Roberto Guillermo Cuspinera Durán. Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Licenciatura en Publicidad y Relaciones Públicas. Postgrado en Orientación y Desarrollo Humano. Postgrado en Psicoterapia Gestalt. Graduado de la Escuela de Teatro de Manolo Fábregas. Participó como actor en telenovelas, series (Tú a alguien le importas, El derecho de nacer, El ángel caído, entre otras) y obras de teatro mexicanas (Hoy invita la Güera, 12 hombres en pugna). Trabajó como conductor del programa Hoy de mañana y en la teletienda El Kanguro, de Antena 3, en Madrid, España. También fue vocalista de la agrupación musical La Década Prodigiosa.
Actualmente se desempeña como psicoterapeuta en Veracruz y explora el mundo de la literatura, de la mano del maestro Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró.
Tierna petición
Teodoro, el Chef de La Casita de la Condesa, llegaba a su cocina bien temprano. Atinándole a las llaves, debía abrir la cerradura de la entrada y luego los 12 candados que protegían cada una de las puertas donde guardaba utensilios, recetas, bebidas y alimentos.
“No confío, ni en mi sombra”: decía y recordaba cómo años atrás sus papás guardaban la comida dentro de la vieja caja fuerte que habían colocado en el comedor. Eran muy pobres y no tenían dinero para comprar nevera, así que metían hielos a la caja y de esa forma conservaban el arroz y las habichuelas. Con 8 hijos, si no racionalizaban bien, corrían el riesgo de que alguno se quedara sin comer.
Precisamente el hambre lo llevó a convertirse en el mejor chef de España. Teodoro era reconocido por sus manías, pero sobre todo por los exquisitos platillos que ofrecía en el restaurante más prestigioso de Segovia. Las normas y los cuidados lo obsesionaban. “Aquí hasta un minúsculo grano de garbanzo es importante”: aseguraba y, por eso, no daba el brazo a torcer si de precaución se trataba. “Hay mucha mano larga en una cocina”: pensaba. Solo, al ver a un niño hambriento, sufría y dejaba de ser cauteloso para consentir al pequeño.
Mateo no olvida el día en que lo vio llegar, mientras contaba los centavos que había reunido, la noche anterior, en la puerta del restaurante. Allí había dormido aprovechando el calorcito de agosto.
—¿Me vende un dulce, señor? —preguntó. Teodoro calculó que tendría como 6 años y aún conservaba la mirada tierna de los niños que llevan poco tiempo en la calle.
—¿Qué te parece si, mejor, te preparo una leche merengada? —dijo el chef y luego de probar tres llaves entraron al inmueble donde el muchachito descubriría para qué lo habían traído al mundo.
Hoy, Mateo es un prestigioso cocinero y, cuando les prepara el desayuno a sus hijos, siempre narra la famosa historia de la vaca lechera que le contara Teodoro:
“¿Ya les conté que un amigo tenía una vaca bien rara? —decía—. Se llamaba Lola y caminaba, la muy coqueta, moviendo la cabeza para que el cencerro sonara: tolón, tolón, mientras se paseaba por el prado. Pero lo fantástico de la Lola era que, la muy salada, daba leche merengada cada vez que la ordeñaban”.
—Algún día, seguramente, alguien se inventará la canción de la vaca lechera —reían los hijos de Mateo: el hijo adoptivo de Teodoro.