Rey Barbier. Actualmente estudiante de Psicología en la Universidad Veracruzana. Nació el 7 de septiembre de 1997 y ha escrito una variedad de textos desde los trece años. Su primera experiencia en un certamen de escritura fue en el presente año, en el Concurso de Relato corto, organizado en la Facultad de Psicología de la UV. En el que obtuvo el segundo lugar con el relato que lleva por nombre “El retrato de Gera” y por lo cual desea seguir participando en otros concursos a futuro.
DE AGUAS BRILLANTES
(Tercera y última parte)
Dentro de mi apartamento, mayormente solitario, a veces recordaba los días en la isla. Las noches con Marco —aunque descubrí que aquí había como él por montones— aún las recordaba con cariño. En mi memoria se quedaría siempre el campo arenoso de trabajo y el olor al chocolate matutino de Sidaín… ¡ojalá le hubiera aceptado un pedazo! Ahora me preguntaba qué sería de él.
Trabajé en una tienda de conveniencia en las mañanas, me alcanzaba para pagar un cuarto de hotel en uno de los barrios más mugrientos y para salir a bailar los sábados en la noche. No podía pedir más, aunque extrañara las pintorescas ferias de la plaza de la Isla.
Aquí no me pedían que usara botas o ropa fea, me animaban a usar labial y soltar mi cabello. Me podía pintar las uñas en el mostrador y los chicos me trataban bien, y si alguien me trataba mal lo podía correr de la tienda. Era el paraíso para una chica como yo.
Aquí venían muchos Marcos, con sus flores baratas y sus ganas de acostarse conmigo una vez. Cada regalo que me daban me recordaba al vestido naranja; en aquel tiempo que no tenía nada, me pareció un acto de amor puro. Ahora que sé que ese vestido tan sólo fue para no sentir tanta culpa, ya todo me parece superfluo que me provoca arcadas. Me daba el lujo de rechazar los regalos que no me gustaban.
Un día, sonó la campanilla de la puerta anunciando un cliente. Estaba a punto de decir mi discurso amable cuando me crucé con unos ojos oscuros que me eran familiares.
—Sidaín —, se me escapó el nombre de los labios.
—Me dijeron que trabajabas aquí, me costó trabajo encontrarte —, el joven tenía ojeras notorias.
—Me estuviste buscando en el horario equivocado, ¿no es así?
Pude ver su vergüenza, pero no lo juzgué por pensar que me encontraría en la noche. En este lado del mundo, para cumplir caprichos tienes que desvelarte.
Se veía cambiado y sólo habían pasado unos cuantos años. Lo dejé de ver a sus diecisiete y si no sacaba mal mis cuentas, en aquel momento tendría veintidós.
Salimos a bailar esa noche, mientras me contaba que salió de la isla para trabajar, estaba en algún despacho mediano haciendo labores de redacción. Siempre fue bueno escribiendo y no se me hacía raro que terminara en algo que le pagará a centavo la palabra.
Tenía una vida más acomodada que la mía, pero los empleos de hombres siempre son mejor pagados en este mundo. Alguna vez gané el sueldo de un hombre, pero eso nunca pagó por mi libertad. Sí, vivir como una mujer es difícil, pero vivir como alguien que no eres es doloroso.
Nunca pensé que, escribiendo este diario para el psiquiatra, me encontraría diciendo que obtuve la aprobación para la cirugía mayor. Mucho menos pensé que diría que Sidaín está a mi lado desde hace ya muchos años. Ahí me di cuenta de que la isla de DuPont Marie Havre, era única porque él estaba ahí. Tenía años sin recordar sus aguas azules, porque ya no había un motivo. Lo único que la Isla tenía y que otras no, era a Sidaín.
Pronto entro a la cirugía y si no salgo, quiero que lea este relato y sepa que le amé profundamente. Porque si salgo con bien, no tendré tiempo para seguirlo escribiendo cuando tengamos hijos.
A la Isla de DuPont Marie Havre no volveré nunca, pero siempre volveré a los brazos de Sidaín.
FIN.