Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Su libro Entre vidas (selección de cuentos publicado por Ediciones Mastodonte, en CDMX) explora los dilemas del ser humano a través de cada uno de los personajes que habitan sus historias.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Sus historias han sido incluidas en la Antología del III Concurso Nacional e Internacional de Relatos Breves, a que convoca el Ático, en Israel, en Otoño de Palabras, compilada por la Unión Estatal de Escritores Veracruzanos A.C.; así como en la Antología del XVIII Premio Orola de Vivencias 2024, publicada en Madrid, España. Y es que hoy, a Tere, escribir se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
México: mexicaniza (I)
¿Cómo lidiar con un país que le ganaba en surrealismo a sus propias pinturas? Salvador Dalí no pudo soportar que desafiáramos la lógica. Lo onírico, vistiendo nuestro paisaje cultural y social: ¿le resultó abrumador? Ya André Bretón había alertado sobre una irrealidad caótica, pero cautivadora: «No intentes entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo».
Y, ¡no!, de ninguna manera es una ofensa que nos hayan señalado por extraordinarios o enigmáticos. Los contrastes, aquí, desafían los límites de lo convencional. ¡Sí! Aquí la muerte se conecta con la vida, la realidad puede transformarse en sueño y las tradiciones y lo moderno van de la mano. A México se le ama o se le odia por la misma razón.
En redes sociales, sobresalen las maravillosas playas, la deliciosa comida, la historia y el carácter amigable de quienes hoy habitamos la tierra que nos heredaron nuestros antepasados; pero, al mismo tiempo, los noticieros y revistas internacionales nos reconocen como uno de los países más violentos e inseguros del mundo. Las entidades globales de calificación de riesgos nos exponen con pronósticos, cada vez, más críticos… ¡Triste y desesperanzadora realidad!
Y, sin embargo, en los últimos meses he tenido la buena puntería de coincidir con extranjeros que, optimistas, vinieron a enriquecer la nación y dar lo mejor de sí.
¿Perseveramos?
Se necesita, sin dudas, un punto de giro para la trama de la historia.
Si un galo llegó a Puerto Morelos y su corazón se quedó allí: mi país enamora… Él pensaba que estaría unos días de vacaciones en Cancún y, al poco tiempo, dejó atrás la comodidad en Francia y empezó a trabajar en lo que pudo.
Hablando cinco idiomas, fue ayudante de un guía de turistas y, después, se certificó en varias categorías de buceo. Estudió historia, geografía y ahora pasea a vacacionistas por los cenotes.
Autoproclamándose “el mejor promotor de Quintana Roo”, ya hasta pasó 48 horas en la cárcel por manifestarse, junto a otras personas, en contra del Tren Maya. Con convicción y un muy marcado acento francés, me dijo:
—Es mi país… y lo tengo que defender de la destrucción.
Explorando la autenticidad de Puerto Morelos, también conocí a un inglés de magnífica voz. En su país intentó ser cantante de ópera, pero los vientos alisios del norte lo empujaron a México. Ahora canta en bares o restaurantes y renta equipos de karaoke. Tiene una sonrisa pronta, muchos tatuajes, un auto que pareciera se va a desarmar y preside una organización de conservación de flora y fauna endémicas. A los niños les da clases, gratuitas, de música, canto y ecología. Su departamento está decorado con lo indispensable (todo de artesanos de la región), porque está seguro de no necesitar más para ser feliz. Y, por sobre las mínimas imperfecciones al comunicarse en español, señaló orgulloso:
—El lunes hago mi examen de naturalización. ¡Por fin, seré mexicano! —y completó la frase con ese grito que haría palidecer, de envidia, a cualquier integrante de un buen mariachi.
En el mismo restaurante, donde descubrí al británico, encontré a Alice: una canadiense de edad madura. La señora aseguraba que su mamá se había equivocado dado a luz en Kelowna: Columbia Británica.
—Tenía que haberlo hecho en Yucatán o cualquier otro estado del sureste mexicano —decía—… Mi hijo estudia en Toronto, pero, al terminar, iniciará trámites para radicar en México. ¡Aquí la vida, sí es vida!
A todos nos había reunido el hambre y yo estuve encantada entre el heterogéneo grupo de mexicanizados. No imaginé escuchar tanto halago. La voz del inglés, entonando «Carcacha, poco a poquito/ No nos vayas a dejar», me había hecho sonreír y quise confirmar quién era el afinado y animado intérprete. Fue así como entré al lugar donde convivimos. Y ya no me sorprendió que el comedor, del pequeño y muy lindo hotel, perteneciera a un ex financiero neoyorkino. Cansado de los trajes hechos a medida, la presión alta, los aeropuertos y las caídas en las bolsas de valores: vino a vivir a un pueblito pesquero mexicano. Ahora enseña, a los locatarios, finanzas personales y negocios; para que sus pequeños establecimientos tengan mejores dividendos.
¿Cómo no escribir sobre estos hijos adoptivos del surrealismo mexicano?
Continuará…