Teresa Vázquez Mata. Los mariachis callaron

 

Teresa Vázquez Mata. Convierte en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, refleja los conflictos existenciales del mexicano contemporáneo; yendo al pasado por la magia de nuestros ancestros o reflexionando sobre el presente, con miras al futuro.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destacando en el Taller de Escritura Creativa Miró; Tere crece y confía, cada vez más, en su talento. Escribir, sin dudas, se ha convertido en la pasión a la que no quiere renunciar.

 

Los mariachis callaron

 

En México, desde épocas inmemoriales, era costumbre que un hombre le llevara serenata a su amada. Podía ser contratando a mariachis, tríos o con los cuates desafinados pero entrones; combinaciones, había muchas. Los vecinos, en su mayoría, disfrutaban la música; otros, aguantaban estoicos; pero no era común que abrieran su ventana para exigir silencio. Alguien había ido a expresar el amor y los demás, desde sus camas, fantaseaban.

El tiempo ha pasado y, cada vez con menos frecuencia, escucho serenatas. Durante la pandemia, definitivamente en los alrededores de mi casa, las noches eran silenciosas. Si acaso, la calma se rompía por alguna alarma. En cambio, anoche, unos violines y potentes trompetas me despertaron con los primeros acordes de Serenata Huasteca:

Canto al pie de tu ventana

Pa’ que sepas que te quiero

Tú a mí no me quieres nada

Pero yo por ti me muero

¡Uy, un despechado!  Fue lo primero que pensé.  Sin embargo, en la actualidad, para nada tiene que ser un hombre cantándole a una mujer. Pudo haber sido una chica dedicándole temas a su enamorado, ¿quizás a otra chica?; o un señor mostrándole sus sentimientos a otro señor; o cualquiera de las combinaciones posibles.

Yo siempre fui de las que se ponían contentas porque a alguien le llevaban gallo, así se decía: Voy a llevar gallo. Me trajeron gallo

Analítica como soy, en base a las canciones que le dedicaban, imaginaba la personalidad de quien escuchaba, desde la ventana, seguramente en su recámara.

A mi vecina o vecino –para no errarle–, le rogaron hasta el cansancio. José Alfredo Jiménez, en todo su esplendor, prestó las palabras a quien las necesitaba. La primera media hora fue de lo que yo llamé: convencimiento. Un magnífico tenor-mariachi cantó a todo pulmón: Tú y las nubes, La que se fue, Ella, Si nos dejan. Después, hubo otras canciones que no identifiqué y creo que, cuando la desesperación ya era mucha, empezaron las de ardor

Te vas porque yo quiero que te vayas.

A la hora que yo quiera te detengo.

Yo sé que mi cariño te hace falta

Porque quieras o no yo soy tu dueño.

Seguida de:

No vengo a pedirte amores

ya no quiero tu cariño.

Si una vez te amé en la vida

no lo vuelvas a decir.

Yo entonces, a las tres de la madrugada, escuchaba y psicoanalizaba aquel contexto amoroso. ¿Cómo le dices primero que tú y las nubes me traen muy loco y luego rematas con yo que a Dios le había pedido que te hundiera más que a mí?

No se crean que fui a checar Wikipedia. ¡No! Me sé el repertorio completo del gran José Alfredo, porque fue amigo de mi papá desde que tenían como seis años. Tuvimos todos los LP´s conocidos y desconocidos. Incluso, recuerdo haber visto algunos borradores de sus canciones, que garabateaba en servilletas o en cualquier lugar en dónde se pudiera escribir. Y cuando se casó, mi papá lo llevó a la iglesia en su Ford Convertible de los cincuenta. Contaba que, en el altar, con todo y mariachis, Fello le cantó a la novia: Por el día que llegaste a mi vida, Paloma querida…

¡Perdón! Ya me alejé de la serenata en la colonia, pero al que sigue siendo el Rey hay que sacarlo a colación siempre que podamos.

Lo real es que, más allá de la incongruencia en las canciones que le dedicaban al vecino o vecina; yo me deleitaba con la música y pensaba:

Este mariachi mínimo trae tres trompetas, un guitarrón, dos guitarras; quizás tres violines y, claro, al magnífico cantante cuya potente voz entregaba el mensaje del contratante a todos los que lo escuchamos durante más de una hora. Sin verlos, saqué la cuenta: entre ocho y diez personas, tuvieron trabajo y hubo dinero para llevar a la familia; porque durante las continuadas cuarentenas, debido a la pandemia del Covid 19, la industria del entretenimiento fue de las más golpeadas. Y que se generen empleos me gusta más que la estrofa aquella de Ella quiso quedarse, cuando vio mi tristeza.

¿Cómo la música, que nos llena el alma, no es considerada un producto de primera necesidad? ¡A mí no iba dirigida la serenata y por poquitito me salgo al balcón!

Las buenas melodías, la comida elaborada con dedicación y maestría, un lugar bellamente decorado, el baile con los amigos… ¡Me cae que deberían entrar en la canasta básica! ¿Por qué renunciar al goce de los sentidos?

Ojalá no vuelvan a callar los mariachis, ni los tríos, ni las orquestas, ni los ensambles musicales; tampoco los órganos y coros de iglesia. ¡Viva la música viva! Y aunque mi vecina o vecino no le haya abierto la puerta a quien despertó a la colonia, la otra noche; sigo creyendo en la fuerza de una buena serenata y en que muchas personas se ganen la vida honradamente.