David Orozco de Gortari. Nacido en la Ciudad de México, hizo sus estudios de licenciatura en la Universidad La Salle y obtuvo el título de Ingeniero Mecánico Electricista por la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre otras actividades extracurriculares, tomó un curso de metales en la Escuela de Artesanías del INBA.
Profesionalmente se desarrolló en la rama industrial. Participó, entre otros, en el programa OEA-92, para el fomento económico de comunidades indígenas en la Meseta Purépecha, en Michoacán. Participó en el Programa de Formación de Operadores de Maquinaria Agrícola para la preparación de tierras de cultivo y también en el Programa para el Rescate del Patrimonio Cultural y Artístico de los Ferrocarriles Nacionales (antes de su venta).
Actualmente explora el mundo de la literatura como vehículo para expresar inquietudes o reflexionar sobre la vida. Bajo la tutela del maestro Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró; adquiere las herramientas necesarias para narrar sus propias historias.
La escena del crimen
Desde la azotea de un edificio de diez pisos, caía aquel hombre y yo quedé petrificado. ¡Lo vi todo! No iba a ser el accidente de los limpia vidrios que pudo facilitarle la crónica a cualquier periodista del telediario. Tampoco se quería suicidar.
¿Qué hacer? ¿A quién recurrir? —me pregunté, quizás creyendo que lo mejor sería no involucrarme—. ¿Quiénes fueron? ¿Por qué lo hicieron? —. Vi cómo lo tiraron al vacío… Y solo él podía explicar lo que estaba sucediendo, pero ya era demasiado tarde. Desde que comenzaron a columpiarlo, en mi mente se amontonaron las dudas:
¿Qué pensó cuando asimiló que, de un momento a otro, se reventaría contra el pavimento, abandonando para siempre la vida? Estaría muy molesto con los rufianes que lo lanzaron… ¿Le permitieron, al menos, explicar los porqués no debía morir?
Pudo tratarse de la venganza de un marido celoso o engañado. Quizás solo había sido la consecuencia de una mala apuesta o la cobranza extrajudicial de algún prestamista. ¿Y si lo confundieron?
… Cerré los ojos para no verlo morir. El tiempo, en tales circunstancias, se vuelve eterno y, seguramente, a escasos metros del piso, la pobre víctima recordaría por qué motivos lo eliminaron del mundo.
—¡Señor, camine! —dijo alguien, interrumpiendo mis reflexiones—. Está obstruyendo la salida del hotel.
¿Acaso yo era el único huésped que se sorprendía por lo que acababa de ocurrir frente a nuestras narices?
—¡Ándele, ándele! Camine que no nos deja pasar —aseguró un tipo vestido igual al que debía estar hecho pedazos en el suelo.
—¡Corten! —gritó alguien y escuché los aplausos; luego vi al maniquí roto en la calle. ¡Respiré aliviado! Solo estaban grabando una película…