Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
Loco por ella… ¿y ella?
¿Cincuenta? ¡Ah! ¿En qué momento transcurrieron todos estos años…?
Siento como si solo distaran algunos meses, desde que conocí a Paula en la Facultad. Sus pasos rápidos, torpes y los largos rizos negros moviéndose, al compás de su caminar, me hacían gracia. Era un tanto desgarbada y poco le importaba el qué dirán.
Cómo olvidar aquella ocasión que llegó, en pijama, a presentar examen de sistemas ingenieriles. Eran las 7:00 a.m. y se había desmañanado. Encima, obtuvo la calificación más alta. Razón más que suficiente para que fuera despreciada por el resto de las féminas de la generación.
Ese hecho hizo que me interesara conocerla más a fondo. Las estudiantes, en su mayoría, acariciaban la idea de conseguir un marido ingeniero. Tal vez pensando que, con ello, garantizaban el éxito en su futuro… Paula era diferente.
Recuerdo que la invité a salir. La personalidad chispeante, el manejo del humor negro y la mente preclara, hicieron que en dos horas estuviera más que rendido a sus pies. Yo no quería una muñequita perfecta. Mi interés siempre fue crear una pareja sólida, con un proyecto de vida; y para ello necesitaba, forzosamente, que nos entendiéramos.
Al poco tiempo ya éramos novios. Terminando la universidad, nos casamos con la idea que nos venden en las películas cursis: “and they lived happily ever after”. Ahora, en carne propia y a veintitantos años de distancia, tengo muchas dudas sobre mi “acertado matrimonio” …
Siempre he trabajado para grandes constructoras y ella en la industria aeroespacial. Nuestros empleos son demandantes, pero nos permiten tener un buen nivel de vida. Cuando logramos cuadrar las agendas, viajamos disfrutando cada momento juntos. Pero, últimamente, Paula ha estado actuando muy raro.
La escucho hablar por teléfono y, si aparezco, dice: “… perdón, pero tengo que colgar”. Me saluda nerviosa, se lleva las manos a los rizos y juega con ellos. Eso hace cuando no se siente cómoda en alguna situación. La he visto escribiendo en la computadora y, si escucha mis pasos, de inmediato apaga la pantalla haciéndose la disimulada; pero las manos la delatan, invariablemente ellas me dicen la verdad.
La semana pasada, durante la cena, sonó su celular. Estábamos tan cerca que alcancé a escuchar una voz sorprendentemente grave y varonil: “¿Paula?”.
-Está equivocado –dijo de inmediato y colgó, pero de nuevo el lenguaje corporal la traicionó. En un descuido, tomé su teléfono y apareció el nombre de la última llamada: Manuel Vargas.
En otra ocasión atendí el teléfono de la casa:
-¿Se encuentra la señora?
-¿Quién habla? Soy su marido, ¿gusta dejarle algún recado?
-El mixólogo quiere que pruebe las bebidas que le vamos a proponer…
Cuando llegó, minutos más tarde, le pregunté qué significaba esa llamada. Como respuesta recibí un tartamudeo. Esquivó mi mirada y afirmó:
-¿Pero, no te das cuenta que esa llamada no era para mí? ¿Cuántas señoras no hay en el mundo?
Experimentando tantas dudas, me sentí al borde de la paranoia. Nunca fui un hombre inseguro. Hasta pecaba de arrogante. Yo, dirigiendo equipos que hacen presas; yo, que diseño puentes atirantados; yo, el premiado con sus obras de ingeniería… ¿ya soy sustituible, por haber llegado al quinto piso?
¿Pero, qué hice mal? Me considero un marido entregado y respetuoso. Nunca he sido infiel, como acostumbran muchos amigos. ¡Sería incapaz de engañarla! Cumplo todos sus deseos y caprichos: ¿no es tener, acaso, un matrimonio ejemplar? ¿Se aburriría de mí, por habernos casado tan jóvenes? ¿Querrá vivir otras experiencias? Quizás, ¿un hombre con voz de tenor? Yo, la verdad, no canto ni en la regadera…
Precisamente, anteayer llegué temprano a casa y, sin que me viera, la escuché hablando emocionada con Fátima, su amiga de toda la vida:
– ¿Te acuerdas de esa canción que dice, doy gracias al cielo, por haberte conocido, por haberte conocido, doy gracias al cielo y le cuento a las estrellas lo bonito que sentí…? ¿Sí sabes cuál es, o no? ¡Pues esa será nuestra canción!
¡¿Qué?! ¿¡Ya tienen su tema!? Sentí que me volvía loco de dolor y celos. Ella nunca quiso tener uno para nosotros. Siempre decía que esas cosas eran anticuadas: ni yo era Pedro Infante cantando … amorcito corazón, yo tengo tentación de un beso, ni ella “La Chorreada» que silbaba en la película Nosotros los pobres.
Regresé a la calle para tratar de enfriar mi mente matemática. Caminé por el vecindario poniendo en perspectiva los pensamientos: ¿estaba construyendo tragedias sin sentido? Respirar y caminar siempre ayuda a retomar la calma. Después de media hora, llegué haciendo ruido:
-¡Mi amor, ya estoy en casa! – grité con el ánimo de enterarla y, así, dejara esos temas que sentía como puñaladas, destrozándome por dentro.
Durante la cena, Paula estaba sonriente; quizás eufórica, con las mejillas rosas y ese inconfundible brillo que le emana de los ojos cuando está contenta. Platicamos de nuestro día y ya casi al final me atreví a decir:
-En dos días es mi cumpleaños…
-¡Es verdad! ¡Pero si lo había olvidado! –interrumpió, enroscando los chinos entre los dedos.
“¡Mientes! ¡Adúltera!” –las palabras se me quedaron dentro de la boca, pero mi pensamiento las gritaba a todo pulmón. Desvistiendo de ira la voz, solo dije:
-¿Y si cenamos esa noche? Podríamos ir a la Trattoria de Giacomo y pasar un buen rato.
-No lo sé Toño, ese día recibimos el cargamento de turbohélices de Japón. Es muy delicado y no me gustaría delegar responsabilidades. Pero podemos festejar después: ¿no crees? Finalmente, nosotros tenemos muchos motivos de celebración sin importar la fecha –sonrió.
Esa noche perdí toda esperanza… No me rebajaré a rogarle que se quede, tampoco demostraré que mi amor por ella es infinito. La dejaré marcharse para, después, rehacer mi vida.
¡He construido tantas obras…! ¿Pero cómo voy a reconstruir mi vida? Los sentimientos no son de concreto, ni de hierro, no se reemplazan cuando sufren daños. No sé de qué manera vencer al dolor que me ocasiona su traición.
Juramos amarnos, ante el altar, en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad… hasta que la muerte nos separara… pero al final, al parecer, las palabras se las lleva el viento.
Ya no tengo dudas de su desinterés…
Salí a correr los 5 km reglamentados. Paula, dormía. Siempre despierta más tarde los sábados y estaba seguro que al regresar me recibiría con un regalo. No se cumplen cincuenta todos los días…
“En verdad no creo haber fallado como pareja, pero los humanos cambiamos… Sigo sin poder creer que esté teniendo una aventura, ¿Me están cambiando por otro?” –pensé mientras corría.
Y al regresar encuentro en la cocina el jugo, un plato con melón y una nota:
“Toño, tuve que salir de emergencia a la planta, por un imprevisto con el envío de Japón que te comenté. Te amo, Paula”.
“¿Cómo es posible? ¡No fue capaz ni siquiera de esperarme! En verdad, esto se acabó…” –el timbre del teléfono me saca del ensimismamiento.
-¿Aló?
Del otro lado de la línea, el administrador del Club de Golf necesita que lo alcance en el restaurante para firmar el nuevo contrato de mi acción. Asegura que no tardará mucho.
“Me visto y voy –razoné–. Resulta más atractivo empezar el día desayunando unos buenos chilaquiles con salsa de guajillo, que quedarme solo en casa”.
-Haga lo necesario… ¡Gracias! –cuelgo e ingreso al restaurante, nada feliz con la segunda llamada del día.
De pronto, suenan las trompetas y el guitarrón con los primeros acordes de «Las Mañanitas». Y pasmado veo cómo de la parte posterior comienzan a entrar amigos y familiares. El maestro de ceremonias, micrófono en mano, anuncia:
-Con ustedes, acompañada por el mariachi Vargas, Paula cantará para el festejado…
“Tengo algo que decirte y no sé cómo empezar a explicar.
Lo que te quiero contar
sabes una cosa
no encuentro las palabras, ni verso, rima o prosa.
quizá, con una rosa te lo pueda decir…
Doy gracias al cielo
por haberte conocido.
por haberte conocido
doy gracias al cielo
y le cuento a las estrellas
lo bonito que sentí.
lo bonito que sentí
cuando te conocí…”
¡No importa cuánto desafina! Paula siempre sale airosa. Levanta la copa y, mirándome con picardía, acapara la atención de todos:
-Gracias por acompañarnos… pero, sobre todo, por saber guardar secretos. Hoy es un día especial, porque estoy celebrando al amor de mi vida y gran compañero de ruta. Propongo un brindis por Toño. Para la ocasión, pedí prepararan una bebida que llamaré «Presa». No por la que construyó el cumpleañero, junto con su equipo, en Tuxtepec… si no, por mí… porque quiero vivir presa entre sus brazos hasta el último día de mi vida.
Estoy en shock… ¿Se me notará? ¡Era una fiesta sorpresa lo que se traía entre manos! En medio de la emoción y respirando, aliviado de dudas, tengo un momento de lucidez. ¡¿Qué hice?!
-¡Voy al baño! –me disculpo, para componer el error… Marco el mismo número, una y otra vez: “¡Contesta! ¡Contesta!”
-¡Licenciado, gracias por atenderme! Por favor, cancele lo que le solicité. Todo fue un malentendido. Haga de cuenta que nunca solicité sus servicios.
-Como usted guste señor Antonio. Hace rato lo escuché muy decidido. Después de lo que hablamos ayer, ya estaba preparando la demanda y…
Dejo de prestarle atención, sonriendo; imaginando que olvido realizar la inminente llamada. Sin duda, hubiera sido doble la sorpresa…
No muy lejos, como colofón del conflicto, suena El Mariachi Loco:
“Allá voy Paula”.