Marcela Guadalupe Anaya Mares. Con la facilidad de quienes no necesitan batallar para inventarse historias, Marcela refleja en sus textos la vida y los sueños que la habitan. Con espontánea sencillez y valiéndose de las herramientas que proporciona la literatura, nos invita a reflexionar en torno a temas contemporáneos.
Marcela, es licenciada en Psicología Industrial y, aprovechando la experiencia de su profesión, ha decidido explorar el mundo del arte de la mano del maestro Miguel Barroso Hernández. Desde el Taller de Escritura Creativa Miró, gana la técnica y la habilidad para crear.
¡Sorpresa!
Me llamo Carlota y cumplí 20 años de matrimonio la pasada semana. Arturo y yo nos casamos muy enamorados y al día de hoy el amor sigue abrazando nuestras vidas.
Siempre hemos celebrado juntos de algún modo especial, pero para esta ocasión preparé una sorpresa, sin imaginar que lo haría pasar momentos incómodos.
Arturo me llevaba cada año a las Vegas y fue lo que me propuso, pero le dije que tenía una convención muy importante en New York, por mi trabajo. Mejor celebrábamos yendo a cenar o “hagamos algo inusual” –le propuse.
Entonces, me dediqué a planear la fiesta sorpresa, con toda la familia, en La Parada, una preciosa hacienda, propiedad de mi mejor amiga Irene.
En aquel paraíso con alberca, caballerizas, rodeado de árboles frutales y un fabuloso orquideario, nada podía fallar. Las 15 habitaciones, estarían a disposición de nuestros invitados; el salón de eventos, el área de juegos y hasta el cine propio de la residencia.
En medio de los preparativos, intenté que Arturo no sospechara; pero lo notaba preocupado con mis constantes salidas. ¿A dónde iba tan arreglada? Le decía que estaba asistiendo a labores sociales con amigas de la secundaria o que tenía reuniones importantes en la empresa. Realmente iba con una prima de él, organizadora de fiestas, para coordinar el menú, mantelería, flores, meseros, bebidas, la música, personal de limpieza, etc. Dejaba las responsabilidades de la casa, en manos de la empleada y en más de una ocasión llegué y ya Arturo estaba cenando con los niños, evidentemente molesto.
Llegó el día de nuestro aniversario y le dije que había reservado en un spa especial con masaje de chocolate.
-¡Eso es cosa de mujeres, Carlota! –protestó.
-¡Ándale amor, dame gusto! Vamos a relajarnos que en la noche nos invitó Irene a cenar en La Parada. Te prometo que lo vas a disfrutar –aseguré.
Nos recibieron con una copa de champán y nos llevaron al primer cubículo. Olía a jazmín y la música tenue, alternaba con el canto de unos pajaritos. La masajista nos embadurnó de chocolate todo el cuerpo y nos dio un masaje relajante. Después de bañarnos, acudimos al jacuzzi y disfrutamos de una exquisita ensalada de frutas. Estuvimos en el cuarto de vapor y luego activaron nuestros chakras con aceites aromáticos. En el área de estética, nos cortaron el pelo y a mí me maquillaron. Había comprado ropa nueva y, luego de vestirnos, estábamos listos para irnos a la hacienda.
Llegamos y un mozo nos condujo al salón donde supuestamente nos esperaban Irene y su esposo.
Los ojos verdes de Arturo, brillaron cuando las puertas se abrieron y todos los invitados comenzaron a aplaudir; mientras el mariachi tocaba nuestra canción favorita. ¡No lo podía creer! Estaban sus primos y tíos, amigos de la prepa y la universidad que no veía hacía mucho. La emoción hizo que olvidara las dudas o los celos que había experimentado, semanas antes, y me abrazó con lágrimas en los ojos.
Mientras bailábamos nos besamos con la pasión de siempre y le dije que era el amor de mi vida y extremadamente feliz a su lado. Sin temor a equivocarme, pudiera decir que esa noche fue nuestra mejor celebración de aniversario.