Teresa Vázquez Mata. El insorprendible

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Su libro Entre vidas (selección de cuentos publicado por Ediciones Mastodonte, en CDMX) explora los dilemas del ser humano a través de cada uno de los personajes que habitan sus historias.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Sus historias han sido incluidas en la Antología del III Concurso Nacional e Internacional de Relatos Breves, a que convoca el Ático, en Israel, en Otoño de Palabras, compilada por la Unión Estatal de Escritores Veracruzanos A.C.; así como en la Antología del XVIII Premio Orola de Vivencias 2024, publicada en Madrid, España. Y es que hoy, a Tere, escribir se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

El insorprendible

 

Apenas eras un feto y ya sabías que el mundo no sería nada sorprendente para ti. ¿Desde entonces te eran indiferentes las voces? Hasta la de tu madre resultaba tan ordinaria como aquellas que, en la juventud, intentarían seducirte. Nunca nadie sintió tus pataditas, ni te moviste igual a otros bebés dentro del útero. Incluso, al nacer, fue evidente tu disgusto porque te habían sacado de la comodidad del saco amniótico. Y tal fue el berrinche que abriste los ojos hasta que pasaron varias semanas.

Creciste, cual forastero entre la gente y la indiferencia echaba raíces, cada vez más largas, dentro de ti. Con expresión aburrida, tus ojos sin vida se posaban del mismo modo sobre un paisaje —bello o increíble para otros— que sobre los desperdicios en un vertedero.

No imagino cómo fue vivir sin la mágica habilidad de conectarte con las bellezas del mundo. ¿Tenías frente a ti un tremendo festín y todo sabía igual? ¿Pasabas la vista por cada platillo sin sentir absolutamente nada: ni siquiera hambre? ¿Era igual probar limón o miel?

No había gran diferencia, para ti, en casi nada. Mascando chicle, constantemente, con la boca abierta, pasabas la mirada por sobre cualquier persona u objeto sin experimentar sensaciones o emociones. Jamás supiste lo que eran la algarabía, la compasión, la ternura, el gozo, la euforia…; aunque tampoco la rabia, la tristeza o la desilusión. Tu único sentir era el desapego.

¿Sorpresas? ¿Qué significaba la palabra sorpresa?

Y hasta eras de los privilegiados, pero nunca te enteraste. Poseías un físico envidiable y habías heredado una fortuna con la que jamás sufrirías preocupaciones, ni angustias. Viajaste a grandes ciudades porque todos lo hacían y no entendías el por qué regresaban maravillados.   Jamás consiguieron alagarte con el mejor de los obsequios o las más provocativas expresiones de amor. Nunca nadie logró cambiar tu expresión de indiferencia.

Y de suerte: ¡ni hablemos! ¡Hasta saludable eras! De enfermedades, tampoco supiste.

Pero nadie es eterno y un tráiler que venía a toda velocidad, saliendo de una curva, no logró frenar frente a tu precioso convertible alemán… Ruido de fierros retorcidos, humo y —después de unos segundos— silencio…

La tibieza de carácter, al parecer, no se considera pecado moral y, de estar conduciendo en una carretera, al siguiente instante, el Supremo Arquitecto te llamaba para hacer cuentas:  

—Y tú… ¿qué hiciste en vida? —preguntó como a todos los mortales.

—¡¿Qué vida?! —respondiste, por primera vez, con sorpresa.