Roberto Guillermo Cuspinera Durán. No cierres la puerta

 

Roberto Guillermo Cuspinera Durán. Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Licenciatura en Publicidad y Relaciones Públicas. Postgrado en Orientación y Desarrollo Humano. Postgrado en Psicoterapia Gestalt. Graduado de la Escuela de Teatro de Manolo Fábregas. Participó como actor en telenovelas, series (Tú a alguien le importas, El derecho de nacer, El ángel caído, entre otras) y obras de teatro mexicanas (Hoy invita la Güera, 12 hombres en pugna). Trabajó como conductor del programa Hoy de mañana y en la teletienda El Kanguro, de Antena 3, en Madrid, España. También fue vocalista de la agrupación musical La Década Prodigiosa.

Actualmente se desempeña como psicoterapeuta en Veracruz y explora el mundo de la literatura, de la mano del maestro Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró.

 

No cierres la puerta

 

Eugenia creía espantar a los malos espíritus, contándole a Lupita, cada noche, un cuento de hadas; como hacían con ella cuando era pequeña.  La niña ya conocía cada historia y, siempre atenta, la corregía cuando equivocaba el color del vestido de las princesas; pero, poco a poco, terminaba cayendo en los brazos de Morfeo.

—¿Cómo son los fantasmas? —preguntó Lupita a su madre, un día, interrumpiendo la lectura de La Cenicienta.

Eugenia dudó en contestar. Supo que no debía alarmar a su hija…

—Los fantasmas… —explicó—, son angelitos que se escapan del cielo porque allí no tienen internet, ni agua. Agarran una sábana, le abren dos huecos para poder ver cuando se la echan por encima y, así, esquivan a los policías de allá arriba y vienen a visitar a sus familiares aquí abajo. Escuchan las noticias, se beben el agua de los floreros y regresan.

Lupita movió la cabeza y miró a la pared, por sobre los hombros de la madre, como si no hubiera escuchado ni una sola palabra. El brillo en sus ojos parecía haberse apagado y Eugenia sintió el raro escalofrío del miedo.

—Ya tengo sueño, mamá —dijo la niña, de pronto—. No cierres la puerta… —indicó y se cubrió con el cobertor.

—¡Dulces sueños, mi amor!

Eugenia besó en la frente a Lupita y camino a la puerta de la habitación, casi resbala. “¿Qué es esto?”: susurró. En el suelo había arcilla roja pulverizada y volvió a sentir el sobresalto en el estómago. Barrió y un obscuro presentimiento no la dejó dormir tranquila.

Amaneciendo, con los nervios a flor de piel, después de dejar a la niña en el colegio, fue al panteón. ¡No lo podía creer! Frente a la tumba de su madre, cayó de rodillas. Era el único sepulcro bordeado con el mismo polvo de arcilla que encontrara en la habitación de Lupita.