Gustavo Monterrubio Alfaro
Después del debate Kamala-Trump, ese desafiante Trump, que retaba a Biden con sorna e insolencia, recula y afirma no debatirá más con una mujer. Creo que la misoginia, pero más la evidente derrota sufrida, lo han obligado a arriar banderas, por lo menos en un tinglado que se creía experto e invencible.
¿El debate y la retirada de Trump influirá en el resultado del 5 de noviembre? Tal vez sí, tal vez no. ¿Porqué ésta ambivalencia?, por la sencilla razón que el sistema electoral norteamericano es sui generis, único en el mundo.
Aquí no gana el que obtiene más votos, tampoco el que acumula el número mágico de delegados a la convención partidista, 270, de 538 votos electorales, sino el que logre sortear un sinnúmero de trampas, vericuetos, laberintos kafkianos, chicanas políticas y legales, entre otras añagazas y garlitos que hay que superar.
Para empezar, los votantes no eligen la formula electoral propuesta sino a delegados, y éstos son los que la eligen; luego se llevan a cabo cincuenta elecciones, porque cada estado que conforma la unión, tiene sus requisitos y procedimientos propios; en 48 estados y el distrito de Columbia, el que obtiene la mayoría de votos se lleva todos los delegados que cada entidad aporta.
No obstante, el resultado se podría definir en sólo siete estados clave: Arizona, Georgia, Michigan, Nevada, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin; el truco en éstos consiste en que están en empate técnico, o sea, los votantes indecisos, los no comprometidos, los jóvenes y los despistados de siempre no se decantan por nadie en particular ni por la abstención, por lo tanto, el resultado es tan incierto que los momios danzan en el tinglado del caos.
Hay que sortear también la frenética espiral de caucus (asambleas) partidistas; recaudar la mayor cantidad de dinero de donantes privados, quienes de esta manera compran al eventual presidente, vicepresidente y legisladores; este privilegio como siempre es sólo de los grandes donantes, los de chequera generosa de seis cifras y más.
Y por si lo anterior no fuera suficiente, resta el desafío de cruzar el proceloso mar de la Suprema Corte.
Y si algún valiente ha llegado hasta aquí, sean para él los laureles de la victoria, aunque no la corona de oro, porque ésta sólo la porta un@.
Lo que antecede es sólo un bosquejo del sinuoso, tramposo, laberíntico, antidemocrático y corrupto sistema electoral norteamericano.
De suerte que, no obstante las encuestas, el resultado del debate, las sesudas reflexiones de “expertos”, “analistas” y “opinólogos” profesionales se decanten por Kamala Harris, la suerte no está echada.
Trump ha anticipado que no reconocerá un resultado que le sea adverso, tampoco ha renunciado ha intentar otro golpe de estado, máxime que los jueces alimentan esta posibilidad al concederle inmunidad, desestimar cargos, aplazar juicios y ofrecerle una vía de escape por los diversos juicios y múltiples cargos que acumula, en uno de los cuales, de nivel estatal, fue encontrado culpable y sólo falta la sentencia, que seguramente se emitirá una vez finalizada la contienda.
Las huestes supremacistas que apoyan a Trump velan armas, a la espera de la orden para corregir el fraude electoral, recuperar la libertad y la democracia, en aras de contener la voracidad del estado. Si en el primer intento falló, en el segundo podría lograrlo.
En resumen, la pregunta clave sigue sin respuesta: ¿quién ganará? Yo no estoy seguro tampoco, pero me inclino por la influencia que tendrá en el ánimo de no pocos votantes norteamericanos el genocidio que el gobierno judío lleva a cabo en Palestina con todo cinismo e impunidad; protegido, amparado, armado y financiado por el gobierno norteamericano.
Mi esperanza radica en que los ciudadanos humanistas, sensibles a las injusticias y al dolor humano, que no se tragan las mentiras y manipulación mediática, exacerbada por las redes sociales, en un momento de reflexión humanista y sensibilidad solidaria voten contra los que avalan o voltean para otro lado, por la brutalidad, infamia y bestialidad, más el insolente desprecio a las leyes internacionales del gobierno de Israel, y voten en conciencia o se abstengan; en este tenor, en una contienda cerrada en los estados clave, podrían darle vuelta a las expectativas y tendencias esperadas, o sea, Kamala Harris podría ser derrotada, porque carga el estigma, la herencia de la insensibilidad de Biden, respecto al genocidio de los palestinos por parte de los judíos; a menos que ofrezca vías creíbles de cesar el apoyo al genocidio, podría asegurar el triunfo.
Y no obstante, tanto Kamala como Trump compiten por asegurar que Israel continúe la masacre de palestinos inocentes y desarmados, la culpa actual, el costo político, es de la candidata oficial.
Y si como afirman los que saben, el fascista Trump amenaza lo que se llama democracia en la tierra de Lincoln, Kamala no es menos peligrosa para el mundo, porque representa la guerra perpetua: al complejo militar industrial.
En todo caso, cualquiera sea el resultado, para los terrícolas fuera del perímetro de Estados Unidos, da lo mismo que gane Chano que Chana, porque “Estados Unidos no tiene amistades permanentes, sino intereses permanentes» (John Quincy Adams, sexto presidente de Estados Unidos).