SABERSINFIN. Descomposición

Abel Pérez Rojas

 

I

 

El crepitar de las hojas secas bajo sus pies acompañaba el jadeo de Xóchitl mientras se deslizaba entre los arbustos que bordeaban el río. Huía, aunque no sabía bien de qué. Quizá de los recuerdos, quizá de las sombras que habían convertido a su barrio en una trampa mortal. Al fondo, los murmullos del río eran interrumpidos por los gritos de un grupo de hombres que discutían el precio de un paquete que Xóchitl no quería imaginar. Sus pasos se detuvieron al vislumbrar la figura de Rubén, quien la esperaba bajo el árbol torcido que había sido testigo de sus encuentros furtivos.

 

—Me llamaste y vienes con prisa —dijo Rubén, con voz entrecortada por el cansancio y la emoción. —¿Estás bien?

 

Xóchitl lo miró, intentando contener el torrente de palabras que quería soltar.

 

Rubén tomó sus manos, notando la frialdad que las envolvía.

 

—¿Qué está pasando?

 

Xóchitl bajó la mirada, evitando sus ojos.

 

Los dos quedaron en silencio, mientras el viento arrastraba los sonidos de una ciudad que se desangraba.

 

II

 

En el mercado donde Xóchitl vendía fruta, las noticias corrían rápido. Una mujer más había desaparecido; otra historia que terminaría en un titular que nadie leería. Rubén, que trabajaba como mecánico en un taller cercano, había escuchado los rumores y no pudo evitar sentir el peso de la impotencia. Cada rostro que pasaba frente a él le recordaba la fragilidad de Xóchitl, su valentía y, al mismo tiempo, su vulnerabilidad.

 

—¿Cómo seguimos adelante en un lugar como este?— le preguntó Xóchitl una noche, cuando ambos contemplaban el horizonte desde el tejado de su casa.

 

Rubén no tenía respuesta. Solo sabía que mientras ella estuviera con él, todo tendría sentido. Pero la realidad seguía acechándolos, recordándoles que su amor era una pequeña chispa en medio de una tormenta devastadora.

 

III

 

Xóchitl volvió a casa con las manos vacías. El mercado había estado más peligroso que de costumbre; los rostros de los clientes habituales habían sido reemplazados por ojos fríos que observaban demasiado. La lluvia empezó a caer con fuerza, pero Xóchitl no se detuvo. La humedad se mezcló con sus lágrimas.

 

A veces,

—muy seguido—

la lluvia no lo es

porque brota de las glándulas

que en su función llevan su nombre.

 

Tormenta y tempestad. APR. Agosto, 2023

 

Cuando llegó a casa, Rubén la esperaba. La miró sin decir nada, pero su presencia era suficiente para calmarla. Ambos se sentaron en el pequeño sillón de la sala, compartiendo un silencio cómplice mientras la tormenta arreciaba.

 

IV

 

La migración se había convertido en una salida desesperada para muchos. Xóchitl había escuchado a sus vecinos hablar de los «coyotes» que prometían cruzar la frontera, pero también conocía las historias de quienes nunca regresaban. Rubén había considerado la posibilidad de irse, pero sabía que Xóchitl no dejaría a su familia. Sin embargo, él no podía imaginar su vida sin ella.

 

—Podríamos empezar de nuevo—, le dijo una noche, mientras caminaban por las calles desiertas de su vecindario.

 

—¿Y qué pasó con «mi lugar está donde estás tú»?— respondió ella, esbozando una sonrisa cansada.

 

Rubén rio, aunque sabía que la decisión no era sencilla. Ambos estaban atrapados por las circunstancias, y por el amor que los unía, el cual, al mismo tiempo, los encadenaba a un futuro incierto.

 

V

 

El día que Rubén decidió marcharse, Xóchitl lo acompañó hasta el autobús que lo llevaría al norte. Ninguno de los dos quería hablar, por miedo a que las palabras rompieran lo que quedaba de su corazón. Cuando finalmente llegó el momento, Rubén le entregó una pequeña libreta.

 

—Para que me escribas todo lo que no puedes decirme ahora—.

 

Xóchitl asintió, incapaz de contener las lágrimas. Lo vio partir, sintiendo que una parte de ella se iba con él. El autobús desapareció en la distancia, dejando tras de sí un silencio ensordecedor.

 

VI

 

Semanas después, Xóchitl abrió la libreta por primera vez. La lluvia golpeaba la ventana, acompañando sus pensamientos. Tomó un bolígrafo y escribió:

 

Cuando ese torrente se hace visible,

la lluvia que es lluvia se confunde

con la que no es,

y la tormenta de los cielos

se funde con la tempestad

de ese universo tan ajeno a los demás,

pero tan atroz para uno.

 

Tormenta y tempestad. APR. Agosto, 2023

 

 

La tormenta dentro de ella seguía, pero también sabía que las tempestades eran parte de la vida. Cerró la libreta, sintiendo una calma inesperada. En su corazón, guardaba la esperanza de que, al final del camino, encontraría a Rubén esperándola bajo el mismo árbol torcido donde todo había comenzado.

 

VII

 

El tiempo pasó; el árbol torcido fue de los pocos testigos de un amor que no regresó, de una enamorada que no esperó y de un entorno que, con el paso de los años, sin remedio, se pudrió.

 

En la libreta unos versos resistieron el paso del tiempo:

 

Microcosmos real que nubla todo,

que ciega la razón,

que orilla al precipicio

de la muerte que sí es muerte,

de la existencia que ya no es vida.

 

Tormenta y tempestad. APR. Agosto, 2023

 

Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta