María de los Ángeles García Villegas. Conociendo a Memo

María de los Ángeles García Villegas. Si alguien disfruta escribir es María de los Ángeles. Lo ha hecho toda la vida de manera autodidacta y hoy, aplicando las técnicas narrativas aprehendidas en el Taller de Escritura Creativa Miró, se siente más segura y busca concretar esos sueños que no creyó compartir con el mundo.

Junto a su maestro, Miguel Barroso Hernández, esta talentosa mujer veracruzana narra las historias que vivió, convirtiéndose en cronista del Veracruz que algunos han olvidado. Al leer sus textos, puede pasarnos como con esos autores que nos dan ganas de salir corriendo a buscarlos y abrazarlos; porque María, más allá de dar explicaciones: muestra.

 

Conociendo a Memo

 

Sin amor, la vida carece de sentido. Con amor podemos percibir la vida de manera diferente…

Eso, precisamente, pasaba con la madre de Memo. Había enviudado, hacía ya algún tiempo, quedando sola con sus cuatro hijos. Memo era el mayor, estaba enfermo; pero ella lo amaba por encima de todo.

Vivíamos en un patio de vecindad, cada familia en su cuartito. Cerca del zaguán había un tanque con agua y una hilera de lavaderos. Las mujeres lavaban, mientras sus chiquillos correteaban por todo el patio.

Aquella tarde, Carolina entró gritando:

-¡Ahí viene el loco! ¡Corran, corran, ahí viene!

En medio del alboroto, venía de la calle y me encontré de frente con él.

-¡Hola Memo! No asustes a los niños, no seas malo.

-Yo no les hago nada. Son ellos los que no me quieren. ¡Me dicen loco!

-¡Te conocen! Los metes al tanque con agua a riesgo de ahogarlos… –y previendo que no le fueran a tirar piedras, para ahuyentarlo, agregué– Ven, te acompaño a tu cuarto.

En realidad, era un muchacho tranquilo con alma de niño. Quizás, solo quería jugar…

Ese día, platicando con su madre, entendí que el amor supera todo lo demás.

Memo había tenido problemas al nacer…

-Por eso es, como es… –dijo la mamá sin poder evitar las lágrimas– Nadie lo comprende, pero tiene un corazón noble y nunca le haría daño a nadie.

La abracé, fuertemente, y le sonreí a Memo que parecía no comprender cuánto lo amaban.

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