Salvador Viveros (Veracruz, México).

 

 

Desde drástico rostro amurallado

como conjuro tu sonrisa brota,

bello rumor de cristalina nota,

amoroso mensaje liberado.

 

Tu seria esperanza el amor denota,

sacudida fue tu alma y se ha ocultado,

infundada dureza te ha vedado,

aunque amas tu pesadumbre se nota.

 

¿A dónde ha ido el ritual de tu canto?

perdón; no es de tu devoción el santo,

fugaz tu encanto el amor me concede.

 

Sueño que en tu primer amor soy sede,

que mi vasto amor a tu fuego accede

borrando tu cansancio y desencanto.

 

Era la tarde rodeada de murmullos,

mercenarios que segaban nuestro aliento

en el tibio acontecer de las meriendas,

donde la tibieza de tus muslos

nacía en tu torrente incendiado;

y mi caricia en las laderas de tus senos

enardecía mi ansia hasta alcanzar el cielo.

 

Era la tarde crecida en tu acecido,

la palabra fresca y ardiente,

tierna, dulce y amorosa,

aquella que bajo el crepitar del fuego

y el olor a flores y melaza,

con prontitud envejecía,

y había que iniciar otra vez

el gorjeo de un nuevo estío.

 

 

Era la tarde veloz y discreta

vestida de negros aguaceros,

íntima frescura entre los dos,

en la tibieza de la luz serpenteante

que rugía en la tormenta

y enlazaban nuestras pieles,

entre aromas de gardenias y jazmines.

 

Era la tarde polvorienta, clara y oscura,

envoltura de un amor que cegaba el sentido,

gemido de un abrazo incendiado

bajo una separación dolorosa.

 

Era la tarde presurosa, sonriente y furtiva

con la prisa de dejarte en los andenes,

en el rezo de los transbordadores;

despedidas escritas con sangre

de la ardiente piel de nuestras almas.

 

Era la tarde en que dormía espléndido

la fugacidad eterna del placer,

desde nuestro espejismo amoroso.

 

Era la tarde baldía en que te perdiste

con un duelo extraño en tu mirada,

con un adiós abrupto entre tus labios.

 

Entonces me sumergí en el mundo,

entre derrumbes y tormentas,

entre escombros y abismos ahogadores,

por grutas llenas de cuchillos

para desangrarme el alma

y encontrar la paz entre la muerte,

pero sólo encontré un desierto,

la indiferencia de todo lo existente,

la aridez de mi propio duelo.