Teresa Vázquez Mata. A riesgo de. . .

 

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, Tere, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

A riesgo de…

 

Soy una persona pacífica y ecuánime. Evito los líos y cuando creo estar a punto de una discusión, la concluyo diciendo:

-Tienes razón –y con una sonrisa, complaciente, le doy el aparente triunfo al otro. Pienso, por su puesto, que estaba equivocado; pero mi tiempo es demasiado valioso para hacerle notar su testarudez.

Aquel día todo fue diferente…

Me encontraba trabajando, como siempre, en el taller; aceptando los ruidos, propios de un lugar con maquinaria: martillazos, tornos, etc. Aun así, logré escuchar un grito desesperado de “auxilio”. Salí corriendo a la calle y presencié la terrible escena:

Una mujer, entrada en años, era golpeada salvajemente por un tipo. Los transeúntes, miraban impávidos: unos por curiosidad, otros con miedo.

-¡Ni te metas! –me alertó el maltratador–. ¡Es cosa de familia!

Recordé a mi padre propinándoles salvajes golpizas a las mujeres de la casa.  Yo me escondía bajo la cama, rezaba en voz alta o cubría oídos y cabeza con una almohada. Era un niño y no sabía cómo defender a mamá o a mis hermanas mayores. Hasta la abuela, su propia madre, fue víctima de ese temperamento colérico.

Pero ahora siendo un adulto corpulento, no estaba dispuesto a dejar que destrozaran aquel frágil cuerpo frente a mí. Armado por la rabia que sólo pude llorar en el pasado y con mi llave de cruz, descargué varios golpes sobre la cabeza del desconocido, hasta dejarlo inerte en el suelo.

Los que habían presenciado el espectáculo, sin mover un dedo más que para grabar con sus celulares, aplaudieron. La señora, huyó sin ni siquiera agradecer. Y yo, aunque me sabía probablemente condenado, descubrí que era capaz de matar con tal de no permitir, nunca más, otro feminicidio.