Martín André Rosas Ortiz. Adquiriendo habilidades como tarotista y fantaseando más allá de su experiencia con los videojuegos, comenzó a escribir una novela sobre el mundo de los arcanos. En el proceso, se inscribió al taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por el maestro Miguel Barroso Hernández y, hoy, cree posible el sueño de convertirse en escritor.
Con 17 años, cursando el quinto semestre de preparatoria en el Liceo Veracruzano, Martín aprehende las técnicas y habilidades narrativas para, próximamente, estudiar literatura y convertirse en protagonista de su propia historia.
CENDRILLON
Tuve una niñez difícil, en medio del matriarcado escolar. Aún recuerdo a mis padres alentándome, a darlo todo en los estudios, sin saber a lo que me enfrentaba. Podía cumplir con sus deseos y lo hice, pero no fue justo o fácil en el colegio público al que iba.
Un temible grupo de chicas lideraba la institución. Si querían algo lo obtenían. Muchos varones estábamos conscientes de ello y lo permitíamos. Yo era de los acosados, en el salón, hasta ese día en que llegó la princesa a rescatarme.
—¡Muy bien Pedro, ya sabes cómo va esto! —hasta las sombras temían a los oscuros pensamientos de Nicole. Y era gracioso considerando su estatura nada intimidante. Con facilidad pudieran haberla confundido con alguno de los siete enanitos: definitivamente, Gruñón, por su temperamento—. ¡Evítate una escena y dame tu desayuno! —agregó.
Escoltándole las agallas, venían Perla y Luciana. La primera ocultaba la maldad tras una agradable sonrisa. ¡Quizás era la más feliz, sabiendo que de enana no tenía nada! La segunda, asumía su rol de tímida, por sobre la verdadera actitud de mosca, haciéndose la muerta. No solía decir o hacer mucho a la hora de molestar. ¿Tal vez, sólo querían sentirse protegidas? ¡De igual manera, las dos eran cómplices!
—Nnnn… Nicole, por favor, sólo quiero desayunar en paz…
—¡Nosotras también! Te prometo que es la última vez que te lo quitamos. ¿Qué te parece? —las palabras de Perla no llevaban la más minúscula pizca de honestidad y yo sólo observaba a Nicole con la mano en el bolsillo del pantalón, donde decían que guardaba una navaja.
Justo en el momento en que la distancia se estaba acortando entre nosotros, se abrió la vieja puerta de madera y entró al salón mi salvadora.
Verónica se comportaba como una verdadera Cenicienta emancipada: amable, bondadosa; pero ya no le permitía humillaciones a nadie. Fue la única amiga que tuve en aquella escuela. Y al ver la situación en la que me encontraba, se puso furiosa.
—Ustedes, realmente, están colmando mi paciencia —dijo.
—¡Oh! ¿De verdad?
Nicole se acercó a ella, dispuesta a todo. Mirándose a los ojos, la tensión entre las dos acalló el trino de los pájaros en la ventana del salón. ¿Quién intimidaba más?
—Vámonos —rechistó Nicole, desanimada frente al espíritu de su contrincante—. Podemos pasar por la cafetería…
El trío de brujas salió y Verónica se sentó a mi lado:
—¿Estás bien, Pedro? Sé que tienen el hábito de acosar a las personas, pero no imaginé que estuvieras en su lista negra. ¿Por qué no me avisaste?
—¡Gracias! Solo fastidian un poco.
—Aun así, te pudo haber pasado algo.
—Bueno… ¡tienes razón, lo siento!
—¡Dios, Pedro, no debes… —pausó, frustrada, porque no era la primera vez que me disculpaba por algo que no era mi culpa—. ¡Tú, avísame si te molestan! —concluyó.
Así lo hice, mientras estuvo a mi lado; porque a punto de terminar la secundaria se mudó a Francia, por el trabajo de sus padres. Para entonces, ya sabía defenderme gracias a sus consejos y, hoy, sigo preguntándome si en algún momento pude haber sido su príncipe.