Marcela Guadalupe Anaya Mares. Bajo el mar: el mal

 

Marcela Guadalupe Anaya Mares. Con la facilidad de quienes no necesitan batallar para inventarse historias, Marcela refleja en sus textos la vida y los sueños que la habitan. Con espontánea sencillez y valiéndose de las herramientas que proporciona la literatura, nos invita a reflexionar en torno a temas contemporáneos. Marcela, es licenciada en Psicología Industrial y, aprovechando la experiencia de su profesión, ha decidido explorar el mundo del arte de la mano del maestro Miguel Barroso Hernández. Desde el Taller de Escritura Creativa Miró, gana la técnica y la habilidad para crear.

 

Bajo el mar: el mal

 

Mi hermano Miguel es una eminencia en Biología Marina y se ha especializado en la preservación de las especies acuáticas. Viaja por todo el mundo, recabando fondos para sus investigaciones. Y precisamente, con la intención de solventar nuevos proyectos, organizó una expedición por el Atlántico y nos invitó, a mi marido y a mí que, coincidentemente, celebrábamos nuestro 25 aniversario de bodas.

Se trataba de un viaje misterioso…

-Conocerán los detalles, llegado el momento –dijo Miguel.

Volamos de México al aeropuerto Kennedy y, llegando, su asistente nos invitó un coctel. Quedamos profundamente dormidos…

Desperté en un yate de super lujo, rodeada de gente con trajes, como de buzo, color naranja fosforescente y cascos con intercomunicación. Yo también llevaba uno y, junto a mi esposo, vi cómo el barco iba sumergiéndose en el océano.

En el fondo, 10 tortuguitas seguían a su madre, cantando canciones escolares. Una mantarraya me saludó amablemente y ya me creía drogada o soñando cuando se acercó Miguel y nos guio por el pasillo principal del yate.

La habitación a la que llegamos estaba llena de sillas. Cual sala de espera, en un hospital, seres marinos vigilaban su número, en la pantalla de la pared, para ser atendidos. La estrella de mar, el pez globo, la concha, dos delfines: anhelando su turno en silencio.

-Este es el quirófano –señaló mi hermano, abriendo la puerta frente a los pacientes.

Era pequeñito, pero estaba muy bien equipado. El cirujano resultó ser un pulpo rojo que hábilmente, con sus 8 tentáculos, curaba a dos robalos, heridos por mordidas y operaba al tiburón azul que se tragó la llanta lanzada al mar por algún irresponsable.

-Me preocupa la indiferencia del ser humano. Hay demasiada basura tóxica en el mar y, ahora, ya no solo pescan para comer. ¡Nos matan hasta por deporte! –aseguró el pulpo mostrándonos un féretro con varios peces muertos y anzuelos atravesándoles las entrañas.

La idea de Miguel era sensibilizar a sus invitados y, con el moderno auricular que nos colocó, había conseguido que pudiéramos escuchar a los animales. Esa noche, hubo baile y música. Una ballena anunció la inauguración del nuevo santuario, donde se protegerían a especies en peligro de extinción e hizo conciencia para que cuidáramos los ecosistemas marinos.

Como obsequio especial de aniversario, el doctor Pulpo me regaló un hermoso collar de plata que encontrara su abuelo en un viejo barco pirata que había ido a dar a las profundidades del océano.