Antonio Augusto González Cruz. Jack el saltarín

 

Antonio Augusto González Cruz. Es Ingeniero Civil con 15 años de experiencia laboral. Se adentra en el mundo de la plástica bajo la tutela del artista Enrique Sandoval y, actualmente, explora la técnica de la acuarela con el pintor Joel Díaz. La literatura, es su pasión y como miembro del Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por Miguel Barroso Hernández, en Veracruz; ha publicado varios de sus cuentos en el periódico digital 7 Días de Puebla. En su obra literaria, Tony no solo refleja lo cotidiano o caricaturiza el mundo que le rodea. Defendiendo la crónica de lo maravillosa que puede resultar la realidad; es fiel seguidor del gran movimiento de escritores latinoamericanos que dio credibilidad a los aspectos mitológicos o espirituales de nuestra cultura.

 

Jack el saltarín

 

Alicia caminaba leyendo el nuevo ejemplar de novela barata, que se vendía cerca de la base militar de Aldershot. Compró su manzana en uno de los puestos del camino y no paró hasta llegar al Lacrimatorio.

– ¡Hola! ¡Ya estoy aquí! –gritó al entrar. Nadie respondió, pero escuchó ruidos en la habitación del fondo.

– ¿Está sabrosa la manzana? –preguntó Marianne, hundiendo su mano en el corte abdominal que hiciera, segundos antes, al cadáver.

– ¡Jugosísima! –contestó Alicia, mientras la embalsamadora dejaba estómago y páncreas en la bandeja.

Cerca de la mesa de trabajo, aquel elegante calzado de mujer, sobre una banqueta, contrastaba con el resto de utensilios y objetos propios de la institución funeraria.

-No sabía que usabas zapatillas, así de finas. Tienes un look muy lúgubre, para andar en tacones tan estilizados. Además, son enormes –dijo Alicia, con ironía. Le dio una enorme mordida a la manzana, tiró el núcleo con las semillas al basurero y terminó limpiándose las manos en los pliegues de la falda.

Marianne, colocó el dedo índice, ensangrentado, sobre sus labios.

– ¡Shhh! No son mías –murmuró–. Pertenecen a alguien que conocí por accidente.

– Pero, ¿para qué te los dejó aquí? Ha de ser muy rica, quizás prostituta, porque no son nada baratos esos zapatos… O por la talla, debe tratarse de un travesti.

-Pega bien tu culo adivino en la silla, que no vas a creer de quién son –aseguró a la amiga, mientras le sacaba el hígado al muertito–. ¿Recuerdas que, hace varios días, un ser supuestamente de otro mundo atacó a unos guardias cerca del Fuerte Aldershot?

– ¡Claro! El monstruo ni se inmutó con los disparos y vomitó un fuego azul; luego pegó un brinco olímpico y se llevó a uno de los vigilantes –relató Alicia, con aires de cronista bien informada–. Justo cuando venía para acá leía la novelita que ya sacaron sobre Jack el saltarín: así lo apodaron; porque además de escapar saltando con sus víctimas, riega los órganos por toda la ciudad. Pero… ¿qué relación tiene este homicida con las zapatillas?

– ¡Qué poco originales son esos escritorcillos! Ahora resulta que le van a poner Jack a todos los destripadores –reflexionó Marianne y se preparó para soltar la verdadera bomba–. No es un extraterrestre, solo usa buenos trucos para ocultar su identidad; ni siquiera es hombre… El asesino es una mujer y la destripadora soy yo. Los zapatos me los trae, para colocárselos cuando ya están listos los difuntitos.

– ¿Cómo? ¿Entonces ese cadáver no es… de ningún cliente?

– ¡Lo trajo ella! Colecciona hombres bellos, en tacones, y me contrató para que los embalsamara.