Teresa Vázquez Mata. Sólo soy un payaso

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

Sólo soy un payaso

 

El gran ventilador, frente a mí, simula al huracán que quiere arrastrarme.

Finjo estar izado, como bandera, en una gran palma artificial, colocada en el centro del escenario. Hago acrobacias… ¿para sobrevivir? Los cocos me caen encima y, aparentemente, es difícil mantener el equilibrio…

—¡Cuidado con la cabeza, Azul! —gritan los niños.

Entonces, aparece la cabeza del payaso rojo, rodando por el suelo y su cuerpo la persigue dando trompicones.

“¡Auxilio!” —grito, pero sin oídos nunca podrá escucharme y, en definitiva, a él le toca actuar su propia condena. Cansado se sienta y saca su corazón del pecho: por aquello de que lo esencial no le es invisible al corazón. Y sosteniéndolo, como linterna, vuelve a la búsqueda.

—Derecha, izquierda, más adelante… Ya casi… —grita el público, pero, sin ojos, ni corazón, un pedazo de carne con brazos y piernas nunca podrá completarse…

Debe ser terrible no mostrarle ni siquiera tu falsa sonrisa a los espectadores —pienso. Pero quizás esconderse bajo ese traje que le oculta el rostro es la mejor de las opciones en un circo.

Cuando todo parece fuera de control, casualmente, me encuentra y el ventilador lo vuelve parte de mi propia odisea. Nos convertimos en trapecistas. Sosteniéndome la pierna, ondea o hace piruetas; mientras los cocos de goma brotan de la falsa palmera (tan falsa como la mueca en mi boca), disparados en dirección al público.

Muchos se protegen, histéricos, asumiendo que terminarán descabezados como Rojo. Otros ríen y hasta se aprietan el estómago para contener las carcajadas.

Nuestra coreografía humorística concluye cuando el domador de leones desenchufa el ventilador y nos vota del escenario. La supuesta cabeza de Rojo termina en las fauces del también falso león y yo vuelvo a sentirme parte de la triste realidad: capaz de realizar todo tipo de esfuerzos, para conseguir el pan de cada día.