Se cumple un año desde que se identificó el primer caso de COVID-19 en México. Fue el 27 de febrero cuando se detectó que un mexicano había regresado infectado de un viaje de Italia.
Ahora, a un año, oficialmente han muerto 181,000 mexicanos (asumiendo que son muchos más), niños y niñas, adolescentes y jóvenes universitarios no han tenido clases presenciales por casi 11 meses, la economía cayó casi un 10% en el 2020.
En Puebla hemos rebasado la barrera de las 9 mil defunciones, aunque se sabe que el número correcto debe oscilar en los 15 mil.
Adicionalmente, a un año, nos encontramos en la situación insólita de tener en este momento, no solo contagiado al secretario de la Defensa, el general Luis Crescencio Sandoval, y al Subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, sino también el Secretario de La Marina, el almirante Rafael Ojeda, por segunda vez resultó positivo en la prueba del coronavirus en menos de cuatro meses. Obviamente el personal cercano de estos funcionarios también tiene que ponerse en cuarentena hasta definir si se contagiaron y qué tan fuerte les impactará la enfermedad. La plana mayor de la seguridad nacional de México, a un año de que se identificó el primer caso en el país, están confinados, trabajando de casa, al igual que millones de mexicanos. La diferencia es que la seguridad del país está en sus manos. La Secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, tardó más de dos meses en recuperación, antes de que pudiera asumir el cargo de la nueva secretaria.
El presidente Andrés Manuel López Obrador habría declarado hace un mes que él también había salido positivo. Y aunque reconoció que tenía síntomas, milagrosamente en dos semanas regresó a sus conferencias de prensa matutinas.
Y, aun así, presidente aseguró que no usaría el cubrebocas, sin importar qué recomendaciones hubieran hecho sus asesores médicos y los encargados de enfrentar la pandemia: El uso de cubrebocas es uno de los pasos esenciales para reducir el contagio en la población. Es tan importante esto, que uno de los primeros actos ejecutivos que hizo Joe Biden cuando asumió la presidencia fue ordenar que dentro de lo que permitía la ley federal, todo ciudadano tendría que usar cubrebocas.
A un año de que se inició la pandemia, han muerto en Estados Unidos más de medio millón de personas. México seguramente llegará a un cuarto de millón de defunciones a lo mejor este año.
Ante el catastrófico manejo de la pandemia por Donald Trump, una de las lecciones aprendidas en este año es que la capacidad de liderazgo es importante durante una crisis. La segunda lección es que los gobiernos deben tener flexibilidad y capacidad de cambiar de rumbo o visión una crisis. Estas dos primeras lecciones, claramente, López Obrador no solo no las aprendió, rechazó abiertamente que tendría que cambiar de rumbo y de estilo de liderazgo.
Y, al igual que Donald Trump, el presidente de México se aferró a un discurso que buscaba dividir, agredir y mentir porque le apostó que esta estrategia le aseguraría su reelección.
El presidente de México, a cuatro meses de las elecciones intermedias, también le apuesta a dividir. Está por verse el éxito o el fracaso electoral que tendrá Morena, el partido del presidente.
Pero sin importar quién gane o pierda, México estará más dividido que nunca. Y otra lección importante que surge de esta pandemia es que lo que se requiere es unificar y buscar un consenso con todos los actores sociales, políticos, religiosos y económicos. Se necesitan estadistas, no politizar la tragedia con fines políticos, dispuestos a escuchar y si es necesario, cambiar de opinión.
Si los gobiernos no pudieron aprender de los errores después de un año de COVID-19; el 2021 se vislumbra igualmente complejo, esperemos que no sea igualmente de catastrófico.