Roberto Guillermo Cuspinera Durán. Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Licenciatura en Publicidad y Relaciones Públicas. Postgrado en Orientación y Desarrollo Humano. Postgrado en Psicoterapia Gestalt. Graduado de la Escuela de Teatro de Manolo Fábregas. Participó como actor en telenovelas, series (Tú a alguien le importas, El derecho de nacer, El ángel caído, entre otras) y obras de teatro mexicanas (Hoy invita la Güera, 12 hombres en pugna). Trabajó como conductor del programa Hoy de mañana y en la teletienda El Kanguro, de Antena 3, en Madrid, España. También fue vocalista de la agrupación musical La Década Prodigiosa.
Actualmente se desempeña como psicoterapeuta en Veracruz y explora el mundo de la literatura, de la mano del maestro Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró.
Un café en el Waldorf
—¡Don’t do it! —gritaba alguien.
—¡Espera, por favor! —imploraba, otro, a todo pulmón.
No entendía por qué tanto alboroto. Aquella tarde, caminando por Central Park, rumbo al hotel Waldorf, para tomarme un café: el frío empezaba a hacer su trabajo y llegar a las esquinas, donde el viento daba vueltas, era toda una experiencia. Entonces, no me explicaba cómo había tanta gente frente a ese edificio de la 5ta. Avenida.
De pronto escuché el sonido de las sirenas. Ambulancias y carros de bombero, irrumpían en la escena. Me detuve por curiosidad y no necesité preguntar nada, solo dirigir la mirada a donde señalaban, aterrados, los demás.
En el décimo piso del edificio, vi a un hombre parado sobre el descanso del ventanal, sujetado al tubo del sistema de suministro de agua. ¡Estaba listo para saltar! Evidentemente, quería suicidarse.
La policía comenzó a hablarle por el altavoz y él gritaba algo, pero, a más de 40 metros, el viento no dejaba que escucháramos la posible razón de su decisión. Soy psicoterapeuta y entiendo cómo una persona puede llegar a desencantarse de la vida. ¿Ningún amigo o familiar notó que necesitaba ser auxiliado? ¿Se sentía solo o sencillamente se hartó del mundo?
No supe bajo cuales poderes, conseguí violar el cordón de seguridad, entré al edificio y subí al piso 10. En la oficina, 3 personas muertas de miedo no querían mover ni un dedo. “No se acerquen o me tiro”: amenazaba el suicida, constantemente. Con discreción, supe su nombre y acercándome a la ventana le dije:
—¡William, espérame! Lancémonos al vacío los dos juntos. ¡Veo que eres muy valiente! Y sí, mi vida tampoco vale nada; pero no me atrevería yo solo. No te conozco, ni tú a mí… y eso lo hace más fácil. Ambos llegaremos al cielo o al infierno y allá tendremos tiempo de explicarnos los porqués.
William, había volteado a verme y dudó. ¿Saltar, junto a otra persona? ¿Alguien, por fin, era empático? Si todos miráramos al corazón de las personas y entendiéramos por qué hacen lo que hacen: finalizarían los juicios.
—¡Date prisa! —dijo—. Si suben los bomberos ya no podremos terminar con esta vida de mierda.
—Finalmente vamos a cumplir nuestro sueño —aseguré, llegando a la ventana—. Se acabaron las preocupaciones. ¡Seremos libres! ¡Ayúdame a salir y volemos a otro mundo! —dije extendiendo un brazo.
William caminó y giró su cuerpo, con precaución. Creo que, realmente, le aterraba la idea de saltar. Cuando alcanzó mi mano, sentí que la apretaba con fuerza.
—¡No me sueltes, amigo! —. ¿La frase estaba en mi boca o en su mente? —. No quiero morir solo —. Él también necesitaba a alguien que lo salvara de la soledad.
En la calle, seguramente, la multitud estaría expectante. Hice la pantomima de subir un pie a la ventana y cuando ya tuve bien sujetado, de la mano, a William lo jalé hacia mí, regresándolo al interior de la oficina. Caímos, dentro, los dos.
—Me engañaste… —dijo enfadado o ¿aliviado?
—¡No, amigo! Cambié de opinión en el último instante. Mejor te invito un café en el Waldorf y después ya veremos.