes, quejosos y hasta ─de plano─ descorteses (irrespetuosos); pero venturosamente, también asistimos los apasionados, interesados en aprender, los cultos y atentos que aderezaban la plática con aportaciones valiosas.

¿Han visitado el centro de la Ciudad de México? En realidad, en el centro de casi cualquier ciudad de la República Mexicana, está viva la historia. ¿Se han detenido unos minutos frente a alguno de sus edificios? Nuestra cultura es hermosa y riquísima. El sincretismo nos hace únicos. Aceptar y abrazar que somos la mezcla de dos mundos: urge; en lugar de luchar por alejarnos de las raíces indígenas y sentirnos más peninsulares. Pudiéramos aprovechar lo mejor de cada cultura. Dicen que “conocer es amar”. Entonces, conozcamos y amemos más a nuestra patria, hablemos bien de ella y hagamos lo que nos corresponda para enaltecerla.

¿Acaso alguno de ustedes va diciéndole al resto de los transeúntes con que se topan, en la calle, que dejó su casa toda tirada al salir, que ha acumulado basura durante meses y que tiene ratas? No, ¿verdad? ¿Por qué, entonces, ninguneamos tanto a nuestro país? Nos denigramos con tristes comentarios como “típico de México”, “teníamos que ser mexicanos”, “eso solo pasa en México”: siempre, para referirnos a algo negativo.  ¿Y si empezáramos por nosotros mismos, corrigiendo lo que no nos gusta y evitando las conductas que señalamos en otros? ¿Qué tal que muchos lo hacemos y, así, nos dignificamos todos?

Nuestra nación cuenta con los que la amamos y trabajamos por ella, con los que la conocemos y la presumimos orgullosos. Y no quiere decir que estemos ciegos frente a los problemas que, sin duda, padecemos; pero en lugar de resignarnos a que «las cosas así son»: mejor, desde nuestro rinconcito, actuemos haciendo lo contrario.

Justo a la salida de la charla ─y no sé ni cómo sucedió─ me encontré conversando con tres chicos ejemplares. Cada uno con un cúmulo de conocimientos impresionante. Jóvenes que hacen todo lo posible para mostrar la cultura, lenguas y tradiciones de nuestro país:

Javier, el más chico (que incluso comentó cómo sufre burlas de sus compañeros de la preparatoria), no se arrenda y tiene grandes planes para su futuro. Quiere ser arqueólogo e investigador y sin duda lo conseguirá.

Daniel es abogado fiscalista y ahora estudia una segunda carrera. Escuchándolo, pensé que era catedrático de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.

«Milenario», nutriólogo de profesión, se identifica así mismo como mexica. Es creador de contenido para redes y enfocado en dar a conocer el esplendor de nuestro país hasta creó su propio personaje. Ataviado con su máscara de luchador y un físico muy trabajado, se acerca más a los jóvenes y los contagia con sus saberes.

¡Qué fortuna haberlos conocido! Con personas así de ejemplares, no todo está perdido. Son el contrapeso frente al desprecio a nuestros orígenes. ¿Acaso ser de un lugar o de otro nos da más «puntos» o más «valía»?  El cómo tratamos a los demás, es lo que nos hace ruines o grandes personas.

¿Aún no logro convencerlos?

Vean un documental del History Channel, lean un libro, aunque sea pequeño. Qué tal que en uno de esos viajes al pasado (cinematográfico o literario) conocen más de la historia precolombina y terminan por amar la tierra en la que les tocó nacer. Así, comprenderán esta frase que muchos historiadores le atribuyen a uno de los antiguos tlatuanis mexicas:

En tanto que permanezca el mundo, no acabará la fama, cultura y gloria de la gran México─Tenochtitlán. La mexicanidad nunca acabará.