Teresa Vázquez Mata. El amor en los tiempos del internet

 

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, Tere, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir. Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que, a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

El amor en los tiempos del internet

 

Lucila se había dado de alta en aquella aplicación de citas, sin imaginar que encontraría al novio ideal. “¿Por qué no? –pensó–. El azar, en ocasiones, nos trae grandes sorpresas”.

Las amigas tienen esposo e hijos. Ella se enfocó en la profesión y es una mujer exitosa. Bonita, pero soltera, a sus treinta y muchos, el reloj biológico le dice: no hay tiempo que perder. ¡Cómo si el planear una familia fuera una carrera de rapidez!

Tic, tac, tic, tac…

En poco tiempo ya tenía varios usuarios afines a su perfil. Uno, en particular, le llamó la atención. La fotografía mostraba el rostro del hombre amable que, aun sin sonreír, inspiraba confianza. Sintió que esos ojos azul turquesa la hipnotizaban y, de inmediato, hicieron match.

Se llamaba José Juan y, a las pocas semanas, estaban cenando y teniendo una animada plática.

– ¿Me vas a permitir que elija el menú por ti? –dijo él y ordenó entradas, platos fuertes y un Brunello di Montalcino.

Ya habían chateado y conocía los gustos de Lucila: la mujer sensible que accedía feliz, escudriñando al futuro padre de sus hijos.

El tiempo pasó rapidísimo…

– ¡Su cuenta, señor! –indicó el camarero, entregando la divertida hoja comestible, hecha con papel de arroz, sobre un plato. Los precios y el total a pagar estaban grabados en letras de chocolate.

– ¡No puedo creer que me haya pasado esto!

José Juan, palpaba el saco, buscó en sus pantalones… ¿Cómo era posible?

-¡Seguro al cambiarme de traje, para merecer a una reina como tú, dejé la cartera olvidada! ¿No tienes problema en pagar, verdad muñequita? De lo contrario, voy a casa y vuelvo…

– Yo puedo hacerlo –afirmó Lucila sin dejar de mirarlo. Extendió la tarjeta y pidió añadieran el 15%, sin checar montos y al salir le aseguró que no tenía por qué sentirse apenado.

– Voy a celebrar esta fecha por siempre… –le susurró al oído, abrazándola, por primera vez, mientras esperaban el coche–. Hoy conocí a la mujer de mi vida. ¡Estoy seguro de eso! –y, frente al valet parking, se fundieron en un beso.

Tras ese día empezaron a verse a diario. El flamante “novio” era algo distraído. Con frecuencia olvidaba la billetera y, cuando sí la traía, su antojo era de tacos o hamburguesas de la calle. El tiempo invertido en conocerlo valía oro. Pesos más o pesos menos… ¿qué importa?, pensaba ella y justo en una de las veladas en donde, nuevamente, pagaría; José Juan le propuso lo acompañara a Italia.

-Es un viaje de trabajo, pero después de atender los negocios, podemos disfrutar unos días en la Toscana.

¡El sueño de cualquiera! Además, Lucila podía escoger los hoteles, planear la ruta y hasta decidir la aerolínea.

– Tú págalo con tu American Express para que sumes puntos. Siempre se encarga mi secretaria y está de vacaciones. No tengo cabeza para esos detalles –decía jugueteando, con el dedo índice, de la barbilla a sus labios–. ¿Sabes que esa naricita pecosa me trastorna? ¿Lo sabes verdad? –insistía rodeándole la cintura con los brazos, sin dejar de sonreírle–.¡Claro que lo sabes! ¡Si me traes hecho un loco y no puedo ocultarlo!

Un hombre culto y elegante, que viste trajes confeccionados a medida, zapatos italianos y usa relojes de alta gama; al que, además, le gustan los niños, es el anhelo de cualquier mujer que busca ser madre.

Llegó la fecha y volaron, animados por la experiencia que vivirían. Ya dentro del taxi, camino al hotel donde se hospedarían, en Roma; ella iba buscando la verdad en la azul mirada de su prometido. Aún no lo eran, pero seguro la había invitado al viaje por alguna muy buena razón.

Como cualquier turista, con el auto en marcha, alcanzó a tomarse una selfie al pasar por el Coliseo. De inmediato la puso en sus redes, con el hashtag #ViviendoElAmorEnItalia, rodeado de muchos corazones.

Finalmente, llegaron al barrio el Trastevere, donde se ubicaba el lujoso nidito de amor. Un mayordomo, seguido de dos jóvenes más, los recibió:

– Benvenuti a casa vostra a Roma.

La increíble suite los esperaba, con una botella de champaña a la temperatura perfecta. Allí comenzaría el sueño de nuestra protagonista: había encontrado al verdadero amor, se harían ancianos juntos; tendrían grandes casas en dónde criarían a sus hijos y posteriormente a los nietos.

¡Fueron las vacaciones ideales! Durante las mañanas, José Juan atendía transacciones millonarias; pero le decía a su muñequita que, mientras, aprovechara el tiempo en irse de museos o de tiendas. ¡Ganaría lo suficiente para comprarle cuanto deseara! Acordaron que ella ocuparía sus tarjetas porque, para evitar peligros, llevaban poco dinero en efectivo y justo, días antes del viaje, a él le habían hackeado su cuenta y el banco se estaba encargando.

-Llegamos a México y saldo todas tus deudas, preciosa –afirmaba, gastando en cuanta extravagancia se le antojara.

“¡El amor no tiene precio…!”, aceptaba Lucila.

Regresaron con valijas extras, porque no hay manera de resistirse a la moda italiana. Y al salir del aeropuerto, ya en México, el chofer los esperaba.

-A casa de la señora, por favor –indicó José Juan–. Seguro quieres atender pendientes y ordenar tu equipaje. Además, debo confesarte que he venido fraguando el clímax de nuestra historia y muy pronto te sorprenderé, muñequita de mi vida –agregó guiñándole un ojo a Lucila que hubiera preferido la invitara, por fin, a su casa; pero se emocionó mucho más con la futura sorpresa. “Me pedirá matrimonio”, no lo dudaba.

Con el “ya te extraño” de él, desde la ventanilla del coche, se quedaría ella. Al día siguiente, no llamó, ni respondió sus llamadas. Pasó una semana, luego dos… Era momento de pagar las tarjetas y nada. Nunca existió la empresa en la que el galán, supuestamente, trabajaba. Lo que para Lucila fueron destellos de esperanza, para José Juan había sido una apuesta con los amigos:

– ¿Cuánto a que me voy diez días a Europa con 100 euros y sin tarjetas?