Un hombre con una antorcha encendida junto a una enorme alberca de gasolina
Xavier Gutiérrez
Una tormenta en el mundo es Trump en la antesala del poder. Un tsunami realmente. Se materializa a partir del 20 de enero al asumir la presidencia. Pero el preludio ya anticipa rayos y centellas.
Sus paisanos, sus propios electores y hasta los psiquiatras estadounidenses lo han catalogado como un hombre con severos problemas patológicos. Un ente inestable, belicoso, ofensivo, fanfarrón, misógino, autoritario.
Todos estos adjetivos no se han usado como ofensa o agravio para su persona. Sencillamente lo describen.
Él al frente del país más poderoso del mundo. Imaginémoslo de otro modo: una gigantesca alberca de gasolina y alguien con una antorcha a cincuenta centímetros. Ese es Donaldo.
Así está el mundo.
Sin embargo, siempre habrá un poco de cordura en la locura. Y también siempre habrá un poco de locura en la razón.
Amenaza con hacer realidad todas sus promesas. Algunas ominosas para el planeta. Otras con destinatario más cercano, México está a la mano.
Hacia nuestro país blande una espada de al menos tres filos: aranceles, migración, seguridad.
Anticipa deportar a por lo menos once millones de ilegales, cerrar la frontera, fijar elevados aranceles para proteger su economía y empleo, perseguir a los cárteles aún en territorio mexicano y otras medidas.
Algunos, allá y acá desdeñan esa mentalidad de verdugo inquisitorial.
Recurren al viejo dicho de referencia canina popular en el mundo: “Perro que ladra no muerde”. La cita tiene sustento parcialmente: en su periodo presidencial anterior no cumplió todas sus amenazas o fanfarronerías.
Hoy es otro: con un poder absoluto al tener en un puño el Congreso, la Suprema Corte y el espeso sedimento de votos.
Se le atravesarán factores poco citados en los análisis: el enorme costo logístico y económico de las deportaciones, por ejemplo.
El hueco, desbalanceo y ruptura de la economía gringa al expulsar mano de obra importante en rubros como la agricultura, hotelería, construcción y servicios. Puede ser como darse un tiro en la pierna.
Tocar pilares fundamentales de la economía estadounidense es trastocar la vida, el buen nivel de vida de esa sociedad para la que gobernará.
Kennedy dijo alguna vez que si Estados Unidos es derrotado un día sería desde dentro.
Los complejos industriales bélicos con por lo menos dos frentes de guerra activos (Israel y Ucrania) no se quedarán con los brazos cruzados si un intruso adultera sus incesantes proyectos en el planeta. Son resortes sumamente importantes en la economía de esa nación.
Y por último, las locuras de ciudadanos de ese país más el libérrimo derecho a comprar y usar armas, han dado por resultados en aquella nación que al menos cuatro presidentes en funciones y varios como candidatos hayan sido objetivos de atentados mortales.
Trump mismo es testigo de ello, porque ha sido también objetivo de locos armados.
De modo alguno se apela aquí a ese camino demencial, bárbaro, sólo se consigna un fenómeno social, fruto del caldo de cultivo de esa sociedad y sistema, que repetidas ocasiones registra a lo largo de su historia tal mecanismo para dirimir sus diversas formas de entendimiento o rechazo.
Es su historia.
Alforja
Manotazo en la mesa. Muy importante sería que los gobernadores, el electo y quien está en funciones, más el Congreso, con un manotazo en la mesa procedieran a sancionar a los alcaldes ladrones que dejan el cargo.
Son muchos los ejemplos que los propios presidentes hoy en funciones han denunciado. Se quejan de que sus antecesores los dejaron sin dinero, con deudas, con negocios firmados o comprometidos, con burocracias engordadas y atornilladas a las nóminas. Una papa caliente en la garganta de los nuevos funcionarios, tronándose los dedos o mirando hacia la banca para conseguir recursos para hacer frente al caos.
¡Ya basta de esa impunidad consentida! Sería una excelente medida-compromiso que el nuevo poder estatal sentara un precedente y pusiera fin a esas hordas de pillos que han hecho de la función pública verdaderas cuevas de Alí Babá.
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