Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
El fruto de las muchas historias
Yo quiero
una abundancia
total, la multiplicación
de tu familia,
quiero
una ciudad,
una república,
un río Mississipi
de manzanas,
y en sus orillas
quiero ver
a toda
la población
del mundo
unida, reunida,
en el acto más simple de la tierra:
mordiendo una manzana.
Oda a la Manzana (fragmento)
de Pablo Neruda
En el origen de los tiempos, Adán y Eva comieron la nutritiva fruta, siendo expulsados del Edén. Y a la villana nunca se le ocurrió arrancar de raíz el árbol para que Newton no descubriera la Ley de la Gravitación Universal. ¿Cómo sería flotar sobre la Tierra?
De no existir las manzanas, quizás, el pequeño Tell hubiera sostenido un melón en la cabeza, mientras su padre le apuntaba con la ballesta; o René Magritte hubiera pintado peras en sus cuadros cargados de surrealismo.
Y la beligerante Diosa Eris… ¿habría lanzado la piña de la discordia, en la boda de Peleo, para iniciar el altercado entre Afrodita, Atenea y Hera?
—¿Quién era la más bella entre las bellas?
—Blancanieves —dijo el espejo mágico. Entonces, la terrible madrastra ¿la envenenaría obsequiándole una tarta de bayas con cianuro?
Debían existir el cianuro y la manzana, para que Apple homenajeara cínicamente la genialidad de Alan Touring. ¡La historia de la mordida prohibida, repitiéndose! Primero porque un hombre y una mujer se amaron, luego porque el hombre amó al hombre.
Por todos y para todos, escribió Neruda su Oda a la Manzana. Pero, también pudiéramos escribirles odas al chico zapote, a la granada china, a la hermosa pitahaya o al mismísimo mango petacón.
Estoy sentada frente a la computadora y recuerdo que mi manzana preferida es una enorme y cosmopolita. Tan grande que posee teatros, museos, hoteles, restaurantes, tiendas, joyerías y hasta un parque. ¡El ambiente ideal para un cuento de ficción! Mis dedos, sobre el teclado, se detienen. Tengo la mente vacía. Pienso, me esfuerzo, trato de imaginar… No encuentro personajes, ni tramas… ¡Nada! Solo vagabundeo entre las letras y, de vez en cuando, muevo la mano izquierda para llevar a mi boca rebanadas de una preciosa manzana Gala, crecida en Chihuahua. Su firmeza y delicioso sabor, me acompañan mientras trato de escribir una historia que se niega a aparecer.