Teresa Vázquez Mata. Golpe a golpe, verso a verso (III)

 

Teresa Vazquez Mata

Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que, a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

GOLPE A GOLPE, VERSO A VERSO (III)

 

Juan era adicto a las drogas. El amor y la ayuda profesional, al parecer, no fueron suficientes. El único varón, de entre todos los primos, decidió romper la estabilidad familiar. El padre, hombre recto que nunca tomó un trago de cerveza, hizo todo lo necesario para que no echara a perder su vida: ¡no lo logró!

Miles de infantes nacen a cada minuto en el mundo y ¿qué porcentaje tendrá una vida llena de amor, respeto y oportunidades?

Los animales se reproducen por instinto, pero ¿los humanos no pregonamos la superioridad dentro del mundo de los seres vivos?

¿Cuántos hijos de padres infames padecen su existencia? También, claramente, hay hijos que no son dignos de quienes los engendraron. Por eso María era diferente, porque sintiendo el sufrimiento de sus queridos tíos había decidido no procrear…

“Existen madres aburridas, violentadas, ignoradas; que se angustian o se culpan, porque el hijo eligió mal el camino… ¿Aun así seguimos creyendo que es el estado ideal?” —las cuestionaba, en silencio.

En incontables ocasiones le habían reprochado:

—Es que tú odias a los niños…

—Lo normal es ser madre, para eso nos hicieron mujeres.

Ella leía el mensaje subliminar en cada frase: “… eres un ser despreciable, reniegas tu naturaleza y rechazas a una criaturita indefensa”.

Pero aquella noche, cada sorbo de su copa la convencía de lo contrario:

“Si quienes me juzgan supieran que respeto a un infante mucho más que el promedio de las personas que conozco: enmudecerían. Hago labor social con niños en situación vulnerable y me conmueve hasta las lágrimas verlos vistiendo harapos, imaginar cuántas veces se van a dormir sin probar bocado. Los ayudo, por supuesto. Me quedo en cueros si es necesario. Pero siendo honesta, no tengo tiempo para una sola familia. Son muchos los que requieren de mi presencia, mi solidaridad, mi libertad, mi trabajo y hasta algunas de mis ideas”.

—Nice weather, isn’t it? —escuchó a sus espaldas—. I love Mexico City, not only because of its climate but it is full of life and diversity.

Al voltearse, un hombre le extendió la mano:

—William Coupon. ¡Mucho gusto, señorita! —dijo con dificultad en la pronunciación.

“No ser esposa o madre tenía sus encantos”, pensó María al entablar plática con el aclamado fotógrafo. Algunas de sus amigas se le acercaban y bajito, sin que nadie más escuchara, admitían: “¡quién como tú!” Vivían lo que ella llamaba infelicidad compartida. “¡Ah, pero eso sí: son unas respetables señoras casadas, con su respectiva descendencia!”

—¿Así que usted vivió y se relacionó con los miembros de cada una de las culturas que muestra en sus retratos, míster Coupon?

—¡Yes! —. Entendía el español perfectamente, pero lo hablaba sin soltura—. Tres meses pasé viviendo en iglú. También casa de campaña, en bosques. Visité continentes. Más de cien países. ¡Favor! Decirme Bill —pidió guiñándole un ojo.

 

CONTINUARÁ…