Teresa Vázquez Mata. Algo más que soñar

Teresa Vázquez Mata. Algo más que soñar. Con el ímpetu de la pasión, poniéndole fuerza y color a las palabras; Teresa Vázquez Mata ha construido un mundo de historias, reflejando conflictos existenciales latentes, todavía hoy, en nuestro entorno. Bajo la tutoría de Miguel Barroso Hernández, destacando en el Taller de Escritura Creativa; Tere no conoce límites. Crecer espiritualmente, abrazando el conocimiento, es su objetivo. Y, cada semana, vuela –imaginariamente– de México a Veracruz; regalándole, a sus contemporáneos, excelente narrativa para reflexionar:

 

Algo más que soñar

 

Veinte años y aún recuerdas a tu madre regando las plantas en el patio, el inconfundible aroma a tierra mojada y la variedad de hortensias en sus macetas.

 

La vida de adulta no es, para nada, lo que imaginaste. Eres cajera en una zapatería y pasas ocho horas, sin arte alguno, pero con el sueldo seguro para pagar las cuentas y, por lo pronto, parecieras conforme.

 

Cada mañana te maquillas a la perfección, calzas en tacones y, aunque nunca subas al escenario donde te has soñado, no traicionas tu autoestima vistiendo como bibliotecaria; o como creemos viste alguien cuya única compañía son los inanimados libros.

 

En el autobús, entrecierras los ojos y regresas al cajón de madera, donde vino empacada la máquina de coser, con la que tu mamá ganaba algo de dinero. Te subes y ella ríe, festejando todo tipo de ocurrencias.

 

Papá decidió buscarse «una familia normal» –piensas. No quería imaginar mi futuro artístico y, raudo, cortejó a Gertrudis, la de la tortillería. Dos meses después ya habían huido a rehacer su vida en Cuatro Ciénegas, Coahuila, lejos de las habladurías…

 

Un frenazo brusco te devuelve a la realidad. No has conseguido entrar al mundo del espectáculo, pero mantienes viva la ilusión. Sacas un espejo y retocas el maquillaje. Llega tu parada y con el garbo, que se refleja en la mirada de algunos pasajeros, bajas del autobús.

 

El vigilante, de la zapatería Rivas, te saluda en tono afable:

 

-¡Qué pasó mi Tencha! ¿A cuántos dejaste con la boca abierta hoy? –guiñas el ojo izquierdo y le vuelas un beso, al cruzar la puerta.

 

Ingresas al vestidor para ponerte la bata anaranjada que tiene tu nombre, bordado, del lado derecho: Hortensia.

 

Eres la misma persona que salió de Juchitán, hace dos décadas, empacando sus pertenencias en una caja de cartón, donde se leía “Huevo El Calvario”; tal vez, el burlón presagio que marcaba tu vida.

 

Si en la adolescencia, construiste sueños coreográficos que enloquecían a multitudes; tu presente se redujo a un pequeño espacio con vidrio blindado. Cobras, sonríes y abrazas la esperanza. Estás convencida: todavía hay tiempo de pisar un escenario. Llevas preparándote toda la vida: bailas muy bien, tienes voz, presencia y desenfado. ¡Otras, que ni cantan, llenan estadios!

 

Don Dionisio: así llamaban a tu papá. Fue el nombre de su padre, abuelo y bisabuelo. Era una tradición familiar. Quería tener su propio hijo para perpetuar el nombre y apellido zapoteco: Bsia, del que se sentía tan orgulloso. Águila: es el significado y creían, firmemente, haber heredado las cualidades de esta magnífica ave. Cuando nació el primogénito, no dudó en bautizarlo como Dionisio Hugo Bsia Flores. El segundo nombre no tiene nada de tradicional, pero quiso incluir a su futbolista favorito. El hijo, poseería las facultades del águila y de Hugo Sánchez.

 

Saliste a los diecisiete, de la tierra natal, queriendo dejar atrás tantos malos recuerdos…  El de tu padre, Don Dionisio, quien prefirió huir antes de enfrentarse a los pobladores que se reían en su cara. O el de esos niños que te perseguían por las calles, con palabras hirientes y sus piedras que, en tantas ocasiones, dieron en el blanco.

 

Te mudaste a CDMX, pensando que, entre millones de habitantes, alguno te descubriría para lanzarte al estrellato. No podían ser tan crueles e incomprensivos como en tu pueblito… Y ahora, entiendes que la gente es intolerante por naturaleza. Lanzan su odio contra todo aquello que sus limitadas mentes creen incorrecto.

 

Allá en Juchitán dejaste dos cosas: a tu bendita madre en el cementerio, quien de tanto dar y protegerte terminó por caer vencida… y, en el Registro Civil, la partida de nacimiento que avala tu verdadero nombre: Dionisio Hugo Bsia Flores. Acá, para los chilangos, eres simplemente Hortensia Flores.