Roberto Guillermo Cuspinera Durán. Sueño ajeno

 

Roberto Guillermo Cuspinera Durán. Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Licenciatura en Publicidad y Relaciones Públicas. Postgrado en Orientación y Desarrollo Humano. Postgrado en Psicoterapia Gestalt. Graduado de la Escuela de Teatro de Manolo Fábregas. Participó como actor en telenovelas, series (Tú a alguien le importas, El derecho de nacer, El ángel caído, entre otras) y obras de teatro mexicanas (Hoy invita la Güera, 12 hombres en pugna). Trabajó como conductor del programa Hoy de mañana y en la teletienda El Kanguro, de Antena 3, en Madrid, España. También fue vocalista de la agrupación musical La Década Prodigiosa.

Actualmente se desempeña como psicoterapeuta en Veracruz y explora el mundo de la literatura, de la mano del maestro Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró.

 

SUEÑO AJENO

 

Ayer llegué cansada y sin ganas de hablarle a nadie. ¿Qué iba a hacer para pagar las deudas?

—A tu edad y con ese mal carácter, ni siquiera puedes ponerte a vender medias —decía una amiga—. Las medias horas de placer si no te ayudan a resolver los problemas, por lo menos, te animarían —añadía.

Llegué estresada, me dolía la cabeza… y mi vecina que es bruta, ciega, sorda —pero para nada muda—, gritaba a todo pulmón. “Otra vez se habrá quedado sin pilas en el aparato del oído”: pensé. A veces era divertido escucharla hablando con los vendedores, porque no entendía lo que le ofrecían. Y las mejores escenas las protagonizaba cuando un conductor se atrevía a estacionarse frente a su casa. ¿No sabían que pronto vendría el presidente municipal a visitarla y pedirle consejos? ¡Sí!: también era la loca del barrio que, supuestamente, predecía el futuro de México.

Ayer, sin embargo, vociferaba números como si se hubiera convertido en máquina registradora: cuatro, dos, dos, seis, dos ocho.

­—Vete al kiosco de la esquina, mal nacido, bueno para nada —gritaba Dulce a su hijo. Decía que había soñado con los números de la lotería, que le comprara el boleto.

—¡Ya cálmate, mamá! Es noche de carnaval y hay mucho malandro en la calle. ¡No iré!

—¡Es una orden, desgraciado! —insistía ella y repetía los números, una y otra vez.

Ni siquiera entré a la casa. Tomé el dinero del recibo del agua que tenía guardado en el brasier y fui al expendio a checar si tenían esa serie. ¿Una deuda más? Cuando uno vive al límite, la fe es lo único que no se pierde.

Sorprendentemente, la serie estaba a la venta. Solo quedaban 10 cachitos. Los compré, los guardé en mi cartera y regresé a casa. La loca seguía gritando por los boletos…

Hoy, al revisar la lista, vi que me había convertido en millonaria. Y hace un rato supe que estaban velando a Dulce. Le dio un infarto masivo cuando se enteró que el premio mayor había sido vendido en el expendio de la esquina.

Le robé su sueño y un leve malestar quiere mortificar mi conciencia. Por lo pronto iré al carnaval a celebrar que estaré libre de deudas. Quizás, mañana, mando a erigir una estatua de Dulce con el billete de lotería, sobre su tumba. No quiero deberle la suerte de ser rica.