Teresa Vázquez Mata. El seminarista visionario

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

El seminarista visionario

 

¿Que si amo a Dios?

¡Indudablemente! ¡Por eso me metí al seminario! También creo en la Santísima Trinidad y acepto todas las advocaciones de la virgen. Soy devoto de santos, arcángeles y hasta de querubines. Mi fe, no tendría por qué verse afectada… ¡No necesito renunciar a lo uno, ni a lo otro!

Como ser humano soy blanco de tentaciones, pero ¿no es justamente lo que nos diferencia de Dios, nuestro señor? Él es omnipotente y jamás tiene dudas; sin embargo, hasta su hijo venido a la Tierra las tuvo.

Insisto en que mi fe es ciega e inquebrantable. Lo mundano atrae a los jóvenes y, en ese momento, es cuando debemos ejercer la templanza. Yo me esfuerzo –lo juro– pero no siempre lo logro…

Cuando hice la primera comunión, el Padre Josué –amigo de la familia–, fue mi catequista y el responsable de ofrecerme el cuerpo de Cristo. En una ocasión, escuché su conversación con otro presbítero:

“El arzobispo quiere que cuelgue la sotana, pero… ¿por qué tendría que hacerlo? ¡Si con que la arremangue es suficiente!”, decía entre carcajadas.

Aun siendo pequeño, noté en su comentario algo extraño. Años más tarde comprendí a qué se refería… y, pues, en realidad yo tampoco pienso que sea necesario renunciar al Señor y, mucho menos, a los pequeños placeres en la vida. ¿No habrá manera de combinar, correctamente, ambos llamados? En otras religiones, los dirigentes de sus respectivas iglesias se pueden casar y tener familias ¡El amor es un llamado de la naturaleza!

Cuando voy al mercado a comprar los víveres para el seminario, y paso frente al puesto de flores: me puede explicar alguien ¿cómo sigue uno de largo viendo esos bellos ojos oscuros, enmarcados con largas pestañas, que se esconden tras un ramo de alcatraces?

Ella quiere disimular: se agacha, voltea para otro lado; pero yo sé que sigue mis pasos con sus hermosos luceros…

¿Lo que siento, es malo? ¿No se puede amar a una mujer y a Dios, nuestro señor, al mismo tiempo?  ¿No fue él quien nos dijo “amaos los unos a los otros”? ¿Me está diciendo, entonces, el señor arzobispo, que debo elegir porque mis dos pasiones no son compatibles? ¡Y yo pensando que la alegría era una de las virtudes que debíamos ejercer!

¡No puedo renunciar! A mí, nada me hace más feliz que dedicar mi vida al Ser Supremo y, los jueves, ver en el mercado ese rostro que sobresale entre miles de flores.