Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, Teresa Vázquez Mata, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
Un regalito en el taxi
Aurora se sentía olvidada, vieja, inútil. Su vida era una rutina y la habitaba por inercia. Cumplió, como verdadero autómata, las obligaciones que impone la sociedad: estudiar, casarse, parir, criar hijos… y ahora era un ente vacío. ¡No tenía nada! Luego de la «sorpresa» que le diera el marido, diez años atrás, yéndose con aquella jovencita de carnes firmes; sólo le asombraba la amabilidad de quienes la entretenían con lindas conversaciones o le regalaban generosas propinas.
Como conductora de taxi, expuesta al peligro, inconscientemente, el sentido de la alerta continuaba funcionándole. Sin embargo, ese día no sospechó nada…
Un joven pulcro y vestido correctamente, subió a su vehículo. La saludó cortés, solicitando lo llevara a una dirección cercana. Podía caminarla, pero traía una maleta negra y Aurora supuso que esa era la razón para no irse a pie.
Llegaron al lugar, rápidamente, el joven sacó un billete de cien pesos y se lo entregó. Al bajar del taxi salió corriendo, en sentido opuesto al de los autos, dejando la maleta olvidada.
“Está regresando” –pensó Aurora extrañada. Y no le dio mucha importancia a lo del equipaje porque, de alguna manera, sus hijos gemelos eran igual de despistados; al punto de no averiguar, ni siquiera, si su madre estaba viva, luego de todo el sacrificio que hizo para convertirlos en hombres de bien.
Metros adelante, dio vuelta a la derecha; aparcó el auto y se dispuso a revisar las pertenencias del joven, en busca de alguna identificación, para devolver lo que no era suyo. Volteó a ambos lados y al no ver a nadie, decidió abrir la maleta.
-¡Virgen Santísima! –gritó espantada, haciendo la señal de la cruz.
La calle estaba vacía, comprobó una vez más y volvió a asomarse a ver el contenido.
-¿Pero, cómo te llamas? Y ahora, ¿cómo le hago para encontrar a tu familia?
Era un bebé de aproximadamente dos meses, envuelto en una cobijita con dibujos de tigres. Traía su biberón lleno, la lata de fórmula infantil y una nota:
“No me juzgue mal, por favor. Le ruego se encargue de hacer lo que considere mejor para él”.
Aurora, no podía entenderlo. Volvió adentro y sujetó el volante, nerviosa. ¡No sabía cómo debía proceder…! ¡Nadie está preparado para encontrarse a una personita empaquetada! Era una mujer madura sin motivaciones y de repente, su vida volvía a llenarse de esperanzas… Lo correcto, en su cabeza, era entregarlo a las autoridades; pero… ¿Debía hacer, nuevamente, lo correcto? ¿Qué quería…?
Bajó del taxi, abrió la puerta trasera y acomodó al bebé entre sus brazos.
– ¡Bienvenido seas Tigre! –murmuró, sonriendo, mientras lo alimentaba.