EN LAS NUBES
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Nos pidieron su historia. Hoy cumplimos.
Recordamos al bardo nayarita, mexicano Amado Nervo.
Y que mejor que apoyamos en lo que nos platica en Pátinas del Tiempo, su autor José Antonio Aspiros Villagómez.
Nervo fue el más constante y “el más abiertamente religioso a la antigua usanza”.
En Yo te bendigo, vida, (primera edición en Ediciones Proceso, 2019, 189 páginas), trata sobre la educación provinciana de Amado Nervo, quien aprendió con libros que todavía siete décadas después conocimos, tales como el Silabario de San Miguel y el Catecismo del padre Ripalda, además del Manual
Yo te bendigo, vida es un libro ilustrado con fotografías propiedad de la familia Padilla Nervo. La primera de ellas data de 1870, año en que nació el personaje, y aparece en brazos de quien parece ser la nana Juliana, una mujer autóctona de la región.
Él era descendiente de españoles.
Nervo murió el 24 de mayo de 1919 cerca de los 49 años en Montevideo, y su cadáver llegó a México seis meses después. Multitudes le rindieron homenaje a su paso por diversos países y aquí mismo.
El Congreso de Uruguay lo designó “príncipe de los poetas continentales” y, como “la memoria (…) elige a unos cuantos escritores y los vuelve figuras trascendentales”, el “canon poético” los convierte, a su muerte, en objeto de la gratitud de la nación, con solemnes honras fúnebres, nombramientos de hijo predilecto y lugares con su nombre.
Hace un año (24 de mayo de 2019) se cumplió un siglo de la muerte de Amado Nervo, y el próximo 27 de agosto será recordado en el ámbito culto de México, en el sesquicentenario de su nacimiento.
Nos fue preciso recurrir a la siempre útil Enciclopedia de México para determinar si Nervo fue nayarita como se le considera comúnmente pues, cuando nació en 1870, su natal Tepic había dejado de ser un cantón del estado de Jalisco para convertirse, por acuerdo de Benito Juárez, en un distrito militar, y luego en Territorio de Tepic bajo la presidencia de Manuel González.
El estado de Nayarit fue creado en 1917 a propuesta de Venustiano Carranza, apenas dos años antes de la muerte del famoso bardo. Eu su obra, Monsiváis usa apropiadamente el gentilicio tepiqueño, no nayarita.
Tenía 24 años cuando viajó a la capital del país y, sin dejar de valorar el conservadurismo provinciano pese al triunfo militar de los liberales, su formación y desarrollo se dieron en las ciudades de México, París y Madrid. Estos antecedentes influyeron en sus escritos, tanto periodísticos como literarios.
Por ejemplo, Monsiváis refiere que el estilo de Nervo fue necesariamente cursi en sus crónicas y que tuvo un jefe enemigo de los adjetivos, cuando en 1892 se inició como periodista en El correo de la tarde, de Mazatlán, pero que una característica de sus textos fue siempre la sinceridad.
También Alfonso Reyes llegó a escribir que un gravísimo peligro del cronista era la cursilería, que sin embargo reconoció como un riesgo del oficio.
En las páginas de este libro también se abordan las temáticas preferidas por Nervo: su asombro por la “gran ciudad” de México y los encuentros y desencuentros del amor y la felicidad, y sus conceptos sobre París desde donde colaboraba con diarios mexicanos, incluidos sus anticlimáticos elogios a la torre Eiffel en 1900, cuando estaba amenazada de desmantelamiento.
En Europa, Nervo se dedicó a la bohemia antes de ingresar en 1905 al servicio diplomático sin dejar el periodismo, y en 1910 se le prohibió escribir de política después de que en un artículo sugirió que el rey Alfonso XIII de España debería visitar México durante las fiestas del Centenario.
Pero se mantuvo en la diplomacia porque fue sucesivamente porfirista, maderista, huertista y carrancista.
Institucional. Estuvo en la embajada en Madrid hasta que Venustiano Carranza lo retiró, pero después lo hizo ministro plenipotenciario en Argentina, Uruguay y Paraguay donde, ya enfermo, fue recibido con homenajes, brindis y recitales.
Nervo vivió durante casi once años con Ana Cecilia Luisa Dailliez, a escondidas por no estar sujetos a ninguna ley, según dejó constancia en La amada inmóvil, sentido libro escrito tras la muerte de ella en 1912, víctima de la fiebre tifoidea.