Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Su libro Entre vidas (selección de cuentos publicado por Ediciones Mastodonte, en CDMX) explora los dilemas del ser humano a través de cada uno de los personajes que habitan sus historias.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró y, recientemente, fue incluida en la Antología del III Concurso Nacional e Internacional de Relatos Breves, a que convoca el Ático, en Israel. Hoy, a Tere, escribir se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
Hansel y Gretel postmodernos
El día en que Amalia, sosteniendo la prueba de embarazo, confirmó sus sospechas: no imaginó lo difícil que sería. Cuando el ultrasonido reafirmó que eran gemelos, ella y Joaquín se miraron desconcertados. Tendrían que recortar ciertos gastos: privarse de lujos innecesarios, limitar las salidas y aplazar el cambio de auto. ¡Todo sea por la familia!: se repetían contentos.
Joaquín solo se preocupó al ver a los recién nacidos llorando en sus brazos. Amalia no sabía cómo ser madre y él aún no terminaba la maestría en negocios que, sabía, le abriría las puertas a un mejor futuro.
Hansel y Gretel —así los llamaron— crecieron como verdaderos exponentes de la controversial generación Alfa. Con el tiempo, Joaquín pudo terminar su postgrado y trabajaba doce o quince horas diarias, según se requiriera. Viajaba mucho y su mujer se ocupaba, parcialmente, de los niños. Para el nivel de vida, al que estaban acostumbrados, un único salario —por bueno que fuera— no les alcanzaba y Amalia también tenía su empleo de medio tiempo. Los gemelitos pasaban varias horas solos, con la eficiente y barata «nana» que descubrieran los papás: una tableta con conexión ilimitada a internet. Cada uno tenía la suya y pocas veces eran supervisados.
El mundo digital los seducía y se volvían cada vez más insociables. Sin consciencia, iban dejando ciber-migas con las que podían ser fácilmente rastreados por los brujos acosadores, cuyas víctimas favoritas son los menores de edad perdidos en el espeso web-bosque.
—Solo un ratito —advertía Amalia, al principio, sin mucha convicción—. Y ni se les ocurra andar viendo cochinadas.
Nada es más sugestivo que lo prohibido. Aquello resultaba una abierta invitación a querer saciar la curiosidad. Los gemelos se conectaban a salas de chat y creían tener amigos de su edad, con quienes hablan sobre juegos en línea y música. No pocos resultaron depredadores, mostrando todo tipo de golosinas virtuales. ¡Y claro que se les antojaban! Hacían lo que fuera necesario con tal de obtener el atractivo dulce que les presentaban y no podían esperar para saborearlo.
“¿A qué hora están sus papás?”: preguntaba el criminal encubierto.
“Tengo un juego nuevo, pero es muy ruidoso y no tiene chiste jugarlo con las bocinas apagadas”: escribía en el chat.
“Mis papás siempre se molestan con el volumen alto, por eso es mejor que no estén”: agregaba el maleante, fingiendo ser otro niño.
La manipulación es la herramienta usada por los engatusadores de internet. Psicológicamente, violentan la inocencia de los pequeños.
Tenían 12 años y ambos se habían conectado, ese día, a una de las salas gamers de Twitch:
[15:28] carebear0123: Mmmm…. mi papá llega muy tarde por la noche… Muchas veces cuando regresa, mi hermano y yo estamos dormidos -escribió Gretel-.
[15:29] toybear0321: Mi mamá por las tardes duerme… Ella dice que está meditando, pero la verdad es que está bien dormida… ¡Hasta ronca! -escribió Hansel-.
[15:31] badwolf69: ¿Y si jugamos mi juego nuevo juntos? Puede ser mil veces más divertido que jugarlo cada uno sentado en su casa. ¿Qué les parece? ¿Se animan? -propuso el desconocido-.
… y prometió que les iba a regalar los permisos del juego top de internet.
Hansel y Gretel escribieron la dirección de su casa. Ansiosos por el caramelo virtual, cayeron en la trampa del brujo que no solo robó los ahorros de Joaquín y Amalia; también los metió en una jaula para comérselos, poco a poco.