Martha Elba Castelán Cuspinera. La mirada del colibrí VI

Martha Elba Castelán Cuspinera. Desde el Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por Miguel Barroso Hernández, en Veracruz; Martha escribe fragmentos de una historia que, por instantes, la toca muy de cerca. De manera sencilla, pero certera, habla del amor, de la familia y de tristezas que a la larga se transforman en felicidad.

Con la pasión de quienes, a través de la literatura, abrazan al mundo; Martha nos invita a reflexionar. El crecimiento de esas mujeres que han tomado las riendas de su vida, está presente en cada uno de sus textos.

 

La mirada del colibrí VI

 

Apenas con 16 años, siendo más niña que mujer, ya me sentía una señorita en pleno y, en mi cabeza, las historias de amor comenzaban a enredarme las hormonas.

Resulta que fui de visita, con mis padres y hermanos, a la hermosa ciudad de Guadalajara en Jalisco, donde vivía una prima de mamá.

Ya habíamos coincidido en algunas reuniones en las que mi papi, con el tío Jorge, hacía muy buena mancuerna. Tocaban la guitarra, cantaban, intercambiaban chistes, se echaban unas “copetinas” -diría mi papá-, reían a carcajadas y se bromeaban mutuamente.

El tío Jorge era un personaje genial: cariñoso, alegre y simpático. La tía Ruth, en cambio, se mostraba calladita y recatada; perfectamente maquillada siempre, toda una bella y correcta dama que disfrutaba, con prudencia, las puntadas de los demás.

En aquellas tertulias maravillosas, donde los jóvenes ya ocupábamos un lugar importante, teníamos derecho a tomar alcohol; siempre y cuando nos comportáramos a la altura, sobre todo nosotras las mujeres.

Papá, desde los 15 años, me aconsejó cómo era importante que una mujer supiera tomar. Se vería mal que despreciara una copa. En nuestro bar empecé el entrenamiento, sirviéndome diferentes tipos de bebidas en sus respectivas copas… Recuerdo que los sabores amargos y penetrantes raspaban mi delicada garganta. Pero aquella tarde en la casa de mis tíos decidí tomarme una Cubita con refresco de cola, un poco de ron y gotas de limón. Mi primo Gabriel me la ofrecía y la acepté con gusto.

Me imponía muchísimo estar sola, ante la presencia de un hombre, debido a la costumbre de convivir únicamente con mujeres. Pero, en la noche, cedió su recámara y debía ser amable.

Comenzamos a platicar y me llamó la atención que abiertamente me contaras:

-Pues fíjate que me he sentido muy triste… Acabo de terminar con mi novia de muchos años. Estudiaba psicología, nos queríamos en verdad, pero de pronto algo empezó a cambiar… Me está costando mucho trabajo superar esta pérdida. Ni siquiera he tenido ánimo para terminar un trabajo pendiente de la universidad.

Yo lo escuchaba con todos mis sentidos, con el corazón en pleno…

Le ofrecí ayudarle con su trabajo. Era muy hábil para la mecanografía. Pasamos a la madrugada, yo escribiendo lo mejor y más rápido posible, mientras él me dictaba el texto. Terminada la tarea me agradeció con una sonrisa y antes de salir de su recámara me besó, en la mejilla, dulcemente.

Abrázame cariño mío y vámonos a caminar…Que hay tantas caricias nuevas que en tu cuerpo quiero estrenar” –tarareaba mi cabeza, ¿o la suya?

Desperté emocionada…

¿Lo había soñado? Aquel hombre sería mi futuro novio, me daría el primer beso, un abrazo largo, la caricia cargada de ternura y mucho amor… Me quedé flotando en la estratósfera, por un instante. Lo podía oler en su almohada y recreaba cada momento de la noche. Cerraba los ojos recordando cómo nuestros cuerpos querían rozarse con delicadeza, pero aún no era el momento. Me arreglé con estudiado encanto, tendí su cama cuidadosamente y traté de que todo quedara en su lugar.

Nuevamente quedaría sorprendida… Desde las escaleras percibí un olor agradable. Mi primo había preparado unas deliciosas torrejas (pan francés) para desayunar. Le ofrecí ayuda a cambio de que compartiera conmigo su receta secreta.

Aquel fin de semana, terminó con el inexplicable beso de amor que no pude poner en sus labios. ¡Nunca me había sucedido algo así!

Pasó el tiempo y un año más tarde, cuando todo parecía haber quedado como el lindo recuerdo de una jovencita, quizás, enamorada; mis papás decidieron visitar, nuevamente, a nuestra querida familia de Guadalajara, aprovechando el espectáculo que ofrecían Yoshio y Sonia Rivas.

Gabriel, me ponía nerviosa y, sentada junto a él, creí que hasta los cantantes escucharían las palpitaciones de mi corazón. Aquellas eran las verdaderas maripositas en el estómago… Con coquetería nada disimulada, sabíamos que nos gustábamos y la empatía se notaba a leguas.

“… hola, cómo estás/ qué linda te ves/ te he extrañado tanto/ hasta te lloré/ cuéntame por qué te dejé partir/ es que soy un loco que aún no sabe vivir” –decía la canción.

Sonia contestaba: “… lo importante hoy es que estoy aquí y que ya no me iré nunca más de ti”.

Pensé que era un presagio…

“Abrázame cariño mío y vámonos a caminar…”

 

De regreso a casa de mis tíos, Gabriel manejaría el lujoso carro de su papá. Me abrió la puerta para que abordara a su lado. En un semáforo pasó los dedos de su mano suavemente sobre mi costado, a la altura de la cintura… Casi me desmayo de la emoción, pero supe disimular y nunca nos atrevimos a comentar el asunto.

Me gustaba mucho físicamente, pero sobre todo el trato que me daba. Era un caballero educado y encantador.

Nuestro siguiente encuentro fue en la boda de una prima en común. Bailamos toda la noche…

La gloria eres tú -me cantaba al oído-. Eres mi bien, lo que me tiene extasiado, por qué negar que estoy de ti enamorado… de tu dulce alma, que es todo sentimiento, eres un encanto, eres mi ilusión.

-Te dedico esta canción –dijo.

Será nuestra melodía, pensaba mi cabecita soñadora. Me sentía como la cenicienta en el castillo de su príncipe: deslumbrada, emocionada, feliz.

Después de otro tiempo ausente, recibo una pequeña carta con mi nombre dibujado, cada letra decorada minuciosamente. Quería saber cómo estaba, que había hecho últimamente, me platicaba brevemente de él y me mandaba un abrazo. La guardé por muchísimos años como homenaje al sentimiento que generó en mí.

Cumplo 18 años y, como colofón de la historia, llega a visitarme de sorpresa… Dice que me quiere mucho, que le gusta mi forma de ser, que podríamos tener todo en común y reclama la oportunidad de empezar un noviazgo conmigo. No lo podía creer, tanto tiempo esperando ese momento y, ahora que se presentaba, era imposible corresponderle…

CONTINUARÁ