Martha Elba Castelán Cuspinera. La mirada del colibrí I

 

Martha Elba Castelán Cuspinera. Desde el Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por Miguel Barroso Hernández, en Veracruz; Martha Elba escribe fragmentos de una historia que, por instantes, la toca muy de cerca. De manera sencilla, pero certera, habla del amor, de la familia y de tristezas que a la larga se transforman en felicidad. Con la pasión de quienes, a través de la literatura, abrazan al mundo; Martha nos invita a reflexionar. El crecimiento de esas mujeres que han tomado las riendas de su vida, está presente en cada uno de sus textos.

 

La mirada del colibrí I

 

Las reuniones con la familia de mi mamá resultaban apoteósicas. La celebración del año nuevo, era una fecha muy esperada. ¿Te imaginas reunir alrededor de 70 personas en una casa? Teníamos que sacar los muebles de sala y comedor para recibir a tal multitud.

La comida la preparaban las tías. En el menú, no podía faltar la tradicional sopa de sesos con mollejas y papas, un pavo relleno de picadillo en vino blanco, el bacalao, los frijoles refritos y chipotles rellenos de queso. De postre: gelatina y buñuelos.

 

Mi tío Javi contaba que, siendo una pirinola, como de tres años, al verlo con una cámara de película, le jalé del pantalón y le dije: “oye tío, ¿me sacas una foto con eso?

-Pero, ¿qué vas a hacer para que te filme? –sonrió.

Sin recato, empecé a bailar. Desde entonces, el protagonismo sería parte de mi esencia.

Recuerdo el olor peculiar a humedad en sus ropas y maletas. “Llegaron las jalapitas”, gritábamos.  Eran tres primas, hijas de mi tía Aranza.

 

¿Qué crees? Me encantaba que vinieran a casa, porque la pasábamos bomba… Era la oportunidad de sacar del cuarto de triques el traje de novia de mi mami y nuestros vestidos de primera comunión, para jugar al matrimonio sin recibir reprimenda.

Aquellas payasadas terminaban en festín de palomitas, tamarindos, gansitos y muchos dulces más.

¿Olvidaron, primitas, la preparación previa al año nuevo?

Nos bañábamos temprano y, después de comer, llegaba el ritual de llenarnos la cabeza con tubos, imitando a nuestras mamás, para lucir muy lindas en la noche. La odisea era tratar de dormir una larga siesta con aquellos artefactos que se encajaban en la cabeza.

Unos años después, cuando las seis éramos señoritas, los sacrificios no parecían molestar. Para presumirnos bellas armábamos una verdadera revolución al maquillarnos, peinarnos con la secadora, vestirnos con esos hermosos vestidos largos. El tocador y los espejos de los baños eran insuficientes para albergar a tan lindas jovencitas.

-¿Quién vio mi rimmel?

-Estás pisando mis zapatillas… Fíjate bien donde pisas babosa.

-Pues, ¿para qué las dejas ahí tiradas?

-¿Quién se llevó mis sombras azules, chinga´o?

-Y este chal aventado… ¿de quién es?

-¿Me ayudas a maquillarme, primita?

-¿Me abrochas el vestido y/o subes el cierre?

Querido lector, no tienes idea todo lo que ocurría, en un espacio insuficiente, donde seis princesas queríamos destacar nuestra belleza, en tiempo limitado.

En una ocasión, que asistimos a la fiesta de una quinceañera, no faltó la que se iba arreglando las uñas en el coche, poniendo la joyería o pintando sus labios.

La pesadilla, aquel día, fue llegar por la madrugada. Nuestra recámara lucía como un campo minado. La mesa del tocador, con cosméticos revueltos de todas, en el piso zapatos aventados, sobre las camas ropa… Quitamos lo que nos impedía dormir a gusto y a descansar… pero no faltó que alguna de mis hermanas, o primas, comentaran los pormenores de la fiesta:

-¿Vieron cómo iba fulanita?

-Está muy feo el novio de sutanita, ¿no creen?

-Se le rompió el vestido a la gordis en plena pista de baile –reían.

Por otra parte, el vínculo con los primos varones, aportaba una dosis diferente de adrenalina. Verlos tocar la guitarra, declamar hermosos poemas, contar anécdotas de la familia y chistes… me encantaba. Yo era como cinco o seis años más pequeña y, entre cubas y cigarrillos, me daban la oportunidad de pedir las canciones que más me gustaban. También tenía el privilegio para declamar los versos de “Cantares”, aquella hermosísima composición de Joan Manuel Serrat:

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más
caminante, no hay camino
se hace camino al andar

al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar
caminante no hay camino
sino estelas en la mar”

Era una de mis canciones preferidas…

 

CONTINUARÁ…