Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir. Su libro Entre vidas (selección de cuentos publicado por Ediciones Mastodonte, en CDMX) explora los dilemas del ser humano a través de cada uno de los personajes que habitan sus historias. Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró y, recientemente, fue incluida en la Antología del III Concurso Nacional e Internacional de Relatos Breves, a que convoca el Ático, en Israel. Hoy, a Tere, escribir se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
¿Y SI SOMOS REGALOS?
¡Cuánto tiempo ha pasado! Recibí la invitación para celebrar los 60 años de Paco ─mi amigo de la vida─ y no lo podía creer. Tengo que regalarle algo especial, pensé; pero qué le regalas a quien siempre ha sido un regalo…
La historia se remonta a cuando nuestros hermanos mayores estudiaban juntos en la universidad y se convirtieron, rápidamente, en cuates. Poco después, de manera natural, nos hicimos amigos todos.
Cuando coincides con alguien jamás piensas en el tiempo de la amistad. Lo que nunca nos imaginamos es que rebasaríamos las cuatro décadas y es que Paco es de esos seres divertidos con quien el tiempo se pasa volando. Si pienso en él, lo veo riéndose a carcajadas y provocando otras a su alrededor.
Siendo honesta, no recuerdo haber tenido una plática profunda tipo: ¿qué vas a ser de grande? Si te conviertes en director del sistema solar… ¿eliminarás por decreto la pobreza y las guerras? Averiguar sobre nuestro futuro, la verdad, no hizo falta. Y si tuvimos desacuerdos, fueron como los habituales entre hermanos. Los olvidábamos cuando él tocaba otra vez a la puerta para seguir bailando y riendo al ritmo del Corro, vuelo, me acelero… de Timbiriche.
Durante mi “decena trágica”: 10 largos años en los que estuve de manera continua operada, enyesada (diecisiete veces) y en rehabilitación; Paco sabía, perfecto, las circunstancias que debía sortear para que no se me luxaran las rodillas. En situaciones de peligro, incluso, me llegó a cargar para evitar riesgos o estuvo muy pendiente de mí. No olvido aquella anécdota divertida que ocurrió cuando nos fuimos a vivir unos meses a Italia. Él tampoco la olvida…
“Yo terminaba la universidad y requería acreditar tres idiomas ─cuenta Paco─. Decidí ir a Firenze y las hermanitas Vázquez no podían dejarme solo. Allá fuimos a dar toda la banda. Vivimos en la calle Borgo San Lorenzo y asistíamos a la Scuola Lorenzo di Medici donde hicimos amigos, bailamos y, sí, también estudiamos”.
Cierto día, en uno de nuestros fines de semana en Roma debíamos tomar el tren a Florencia y ya acomodados en el que decidimos nos llevaría a nuestro destino, entre babosadas, nos percatamos que iba a otra ciudad. Empezaba a arrancar y corrimos, por entre los vagones, hacia la puerta, antes de que agarrara velocidad y se alejara de la estación. El primero en aventarse fue el otro gran amigo de Paco, quien sería el encargado de ayudar a las damitas, corriendo junto al tren, con los brazos abiertos. Mi hermana y la de Paco bajaron sin contratiempos, pero yo tenía terror porque del impacto se me podían desarticular las rodillas y me quedaría tirada como ocurrió en repetidas ocasiones.
─¡Cáchala! ¡Cáchala! ─gritaba Paco, desesperado o angustiado, junto a mí.
Finalmente, los cinco aterrizamos sin mayores contratiempos y a reír se ha dicho. Ni modo que no lo hiciéramos. Estábamos en esa bendita edad en la que solo nos preocupaba entrar en los Calvin Klein, de la talla que habíamos comprado; o que hubiera “licuado Instante sabor plátano” en la alacena de la casa de los Fernández en Tulancingo, Hidalgo.
En otra ocasión, tomamos un tren más, el correcto esa vez, y nos encaminamos al lugar de veraneo cercano, llamado Forte Dei Marmi. Conseguimos una pensione y ataviados para la ocasión nos fuimos alla spiaggia: como decían los lugareños. Precisamente en aquella playa nos tomaron la foto que me animó a escribir esta historia. Regresando la enmarqué y la tuve siempre a mano para verla y volverme a reír… o para tomar fuerzas, las incontables veces que he requerido, recordando días felices. Paco siempre me la pidió, pero en esos ayeres usábamos cámaras con rollos que había que revelar y no había manera ─creo─ de hacer copias si no contabas con los negativos. Entonces, nunca se la di y pasaron muchos… muchos años.
Él ha vivido en no sé cuántas ciudades y yo no me moví de la mía, pero sorteando las distancias, siempre recordamos nuestros cumpleaños y nos hacemos presentes en los eventos importantes. La memoria regresa una y otra vez a aquellos días felices cuando escuchábamos los primeros acordes de Can’t take my eyes off of you o de Burundanga: creación de la reina Celia que más allá de movernos a bailar, incluía canto y actuación. Por eso cuando me invitó a su fiesta de sexto piso, decidí llevarle un regalo significativo.
Compré un cuadro nuevo y saqué la fotografía original, que tanto quería tener, del viejo marco. Envolví el obsequio cuidadosamente y se lo entregué porque, en definitiva, era el tributo a la amistad, solidaridad y situaciones compartidas durante todo un titipuchal de años. ¡Se puso feliz!
Nuestra estancia en Florencia, sin lugar a duda, marcó nuestras vidas. El cantautor de moda era Claudio Baglioni, a quien por supuesto fuimos a ver a un estadio cercano y la canción de aquel año ─La vita è addesso (La vida es ahora)─, le venía como anillo al dedo a Paco:
Sei tu che porterai il tuo amore
Per cento e mille strade
Perché non c’è mai fine al viaggio
Anche se un sogno cade
Sei tu che hai un vento nuovo tra le braccia
Mentre mi vieni incontro
E imparerai che per morire
Ti basterà un tramonto…
Paco le insuflaba risa al mundo y nos enseñó que los viajes rebasan el horizonte de los sueños y nunca podemos darnos por vencidos. Ahora me lo recuerda cada 28 de julio, cuando llama y me canta las mañanitas, versionándola siempre desde su propia inspiración.