Teresa Vázquez Mata. Casualidad, coincidencia o destino

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

Casualidad, coincidencia o destino

… aquel día, encontré a Elvirita peleándose con el celular en el parque. Aunque es una septuagenaria, desde niña le llaman así para diferenciarla de su madre Elvira y porque era la consentida del papá que se ocupó del desarrollo en la colonia; convirtiéndinoola en la Elvirita dueña de varias propiedades que, hoy, habitamos algunos vecinos.

Estaba sentada en una banca, tocando el teléfono por todos lados; como si se tratara del piano con que nos deleita durante los conciertos que ofrece en navidad.

—Pero, ¡qué diablos! —refunfuñaba—. ¿Cómo puedo usar esta cosa si está toda negra? ¡Ahhh! —suspiraba y, con el tono de quienes ya no escuchan bien, acudía al auto consuelo—: a mí me gustaban más los teléfonos de disco.

—¿La puedo ayudar en algo, Elvirita? —dije sonriéndole, o quizás nerviosa por el respeto que me inspiraba. Volteó a escudriñarme como para calcular si tenía la capacidad y preguntó, con el ceño fruncido:

—¿Sabes usar estas cosas?

—¡Sí, sé usarlo! ¿Qué necesita hacer?

—Quiero mandarle un mensaje a mi nieto Elías. Hace mucho tiempo que no lo veo y acabo de leer en el periódico que le dieron un premio por su trabajo. Le llamo y le llamo, desde la casa, pero me contesta algo así como una máquina. El jardinero me sugirió que comprara un aparato de estos y que le mandara un… No sé cómo se llama ese tipo de mensaje… mmm… esos que uno escribe aquí en el celular y le llegan a la otra persona.

—¿Quiere que le mandemos un mensaje de WhatsApp?

—¡Sí, eso, de «guasá»! Pero es la primera vez que uso uno de estos aparatejos y ni siquiera sé cómo se encienden.

Le expliqué lo básico y, finalmente, logramos enviar el mensaje. Al otro día, en el mismo lugar, su expresión era de felicidad:

—¡Ya me contestó! —gritó al verme y se paró mostrando la pantalla—. Lo invité a la casa. Le dije que prepararía su comida favorita: sopa de fideos, milanesa con papas y chongos zamoranos. Le gustaba desde pequeñito, pero creo que, como ya creció, se le olvidó porque me preguntó cuál sería el menú. Ni de mí se ha de acordar… Quiere que le mande una foto mía… ¡Eso sí que es raro! ¿Sabes mandar una foto?

 

—Ahora mismo Elvirita. Se la tomo con su teléfono y la enviamos en un dos por tres.

Coqueta posó: sonrisa, chal, prendedor de perlas y la gran ilusión reflejándose en su mirada. ¡Listo! El característico «ting» no tardó.

—Ha de ser Elías —dijo entusiasmada.

Era la foto de un hombre en sus treinta, con el semblante pálido… Se le notaba el esfuerzo por sonreír. Más bien, parecía estar haciendo una mueca. Bajo la imagen, leímos: “No soy Elías. Mi nombre es Eduardo y, evidentemente, no somos parientes, pero… ¿aun así puedo comer de sus fideos y milanesas?” Tras la pregunta envió un emoticón haciendo un guiño.

—Le contestaré que sí. ¡Claro que puede venir! Al final, las abuelas estamos para acoger.

—¡No lo haga Elvirita, es un desconocido!

—Eso sí, pero lo puedo citar aquí en el parque y pedirle al chofer que me acompañe. Traemos una mesita portátil y le sirvo su sopa, luego la carne…

—No creo que sea lo mejor —interrumpí sin imaginar que la loca idea se materializaría días después…

 

—Carmen, ven, ven… Te quiero presentar a Eduardo —Elvirita comía, animada, con él; mientras su corpulento chofer los vigilaba—. Esta linda señorita me ayudó con el «guasá» que quería enviarle a mi nieto y te envié a ti —aseguró tomándole la mano al joven y no pudo disimular la nostalgia contenida en sus ojos. El tal Elías, no aparecería nunca…

Conforme transcurrieron las semanas, con regularidad, vi a la singular pareja comiendo o platicando como si se conocieran de toda la vida. Nunca me acerqué, pero a la distancia percibía la familiaridad entre ellos; siempre bajo la supervisión del fiel empleado de Elvirita. Yo no quería romper la magia, así que me limitaba a agitar el brazo, a manera de saludo, retomando mi caminata. La cara de Eduardo, en la primera foto que mandó, era la de un hombre triste y demacrado. Ambos habían cambiado.

Por Elvirita, supe que él recién salía de una cirugía donde tuvieron que extraerle un riñón y coincidió que en ese tiempo su madre había muerto. ¡Una pérdida tras otra!

La tarde en que decidí unirme a ellos, mi vecina ya no era la señora de pocas palabras. Se reía viendo videos de tiktok y nos tomamos varias selfies, los tres, para su Facebook. Eduardo le agarró las manos con respeto y las besó dispuesto a marcharse, antes del ocaso.

—Despídete de Carmen, también. Es una mujer encantadora… y soltera —enfatizó Elvirita guiñándome el ojo. Él se sonrojó y la obedeció. ¡Y pensar que meses antes eran unos totales desconocidos!

Yo me fui a casa sintiendo calientito el corazón, más que por el beso de Eduardo, pensando en el maravilloso azar que unió a dos almas, a dos seres completamente desconocidos. Con tanta gente en el mundo, dañando y aprovechándose de los más vulnerables, era prácticamente inconcebible una relación así. Tal vez no estaría mal que nos arriesgáramos de vez en cuando. ¿Debería ser más valiente?

Y al tal Elías… ¡cómo me gustaría conocerlo, para decirle sus verdades…! Así como hay cariños que sin esperarlos nos abrazan fuerte: ¡hay nietos que no tienen abuela!