¿Quién hubiera pensado en una respuesta tan brutal del presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz? Los estudiantes, aquel año ya tan lejano de 1968 solo habían protestado por los macanazos que les propinaron los policías del batallón de granaderos, luego de un encontronazo a pedradas entre alumnos de dos preparatorias de la Ciudad de México.
Después de varias manifestaciones, los estudiantes se organizaron y exigieron el cumplimiento de un pliego petitorio que incluía solamente demandas simples: cese a la represión, libertad a los primeros detenidos, destitución del general Luis Cueto Ramírez y de Raúl Mendiolea Cerecedo, ambos dirigían la policía capitalina y el batallón de granaderos.
Pero la brutalidad no paró ahí, todavía emergió con mayor fuerza, con mucho odio… y así cayeron las primeras víctimas mortales. La exigencia de los jóvenes estudiantes se volvió a incrementar con la indemnización a los familiares. Y entraron en el escenario otras demandas que exigían freno a la represión y también libertades democráticas.
Si, de libertades como la de manifestación y organización, de expresión, de prensa, libertad sindical, de elecciones libres y con democracia, del derecho de petición, porque nada de eso teníamos, porque todo eso se nos había negado a lo largo de todos esos años del “priato”.
Fueron años difíciles en los que el gobierno controlaba, hasta la asfixia, toda la vida social, política y laboral de los mexicanos. Se controlaba a los trabajadores mediante lideres y sindicatos corruptos que hasta la fecha siguen existiendo y medrando. Eran, como sigue siendo ahora, la CTM y una pléyade enorme de falsos sindicatos, de falso sindicalismo, pero de brutal y verdadero control de los trabajadores y de todo el pueblo mexicano.
Durante décadas mantuvieron castigado el salario con incrementos ridículos, mientras los precios de los productos se elevaban cotidianamente en lo que se denominaba entonces “Carestía de la Vida” o “inflación”. Y los trabajadores que protestaban eran reprimidos también. Así maltrataron y encarcelaron a los electricistas, a los ferrocarrileros, a los maestros, a los médicos…
Pero de ahí a echarle encima el ejército a los estudiantes, era algo impensable, ni siquiera creíamos que pudieran ser capaces. Así llegamos al dos de octubre y la concentración en la Plaza de las Tres Culturas se esperaba muy grande, algo espectacular. Ingenuamente, los estudiantes creíamos que el gobierno tendría que dar una respuesta coherente a nuestras demandas, o por lo menos una respuesta.
Pero en lugar de eso, las atronadoras balas de los fusiles de la soldadesca, del Batallón Olimpia, del Estado Mayor Presidencial, cayeron cual lluvia inmisericorde sobre una masa amorfa, desconcertada, estupefacta, de muchachos hombres y mujeres, universitarios jóvenes que estaban rodeados por los militares, que estaban desarmados, acorralados, sentenciados a muerte por el presidente Gustavo Díaz Ordaz. Años después se comprobó que también tuvo plena intervención el entonces secretario de gobernación Luis Echeverría Álvarez.
Al día siguiente, entonces como ahora, los medios de comunicación enmudecieron, callaron vergonzosamente los hechos, como si nada hubiera ocurrido. Todo lo contrario, sus páginas aparecieron llenas de alabanzas para los asesinos genocidas, elevados ahora a la categoría de “héroes de la patria”. Compradas sus conciencias, sus mentirosas páginas derramaban miel para el gobierno, lo mismo en la prensa que en la radio o la televisión.
En su informe presidencial, Díaz Ordaz asumiría sin complejos, su autoría: “El responsable soy yo”, dijo cínicamente y se justificó diciendo que había enfrentado una conjura comunista internacional, que buscaba hacer quedar mal a nuestro país, próximos a celebrarse los Juegos Olímpicos en México como sede. También dijo que había sido tolerante “hasta extremos criticables”.
Las cárceles se llenaron de maestros universitarios, de estudiantes, de líderes políticos que el régimen identificaba como sus enemigos. Los muertos fueron entregados a sus deudos, no sin antes recibir la consabida amenaza de que si no se callaban, también serían asesinados. Muchos padres ya ni siquiera buscaron a sus hijos…
Durante toda la década de los setenta continuó la represión, desde arriba, desde el gobierno. Nadie debía sublevarse, nadie podría organizarse, nadie debería protestar, porque los asesinos enviados por el gobierno priista buscaban activamente cualquier muestra de rebeldía para aplastarla brutalmente mediante el homicidio. Y el pueblo sufrió calladamente lo que todos conocimos como los años de “la guerra sucia”.
Pero lo que nadie se pudo imaginar, fue que pasados 50 largos, larguísimos años de pesadilla, finalmente el PRI sería derrotado, junto con sus cómplices del PAN, por un movimiento que rescató lo mejor de las luchas sociales de nuestro México. Y que los mexicanos se volcarían en las urnas para votar por un dirigente como Andrés Manuel López Obrador, que nos ofreció un cambio verdadero… que como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México nos demostró que si se podía cambiar las cosas, acabar con la corrupción y encaminarnos al verdadero progreso con beneficios sociales para los más pobres.
Por eso no nos extraña que la jauría de empresarios voraces, de políticos corruptos, de partidos políticos alcahuetes, de periodistas miserables y tendenciosos, se hayan volcado los últimos cuatro años para criticar a quien no reparte sobornos para que hablen bien, para cuestionar a quien por fin está haciendo bien las cosas en el país, para difamar al que nos da la cara todos los días, respondiendo a los más severos cuestionamientos con serenidad e incluso, hasta con una sonrisa compresiva y benevolente, en su conferencia de prensa diaria.
Y todavía faltan dos años, que a los mexicanos de bien se nos harán como un suspiro, confiados en que alguien más recoja la estafeta y continúe la titánica obra que los malos mexicanos vilipendian, porque ya no se benefician sus mezquinos y corruptos intereses personalistas de enriquecimiento fácil a costa de las mayorías.
Emergido de un movimiento político pacífico, ha logrado tanto en tan solo cuatro años que quisiéramos más, mucho más. Tiene razón el presidente: “Por el bien de todos ¡Primero los Pobres!”.
Cartel conmemorativo de la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.
La Unión Popular Revolucionaria “Emiliano Zapata” UPREZ, durante su participación en la marcha conmemorativa del 2 de octubre de 1968.
Cartel de invitación a la marcha del 2 de octubre. Ni perdón ni olvido, castigo a los asesinos…