Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
Mi charolita de plata
A mi papá, dicharachero como era, le encantaba la frase: “Nadie sabe para quién trabaja”… Y hoy entiendo el por qué alguien acuñó esta expresión y con qué sentido la utilizaba mi padre.
Soy Teresa y hace poco subí a dos lugares extremadamente altos, para contemplar el mundo desde arriba… ¿Y eso, que tiene que ver con el “nadie sabe para quién trabaja”?
Nunca antes lo había hecho. Ni siquiera pensaba en ello. Vaya, no era una actividad que estuviera entre mis planes; pero se les ocurrió a mis sobrinos y terminé allá arriba. Con Miguel subí a la CN Tower y con Jero al Summit One Vanderbilt.
Ambos se están labrando el futuro, tomando decisiones y materializando sueños. No es común que unos veinteañeros compartan sus planes con la autoridad más cercana, pero ellos sí y yo disfruto de cada instante: paseos a lugares diferentes, películas que jamás hubiera elegido, un croissant mordido y hasta aceptar, sin hacer gestos, el inusitado regalo de cumpleaños dentro de aquel negocio cuyo letrero decía «Tattoo studio».
Frecuentemente, veo en las redes sociales que casi todos los hijos, nietos, parientes en general… además de guapísimos, son destacados estudiantes, con cociente intelectual inigualable. Siempre traigo los ojos bien abiertos para encontrarme a tales dechados de virtudes, con belleza sin igual. Por lo general, me topo con personas promedio o que no se presumen porque lo obvio no necesita de altavoces. Imagino que los chicos “endiosados” en Instagram o TikTok han de estar encerrados, estudie y estudie, o haciendo lagartijas, porque raro es encontrarlos en el mundo real.
Los hijos de mi hermana, ni son guapísimos, ni destacados estudiantes; tampoco han recibido hasta el momento premios o condecoraciones, pero poseen valores que cada vez se ven menos: son gentiles, sensibles y empáticos al punto de no pasar de largo ante un necesitado. Practican la cortesía de antaño que muchos jóvenes, de igual edad, ni conocen. Uno es callado, estructurado y metódico; el otro tiene el encanto del sinvergüenza —diría mi abuelita. Ni se rajan, ni se arredran y, desde mi punto de vista, eso los sacará más de apuros que una foto en la web repleta de likes, sacando la lengua.
Con todas las pérdidas a las que se han enfrentado, Miguel y Jero se abren paso y comienzan a construir ese futuro que, claro les queda, ellos tienen que forjar. Han tenido buenos y malos ejemplos, confío en que sepan seguir los primeros.
¿Y qué relación tiene el dicho de mi papá con los rascacielos que subimos…? Los que conocieron a mi hermana, alias “La Timbona”, lo saben… Viendo Toronto y a New York, desde las alturas, recordé lo mucho que ella explotó sus talentos para siempre destacar entre las multitudes, que la pequeña estatura la compensaba con la enorme personalidad y don de gente. Con la mirada puesta en el infinito, me entró la nostalgia, hubiera dado todo lo que tengo para que estuviera allí, junto a su Felipe (que también se nos fue antes de tiempo), viendo a sus determinados chamaquitos dispuestos a enfrentar la vida. Uno sonriente y enamorado; el otro bien definido en lo que quiere, habiéndose tenido que mudar a una ciudad en la que nunca antes había estado.
Como padres, los educaron, los mantuvieron, los criaron, los malcriaron, les dieron alas y lo más importante, les enseñaron a usar el W.C… y, ahora, a la que invitan a sus nuevas aventuras es a mí. ¡”Nadie sabe para quién trabaja”, dejando su esfuerzo – agregaría yo – en charola de plata!