Teresa Vázquez Mata. Desde el Taller de Escritura Creativa Miró, bajo la tutela del escritor Miguel Barroso Hernández; vuelve a deleitarnos la narrativa de Teresa Vázquez Mata. Y es que escribir se ha convertido en su pasión y, con la práctica, en fuente inaplazable de cuestionamientos:
¿Quién va a salvarme, a pesar del posible riesgo? ¿Por qué actuar con indiferencia? ¿Cuán lejos, puedes llegar, si te lo propones? ¿En serio, somos tan incluyentes, como posteamos en nuestras redes? ¿Las segundas oportunidades, existen?
Tere reflexiona siempre y, así, consigue el aplauso en cada uno de sus textos. Como exigía Mario Benedetti: no se queda inmóvil; ni congela el júbilo; ni quiere con desgano; ni se llena de calma; tampoco duerme sin sueños; ni se piensa sin sangre… porque escogió no conformarse con ser, sencillamente, una simple mujer.
El texto “Nueve puertas: cinco o seis historias de amor”, es un acertado reflejo de la técnica de los vasos comunicantes: conectando y modificando hilos narrativos independientes.
Nuevas puertas: cinco o seis historias de amor
El primer protagonista, en esta historia, de pronto se sintió mal y acudió al médico. Con treinta y tantos años, incuestionable galanura y negocio próspero; nadie espera que le van a decir: “usted tiene leucemia”.
Un amigo, a quien llamaré Julio, llegó de madrugada a mi casa, igualmente desesperado. Vestido con su overol de terciopelo rosa y unos lentes obscuros, que tapaban el ojo morado que traía, me dijo:
-No tengo ni para el taxi. Mi papá me pegó y me corrió. Dijo que estaba enfermo, que si me gustaba la calle, que me largara. Pero a mí lo que me gusta, son los hombres, no la calle.
¿Enfermo? –susurré indignada. El trasplante de médula, sí te convierte en paciente de un hospital, con todos los riesgos que implica. Afortunadamente, Lorenzo fue compatible con el donante: su hermano. Y sorteando el mutuo desinterés del día en que nos conocimos, previo al diagnóstico, el hombre que tuvo una segunda oportunidad, se convirtió en mi gran amigo.
En ocasiones, debemos cruzar o abrir puertas de esperanza.
-Hay arroz y albóndigas en el refri. Que cene y ya mañana será otro día –dijo mi madre al enterarse lo que le sucedía a Julio. Jamás me gritoneó: Pero ¿cómo se atreve? ¿Qué le pasa? ¡Esta es una casa decente y no un hotel de mala muerte! ¡No! Recibíamos a quienes nos necesitaran, a la hora en que lo requirieran; y más si habían sido víctimas de un padre cegado por la fobia.
Al día siguiente no hubo preguntas incómodas o cejas levantadas, mucho menos expresiones lastimosas; solo un cerro de hot cakes, con nueces picadas y licuado de fresa para todos.
No tolero las injusticias, ni siquiera las que no atentan, directamente, contra el ser humano…
Contrariada, recuerdo el día en que me invitaron a una pool party en medio de la selva. Mientras los anfitriones se preparaban para recibir a los extranjeros que asistirían, yo nadaba sacando insectos del agua y, hasta socorrí a una ranita moribunda, evocando a mi padre. Él rescataba a cuanto ser vivo encontrara en cubetas o piscinas decorativas. Juntaba sus enormes manos, en forma de concha, para evitar dañarlos más y, ya que los tenía, abría los dedos cerca del piso para que cayeran en tierra firme.
En una de mis brazadas para tomar aire, escuché gritar a los invitados que ya habían llegado. Incluso, me señalaban con cara de susto. ¿Acaso, con la nadada, perdí la parte superior del bikini? –pudieran pensar– ¡No! Jamás he usado trajes de dos piezas. Entre el griterío logré entender la palabra “snake”.
Tenía como compañera de carril a una víbora de, escasos, 20 centímetros. Sin temor alguno salí por la canastilla para sacarla. Los espectadores seguían pasmados. Incluso, algunas mujeres, con cara de terror, estaban subidas en sillas.
Y yo con ganas de decirles: “seamos objetivos, la viborita pesa 50 gramos y nosotros más de 50 kilos. ¿Qué creen que les pueda hacer? ¡Se siente más asustada que todos ustedes juntos!”
Estaban sorprendidos con mi proceder. ¿Preservar la vida de otras especies, no es lo común? Si vemos a un necesitado y lo podemos ayudar, ¿nos seguimos de largo? Aunque en el mundo, prevalezca la indiferencia y el egoísmo, prefiero continuar ofreciendo mi minúscula aportación para que cualquier corazón que late, tenga un mejor día si lo necesita.
Aquella tarde Faruk, el croata poseedor del físico más espectacular que haya visto, en vivo y a todo color, se acercó y me dijo:
-Nunca hubiera hecho algo así. Te prometo que, en adelante, intentaré cambiar vidas, por pequeñas que parezcan.
Acto seguido me abrazó fuerte, alzándome del piso los 40 centímetros que necesitaba para llegar a su altura. ¡De haber sabido que esa sería mi recompensa me pongo a salvar a todos los insectos y anfibios del jardín!
Lorenzo reía a mares, cuando le contaba esta anécdota. Y más allá de todo lo culto, prudente, simpático, solidario y exitoso que pueda ser; lo que más le admiro es su capacidad de asombro. No importa cuántas cosas bellas haya visto, siempre se conmueve y agradece hasta lo más mínimo. Cada situación la vive como si fuera la primera vez, tomando en cuenta que podría ser la última.
El tercer protagonista que –como el amigo lector de mis historias– quiero presentarte, también tuvo una segunda oportunidad:
Arturo, «el niño dios», recibió hace algunos años el corazón de otra persona. Y hoy tampoco quiero prescindir de él…
Es todo lo que yo no soy, ni seré: excéntrico, atrevido, con un gusto impecable… Es la certera compañía con la que te puedes carcajear o quebrar. Y en momentos de vulnerabilidad, me dejo querer y orientar.
¡Sí!, en ocasiones, nos sentimos desorientados, sin encontrar puertas de salida…
No olvido que, estando formada para tomar un vuelo de Washington a Houston, se acercó una mujer en la que me vi reflejada. Igual tamaño, igual tono de piel; misma nacionalidad, tal vez la misma edad. No sabía a dónde dirigirse y pidió mi ayuda.
-Es la primera vez que estoy en un aeropuerto y la primera vez que subiré a un avión.
Viajaríamos juntas. Tomé su pase de abordar e intenté explicarle, todo lo que necesitaba saber; pero Rosalba no parecía entenderme.
-¡Estoy muy nerviosa! Ahora que soy residente, por fin, regreso al terruño a ver a mi papá. ¡Hace quince años que no lo veo!
Entonces, supe que tuvo que salir del pueblo, donde vivía, por las amenazas y el maltrato de un hombre. Como nuestro vuelo, por razones climatológicas, se retrasó: tuve tiempo de enseñarle cómo orientarse en un aeropuerto. No hablaba ni pizca de inglés y eso lo dificultaba más.
-Necesitas aprender el idioma del país donde vives –le dije.
-Es que se me hace muy difícil –admitió avergonzada.
-¿Difícil? ¿En serio se te hace difícil? ¡No señora! Difícil, cruzar la frontera. Difícil, pedir trabajo y encontrarlo. Difícil, abandonar tu patria, dejar de ver a tu padre quince años… Difícil, lograr que te den la residencia. ¡Eso es lo verdaderamente difícil y ya lo hiciste!
“Puedes conseguir todo lo que te propongas” –aseguraba Arturo que, con su enorme corazón, le hubiera enseñado a Rosalba, incluso, su perfecto francés.
Por ley, los receptores no conocen la identidad del donador ni de sus familiares; pero soy consciente de que el órgano que hoy bombea la vida de mi “niñito dios”, llegó a buen puerto: sigue latiendo y alegrando a otras personas.
Arturo sabe vivir al máximo y lo mismo se avienta de un paracaídas, que de una montaña nevada; o va a Tailandia y toma clases de cocina, o se mete en un río para salvar a elefantes (que pudieran ser más peligrosos que una viborita). Arturo es puro sentimiento y energía. Arturo, posee el valor y la determinación que tuvo que asumir Julio, en su momento, para vivir con libertad. Arturo sabe, como Rosalba, que necesitamos reinventarnos. Arturo y Lorenzo, enriquecieron mis días y, con el ejemplo de ambos, todo lo que viva será doblemente hermoso.
Hoy sé que, si una puerta se cierra, otras puertas se abrirán.