Teresa Vázquez Mata. De tal palo la arpía astilla

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

De tal palo la arpía astilla

 

¿Cuándo acabará el martirio? ¿Cómo podré quitarme de encima a esta vieja desubicada?

 

Vivo con Isidora, harto de escuchar sus monólogos y letanías: “… tienes que hacer algo por ti, Elías. No te voy a durar toda la vida.”

 

Nunca fue, lo que se dice, una mujer hermosa; pero era seductora, poseía una figura voluptuosa y atraía a los hombres como moscas a la miel. Le hacían todo tipo de invitaciones y propuestas. Algunos la alcoholizaban para saciar bajas pasiones y ella, aprovechando la juventud, se divertía.

 

“Cuando decidí sentar cabeza, elegí a Renato como marido —recordaba, en su sillón favorito, con la inseparable copita de brandy—. Era el hijo de un conocido comerciante y con él tendría asegurado el futuro”.

 

¡No fue así! Se casó, quedó embarazada y el esposo ideal perdió interés por ella:

 

“Cuando mi amado hijo, cumplió diez años, el desgraciado de tu abuelo se fue con la otra familia que yo pretendía ignorar”.

 

Isidora consiguió empleo en un bar nocturno, para no dejar a mi papá solo durante el día.  Y, además de servir tragos, explotaba el encanto de sus curvas; generando, por sobre los piropos, muy buenas propinas: sustento y educación del unigénito. El tiempo pasó y en un santiamén, ya era abuela:

 

—¡Lo soy… pero muy joven! —recalcaba y, frunciendo los labios, dirigía miradas pícaras a los hombres y altaneras a las mujeres.

 

De alguna manera era feliz y a la familia no le faltaba nada, gracias al sudor de sus encantos. Nunca imaginó aquel día en el que leyó, luego de la revolcada con el amante de turno, la fatal noticia:

 

“Fallecen esposos jóvenes, que paseaban en descapotable, por embestida de un camión” —decía el titular del periódico.

 

“Te salvaste de milagro. Eras tan majadero, que prefirieron dejarte jugando con tus primos insoportables y creídos”

 

Veintiocho años después, nuevamente, se veía envuelta en la crianza de un niño. No era nada que ninguno de los dos esperara y mucho menos quisiera.

 

No debería quejarme porque he vivido a mis anchas: “… como hijo consentido” —suele decirme. Cuando está sobria, es una gran cocinera y deja a un lado los constantes reproches; pero mejor: heredo. A nadie le parecerá raro si muere por sobredosis o fallo hepático. Vendo las joyas que le han regalado sus incontables idólatras y convierto la mansión en antro. ¿No quiere que trabaje?

 

Anoche que nos visitó Bernardo, mi abuelo materno, se pasó de la raya… y no me refiero a las copas:

 

—Así como saqué a su padre adelante, ahora, nuestro nieto Elías ya está listo para volar. —Y dejando escapar con suavidad el inaguantable aliento etílico, en el énfasis seductor de su voz, afirmó: — Podré dedicarme por completo a mí. Tal vez, encuentre de nuevo el amor. Los hombres maduros buscan mujeres independientes, enérgicas y estables. ¿Tú qué opinas Bernardo?

 

La sonrisa de ambos, me golpeó el rostro. ¡Qué mala suerte! ¿Ahora, cómo le hago para deshacerme de dos estorbos?