Teresa Vázquez Mata.
Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que, a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
MARIPOSAS EN EL ESTÓMAGO
Sus trucos de prestidigitación, ni siquiera asombraban a la extranjera que disfrutaba la brisa del mar; pero fue el recurso que utilizó para acercársele…
Se llamaba Dimitri y ella lo supo cuando él —viendo que no conseguía encantarla, sin empacho alguno— la tomó de la mano y, jalándola a uno de los restaurantitos frente a la costa, le pidió que esperara. O eso fue lo que entendió la desconocida ante las señas que, como mimo, le hizo. “Espera”. “No me hagas llorar”. “No me rompas el corazón”. Las manos y los gestos, en ocasiones, tienen mucho más poder que las palabras.
Salió con papel y lápiz. Por aquellos días, con esos artículos se garabateaban las notas. En la parte posterior de la comanda escribió:
“Dimitri Mavris. I am deaf-mute”.
Evidentemente, sí podía escribir. Y agregó a la hoja que, incluso, en griego y francés. También preguntó su nombre y de dónde venía.
La muy sorprendida latina respondió en inglés que, desde su país, tomó par de aviones, un tren y dos barcos para llegar a la isla llamada «Paros». Ella estudiaba en Italia y aprovechando las vacaciones, quiso visitar Grecia. Llegó a Parikia, porque en el resto de las islas no cabía un turista más. Señalándose a sí mismo, él levantó los pulgares.
¿Nació, así, una bonita amistad?
Los días en la isla pasaron volando. Dimitri era ocurrente y genial, más allá de su condición. Tampoco podía negar el origen mediterráneo: con envidiable perfil griego, ojos como el mar de su propia isla y rizos que le caían sobre el rostro de manera descuidada. La musculatura definida la había logrado practicando todo tipo de deportes acuáticos, ciclismo y motocross. Orgulloso de sus raíces, dibujaba a la chica con habilidad de artista; como una de las diosas mitológicas, representando las facultades que la extranjera poseía.
¿Se transformaba en algo más la amistad?
Una mañana, él escribió en la libretita que ya traía consigo:
“Trust?”
Con señas y sonidos guturales le dio a entender que le tuviera confianza y ella, sin reparos, asintió.
Feliz con la respuesta, fueron en bicicleta hasta las afueras del Monasterio de Christos sto Dasos, que ya ambos conocían. Allí le tapó el rostro a la amiga, con un pañuelo, y caminaron de la mano unos metros; adentrándose en lo que parecía el túnel de un riachuelo: por la oscuridad, las piedras y el agua que mojaba sus pies. Pronto logró percibir, nuevamente, la luz a través de la tela. Dimitri se detuvo, quitó la máscara improvisada y un santuario de mariposas pequeñitas la deslumbró. Maravillada, vio miles, millones; con alas de vivo color rojo, negro y rayas blancas. Volaban a su alrededor, haciéndola sentir en una película de fantasía o como en un viaje con LSD… pero aquello era real. Él reía y, gesticulando, le indicaba que era su regalo. Sacó la libreta y escribió que le había pedido a Atenea que las trajera para ella.
¿A los dos, sin admitirlo, les revoloteaban sentimientos dentro?
Las vacaciones terminaron y también los estudios en el viejo continente. De regreso en su país, muy pero muy lejos del chico de Paros, decenas de cartas escritas a mano y sello postal humedecido con la lengua, fueron y vinieron. Siempre intercambiando la promesa de volverse a ver. Pero quien tomaría los barcos, el tren o par de aviones, sería Dimitri.
El correo tardaba y, no pocas veces, ambos recibían 2 ó 3 cartas al mismo tiempo. Ella, sólo dudó cuando fueron varios los meses de silencio. ¡Tuvo miedo! La esperanza flaqueaba cuando llegó la tan ansiada misiva de Grecia.
Ciertamente, la amaba:
Dear Teresa…
Gracias por ser amiga de nuestro hijo. En su habitación tenía la foto de ambos y un mapa de México que iba coloreando. Afirmaba que ahorraría para viajar a tu país, casarse contigo y visitar cada lugar que mencionabas en las cartas que le escribías. Él nació sordomudo. De niño, la gente se burlaba o lo rechazaba. Su único aliado era nuestro otro hijo, el mayor; pero se alistó en la marina, dejándolo solo con sus ganas de conocer gente y tener amigos. Tú lo fuiste y eso lo vamos a recordar siempre. Contigo, nuestro pequeño Zeus, fue feliz.
Tristemente, queremos informarte que murió hace cuatro meses. Tuvo un accidente en la moto. Perdió mucha sangre, en el hospital le hicieron varias transfusiones y uno de los paquetes traía un virus que, al final, lo mató.
Siempre vamos a guardar la foto de nuestro hijo, feliz, a tu lado. Finalmente, a sus 24 años, alguien no se burlaba de él.
¡Gracias!
Sra. y Sr. Mavris.
Nota: Vaya este recuerdo para Dimitri Mavris, a quien he llevado décadas en mente y corazón.