El uso incontenible del celular con sus secuelas de ansiedad, enfermedades mentales y suicidio
Xavier Gutiérrez
La otra pandemia ahí está. De hecho no se ha ido. La han fechado a partir de 2010. Ataca a través de la vista, las manos, lentamente. No tiene prisa.
Los medios los ayudan religiosamente.
Las víctimas caen por millones, como moscas.
Se desarrolla especialmente en los países desarrollados, pero no discrimina.
El efecto es preocupante y brusco: depresión, ansiedad, trastornos psicológicos…suicidio.
Es el uso indiscriminado, incontrolable de los teléfonos inteligentes.
Esta pandemia avanza sin dramatismos, pero es indudablemente efectiva.
La ha documentado el libro La Generación Ansiosa. Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes, el cual ha estado este año en la lista estelar de los libros más vendidos de The New York Times.
Su autor es el psicólogo social Jonathan Haidt, egresado de la Universidad de Nueva York y reputado como “Uno de los 100 Pensadores Globales más Importantes”.
Este hombre y su equipo han documentado el fenómeno. Lo muestra de una manera objetiva, con estudios y estadísticas, con realismo sin drama. Da la dimensión del mismo y apunta soluciones. Queda la siguiente acción en manos de padres y gobiernos.
Expone lo que le ha ocurrido a la generación nacida después de 1995, conocida como “la generación Z”.
Expone la dimensión del problema como un tsunami a partir de 2010.
Alerta con cifras cómo la ansiedad pasa, de ser una alerta sana a una enfermedad con víctimas que evolucionan hacia la depresión, la tristeza, el vacío, la desesperanza y la pérdida de interés o del placer en la mayoría de las actividades o en todas.
Y apunta cómo un importante número de adolescentes sumidos en esta oleada es llevado por la autolesión de diversas índoles y un porcentaje alto termina en el suicidio.
Revela las estadísticas del avance de esta situación particularmente en los Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido, pero igualmente se extiende a los adolescentes de Finlandia, Suecia, Dinamarca y Noruega. Da cuenta del crecimiento brusco de ansiedad y depresión y las hospitalizaciones por motivos de salud mental en estas naciones.
En contraparte, subraya la importante necesidad de recurrir al juego libre de los niños y adolescentes, como mecanismo natural y maravilloso frente al uso libérrimo e incontrolable del celular.
Exalta las bondades ancestrales, comprobadas en animales y humanos, del aprendizaje jugando en espacios abiertos, niños solos o con amigos, en equipos, bajo la vigilancia o compañía de los padres.
“El juego con cierto grado de riesgo es esencial, porque le enseña al niño a cuidar de sí mismo y de los demás. Los niños sólo pueden aprender a no sufrir daños en situaciones en las que es posible hacerse daño, como luchar cuerpo a cuerpo con un amigo, fingir un duelo con espadas, o negociar con otro niño para disfrutar de un subibaja cuando salir mal parados en esa negociación puede provocar dolor de posaderas además de vergüenza”, escribe en una de sus reflexiones.
En varias páginas pondera lo positivo del juego libre, abierto, creativo de los chicos, a base de ensayo y error, como camino para aprender a manejar sus emociones y cómo esto resulta fundamental para modelar un cerebro en desarrollo.
El autor, con gran riqueza informativa en todas las facetas del problema, concluye a manera de soluciones, proponiendo cuatro reformas que proporcionarían una infancia más sana en la era digital:
Nada de smartphones antes de los 14 años, nada de redes sociales antes de los 16 años, nada de teléfonos móviles en los colegios, más independencia, juego libre y responsabilidad en el mundo real.
Para su fortuna, y de otros científicos sociales que reman en similar dirección, varios gobiernos tanto en Norteamérica como en Europa han escuchado este tipo de reflexiones y ya actúan en consecuencia. En buena hora para los jóvenes de hoy, sacudidos peligrosamente por esta pandemia tan grave o más que la otra.