Roberto Guillermo Cuspinera Durán. Cierren la reja

 

Roberto Guillermo Cuspinera Durán. Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Licenciatura en Publicidad y Relaciones Públicas. Postgrado en Orientación y Desarrollo Humano. Postgrado en Psicoterapia Gestalt. Graduado de la Escuela de Teatro de Manolo Fábregas. Participó como actor en telenovelas, series (Tú a alguien le importas, El derecho de nacer, El ángel caído, entre otras) y obras de teatro mexicanas (Hoy invita la Güera, 12 hombres en pugna). Trabajó como conductor del programa Hoy de mañana y en la teletienda El Kanguro, de Antena 3, en Madrid, España. También fue vocalista de la agrupación musical La Década Prodigiosa.

Actualmente se desempeña como psicoterapeuta en Veracruz y explora el mundo de la literatura, de la mano del maestro Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró.

 

Cierren la reja

Mario recordaba su infancia a menudo, pero ese día en el autobús, como si se tratara de un presagio, revivió la historia de la hermana que no tuvo la oportunidad de crecer.

En el asiento de adelante 8 niños le preguntaban a su madre, al mismo tiempo: qué era, cómo se llegaba y cuándo iba a llevarlos a la playa. ¿Cómo le hace esta mujer?: pensó y supuso que solo amarrándolos podía controlar a tantos chamacos en esa edad donde prima la desobediencia.

Con 11 años, precisamente, Mario era de esos niños malcriados. Creció disfrutando los privilegios de una familia acomodada y consentidora. “Quiero una alberca”: decía y su deseo se hacía realidad. En el enorme jardín de la casa la construyeron y la madre siempre insistía: ”cierren la reja de la alberca”, porque Almendrita (como le llamaban sus padres) tenía tan solo 4 años.

Aquella triste tarde, después de haber comido juntos, escucharon el grito desgarrador de la empleada doméstica: “¡Almendritaaa! ¡Nooo! ¡Por favor, ayuda!”

Desde el balcón de la habitación, donde dormían la siesta, los padres de Mario vieron a la niña flotando en el agua sin vida. Él, sin saber bien lo que pasaba, se escondió en un closet muerto de miedo e incertidumbre. Ahora es un hombre de 60 años y aquel recuerdo continúa atormentándolo.

Llega a la parada y se baja del autobús. A unos cuantos metros está la casa de la madre que acaba de morir. Entra, va a la habitación principal y abre el closet misterioso al que nunca tuvo acceso. ¡Estaba prohibido! Al fondo, dentro de una bolsa de plástico, encuentra una caja y la abre. Es la ropita que llevaba su hermana el día que cayó a la alberca.

Mario, cae de rodillas y grita ahogándose en su propio llanto:

—¡Perdóname, Almendrita! ¡Perdóname, por favor!

Él, aquel día, había dejado la reja abierta.