Cuauhtémoc Merino. Su mamá Chelo le dijo que nació en Cuautla, Morelos, y que es de signo Caprichornio. Dice él que es licenciado en Literatura Hispánica y Lingüística de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, BUAP, o del parque de Santo Domingo, Deefe, ya ni se acuerda, pero lo que no dice es que fue becado para estudiar literatura en Moscú, en la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, 1986, de donde lo corrieron antes de que le cayera en la tatema un trozo del Muro de Berlín.
Por exceso de chelines fue profesor rural de secundaria, en preparatorias privadas, de razón, y de varias universidades como la UNAM, la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y el Instituto Politécnico Nacional, IPN, y de otras universidades particulares de gran prestigio, patito.
La muerte de Iván Ilich
o
de la “vida” en la mina vertical
Con gratitud y lealtad a la Dra. Débora Schlam Epelstein; a las Maestras Ma. del Socorro Córdova Pérez; Ana Itzel Urrutia Caballero y María del Pilar Santos Romero
A Gonzalo Valenzuela e Irene
A Zayita Merino V, Bruno Merino V y Edaly Arciniega M
A Gerardo Laveaga
“Lo peor en usted es que se niega a luchar, se da por vencida, no hace más que pensar en la enfermedad y en la muerte. Pero existe algo tan inevitable como la muerte y es ¡la vida!”
Charles Chaplin
“Sin salud la vida no es vida, sino sólo un estado de languidez y sufrimiento,
una copia de la muerte.”
Buda
“Porque no existe la muerte, lo que existe es la vida.”
Freud
León Tolstoi escribió La muerte de Iván Ilich, novela corta que pertenece a la corriente del Realismo ruso, a su gran literatura del siglo XIX.
Y hoy, que la postmodernidad y el tecnofeudalismo, sucesor del capitalismo imperialista, hacen del hombre y la mujer “otro ladrillo en la pared”, cabe recordar que una de las piezas fundamentales para que funcione el suprasistema es la burocracia mundial, y las nativas, recordando a Max Weber, el término “burócrata” no es despectivo, es una cualidad del o de la gobernante:
del vocablo francés “bureaucratie”, formado por la palabra francesa “oficina” o “escritorio” y el sufijo “cracia”, que proviene del vocablo griego “kratía”, que se traduce como “gobierno”, «dominio» o «gobierno», incluso fuerza…, tienen la responsabilidad de cumplir con la ley y garantizar que las operaciones de la organización estén en consonancia con las regulaciones legales. Deben ser expertos en los procedimientos y regulaciones de su campo, y también deben ser capaces de interpretar y aplicar la ley en diversos contextos y situaciones. Más allá de su papel técnico y administrativo… desempeñan un papel social significativo. Son los guardianes de la equidad en la aplicación de las políticas, y en este sentido, actúan como los intermediarios entre la empresa o la entidad gubernamental y los ciudadanos o clientes. Su papel no se limita a la mera implementación de políticas y procedimientos; en su lugar, a menudo se espera que ejerzan un juicio prudente y sensible a las circunstancias individuales y colectivas.
De esto hablaremos hoy.
Iván Ilich es un burócrata, un abogado inmerso en la lucha por el ascenso en la escala de las sórdidas oficinas de la Rusia zarista, y en esta competencia se olvida de su familia, su mundo es la oficina, el trabajo y, a pesar de tener esposa e hijos, es un pobre hombre solo, amargado, quien después de estudiar, con vehemencia, derecho, inicia su ascenso en las oficinas gubernamentales del zar y en la novela, los cambios psicológicos van aparejados con la movilidad laboral, económica y familiar de Iván, como bien lo describe Tolstoi.
Pero sin duda que esta obra de Tolstoi incluye no sólo, en la actualidad, al hombre, sino también a la mujer, ya que también ella ha entrado en el mercado laboral para la subsistencia económica de la familia. En este caso se trata de la vida dentro de las oficinas y de sus huéspedes que “viven” en éstas, obligados por la necesidad, por la realización profesional, orillados a un “casorio laboral” con desconocidos hasta que la jubilación, el despido o la muerte los separe.
Hoy, es gente que vive más tiempo en la mina vertical que en su propia casa a la que sólo llegan a dormir, a las ciudades dormitorio; conviven con sus compañeras y compañeros que emanan y mezclan sus humores, conviven con sus anhelos, con sus problemas, con sus deseos, expectativas, necesidades, con su soledad, con sus idas y venidas veloces en los pasillos de Kafka, con el cepillo de dientes entre los dientes, esperando el próximo asueto, mirando a Cronos y a Tláloc danzar en el aire, frente a los ventanales en las alturas y que cuando estos seres humanos vuelve el rostro, ven a sus hijos e hijas, que al amanecer, cuando los dejaron, eran bebés, y ahora que regresan con el crepúsculo o la noche en las espaldas, ya son unas jovencitas y unos jóvenes.
La novela comienza en flashback, en el velorio de Iván Ilich, donde le están velando su esposa, hijos y demás familiares, además de sus amigos y compañeros de trabajo y cada uno está ensimismado en sus pensamientos y preocupaciones individualistas: la viuda, en cómo sobrevivir y cómo obtener más pensión del estado; los amigos pensando Qué bueno que se murió Vania y no yo; y sus compañeros de oficina en el tráfago “egoísta” o están en la búsqueda de heredar el puesto vacante, cual buen burócrata ruso tradicional, ¿o universal?, pero, clase privilegiada que tiene empleo, malgré tout.
Iván Ilich estudió jurisprudencia y gracias a las relaciones de su padre conseguiría un “buen” trabajo en la incubación de la Revolución de Octubre, 1917, y ejercería como juez y cuando le asignaron su primer puesto, ya era consciente de que él tenía el poder para llevar ante los juzgados a quien quisiera o mandarle a prisión, si le daba la gana. Y todo a cambio de una mejora en rublos, para que su mujer “irascible” y sus hijos “despreocupados” pudiesen tener una vida más holgada. Él se había casado con una típica rusa bella, de clase alta y cuando logró ascender laboralmente hasta llegar a vivir en la capital del imperio ruso: San Petersburgo, La Venecia del Norte, se sintió un hombre realizado.
Pero, hablamos de los hombres, y ¿qué podríamos decir de las mujeres hoy en día que habitan en un mundo globalizado o en la aldea global, que viven o sobreviven dentro de las oficinas o en cualquier otro lugar laboral?, pues que hay doble, triple o n sufrimiento, en muchas ocasiones, ya que tienen que entrar en las escuelas, fábricas, campos o en las minas verticales para ganar unos dineros y, a veces, con la consecuente violencia laboral y las humillaciones cotidianas, a cambio de abandonar a los hijos e hijas en la más tierna infancia, además del hostigamiento o acoso sexual, donde el régimen patriarcal cierra filas para proteger al delincuente machista y deja en la indefensión a las mujeres, víctimas de estos delitos que dejan su juventud, su talento y sus sueños deshilachados, entre otras violencias simbólicas, a cambio de qué.
Así, Ilich, es un burócrata jurídico, frustrado, se desvió de la ética, con un trabajo sin creatividad y se dedicó a cuidar su puesto y a pasarla bien fuera de casa con sus amigos, jugando y tomado licor en casas nocturnas, éstos eran sus objetivos en la vida, hasta que Iván Ilich se enfermó, siendo descuidado por su familia, como él lo había hecho con ésta.
La obra narrativa de Tolstoi trasciende lo meramente literario y permitió visualizar y estudiar a los estudiantes de medicina, entre otros, las fases sicológicas y/o siquiátricas de una persona desahuciada, desde el momento que se enferma hasta fallecer, así como las repercusiones emocionales que tiene este proceso en sus seres más cercanos, principalmente familia, esposa, hijos, padres, y en su círculo de amistades y laboral.
La obra nos habla de que al dolor físico va aunado el dolor ético, emocional, mismo que se incrementa con el desapego y la falta de comprensión de los familiares y amigos del desahuciado ante su enfermedad y próxima muerte: “La salud no es un estado de la materia, sino de la mente”, nos dice Mary Baker Eddy.
Y Tolstoi narra, simbólicamente, el inicio y final de la enfermedad de Iván Ilich: cuando su carrera jurídica está en ascenso y cierto día, mientras arreglaba un cortinero, subido en una escalera, cae sobre su lado izquierdo, donde se aloja el corazón, y siente un fuerte dolor, el cual ignoró hasta que se incrementó y, entonces, consultó a un médico y aquí inicia su debacle física, emocional, laboral y económica. La separación familiar ya la tenía desde hacía muchos años atrás.
León Tolstoi es un gran observador de la conducta humana y es el primero que describe, en esta novela corta, las cinco fases sobre el duelo del enfermo y su entorno, cuando un ser humano está desahuciado, en fase terminal, y su fin ya está muy cerca: Negación, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación y que no necesariamente se dan en este orden, sino que pueden alternarse.
La negación se manifiesta en Iván Ilich en forma de shock inicial, no aceptando su enfermedad y mucho menos su muerte, creyendo que sanará siguiendo las indicaciones del médico, su sentido cognitivo se embotó, sus ideas se volverían difusas y confusas.
La ira, la emoción del coraje o la furia se resume en la frase “¿Por qué yo y no tú?”, causada por la frustración y la impotencia de Ilich ante los sucesos de la enfermedad que se empiezan a desencadenar. Los gritos, el llanto, los arrebatos físicos, la mirada iracunda contra todo y contra todos se incrementa y lo que antes le gustaba ver, hacer, comer, jugar o beber ya no tiene más sentido ni atractivo en su vida y Susan Sontag nos dice que “Según la mitología, lo que generalmente causa el cáncer es la represión constante de un sentimiento”.
La negociación de Iván Ilich inicia con visitas de doctor en doctor y hasta llega a tener un pensamiento mágico, cuando cree que si los medicamentos no le ayudan a restablecer su salud, cada día más deteriorada, entonces, el uso de imágenes religiosas lo ayudará y la vida regresará a su confort.
Cuando Ilich se da cuenta de que la muerte toca bajo el dintel de su recámara, entonces empezará otro proceso emocional, una profunda depresión que se convertirá en melancolía conforme pasen los días cuando la desesperanza lo sujete y los sentimientos de abatimiento se incrementen en tanto más se acerque el último suspiro.
En esta fase, el aislamiento y el deseo de estar solo se incrementará con el paso de las horas y del deterioro del cuerpo: “En la vida sólo hay dos verdaderas desgracias: el remordimiento de conciencia y la enfermedad. Y la felicidad es sólamente la ausencia de estos dos males”, escribe Tolstoi.
La última fase es la de aceptación y es cuando el cuerpo, el organismo, dirigido por el cerebro aún no tan deteriorado, obviamente, se da cuenta de que la muerte es una etapa más del estar vivo y, por fin, se pacta con la vida y se acepta la muerte y la calma desciende lentamente de los cielos: “Sólo en la oscuridad puedes ver las estrellas”, aclara Martin Luther King.
Y ésta última fase se caracteriza por una pérdida, en este caso, la pérdida de su propia vida y con esta fase vendrá la introspección, el análisis de su vida, como funcionario jurídico del zarismo decadente, su relación con su esposa, con sus hijos, con sus amigos y compañeros de trabajo y, claro, consigo mismo. El duelo conlleva a un proceso de adaptación sicológica o emocional, además de factores, cognitivos, conductuales y neurofisiológicos.
Pero, por fortuna, no todo es oscuridad en la mina vertical o en cualquier otro lugar de trabajo, también hay hombres y mujeres humanistas, y existirán perennes flores y luciérnagas: la amistad, la protección, la bondad, la empatía, la madurez creativa, la dignidad, la inteligencia, la lealtad, el amor, la solidaridad, la belleza del ser femenino, la juventud, la kultura, la mano protectora, la redención, el profesionalismo ético, la responsabilidad con la familia y con el trabajo, con el deber cumplido, así como la resistencia de un grupo humano que se niega a enfermar y a morir cosificado, reificado u obligado por la tecnoburocracia feudal e imperialista.
Así, Frida Kahlo nos dice que “El arte más poderoso de la vida es hacer del dolor un talismán que cura. ¡Una mariposa renace florecida en fiesta de colores!” y al final de la obra, La muerte de Iván Ilich, ya la familia está alejada de él cuando la enfermedad arrecia y sólo su asistente, el joven Gerasim, le ayuda con plena disposición, hasta en las labores más escatológicas, como asearlo y el hedor del cuerpo, de la cercana muerte y de la imposibilidad de atenderse por sí mismo, hacen comprender a Iván Ilich que el final ya está frente a lo que le resta de su vida, pero, exactamente aquí, Iván Ilich pacta con ella en un fresco soplo luminoso y pierde ese terror a la muerte y ve luz en el umbral de la caverna y cuando alguien cerca de él dice: “Se ha terminado”, Sí, reflexiona Iván Ilich, se ha terminado la muerte…
La Quiñonera, Coyoacán, primavera del 2025