¿Qué hacemos con las encuestas?

 

 

En medio de la contienda por la Presidencia se encuentran las encuestas. Herramientas para la investigación de los electorados, para el diseño de las estrategias, de los mensajes, y para medir los resultados de su trabajo, también son utilizadas para impulsar sus narrativas en la arena pública para así estimular, inducir o inhibir a los votantes, además de conseguir recursos por debajo de la mesa. Las encuestas en campañas las contratan los equipos de quienes aspiran a un cargo, políticos a manera individual, empresarios para ver dónde colocar su dinero y medios de comunicación porque les gana impacto y audiencias, trascendencia, influencia y, finalmente, poder.

Es importante señalar que las encuestas tienen dos niveles. Uno es el que se realiza con fines estratégicos y se mantienen reservadas, fundamental para la toma de decisiones. El otro es cuando se contrata con fines de difusión pública. En el primer caso, las encuestas son puras, en el sentido de la aplicación de las metodologías. En el segundo, la pureza puede tener dudas.

Esta perversión es parte del fenómeno de destrucción del instrumento que hemos visto en los últimos años, ante la insana decisión de los partidos de jugar con las mediciones en la opinión pública. En una de las últimas elecciones por una gubernatura, el partido que ganó contrató todas las encuestas que pudo para construir la idea de que la victoria de su candidatura era irreversible y, de esa manera, inhibir el voto. Lo que hicieron fue realizar convenios de publicidad con medios y, en lugar de propaganda abierta o disfrazada, les pedían que publicaran las encuestas donde su candidatura arrasaba. Desalentar el voto mientras ese partido aceitaba a sus clientelas para llevarlas a votar es una forma simple y eficaz de ganar una elección.

Y es que, el manoseo de las encuestas por parte de los partidos, ha trastocado a la industria y le ha quitado a todos credibilidad, aunque algunas de ellas realmente no la tengan o son desconocidas en el mercado. En la actual contienda presidencial, las casas encuestadoras están siendo medidas en su calidad e integridad a partir de los resultados que están produciendo sus mediciones cada mes. Los datos son de locura.

Hay empresas que encuestan solamente a través de plataformas digitales con robots, que marcan empate (Massive Caller) o tienen diferencias de hasta 37 puntos (MetricsMX) a favor de la candidata con la que tienen cercanía. Hay encuestas que dan una ventaja de 57 puntos (Gii360) a la candidata oficialista, Claudia Sheinbaum, frente a la de oposición, Xóchitl Gálvez, que no distinguen del resto pese a que la empresa hace lo que se conoce como push-polls, pseudoencuestas que, a través de información falsa, inducen las preguntas para obtener las respuestas que quieren.

En medio de ellas se encuentran las casas encuestadoras con años de experiencia, aunque aun dentro de éstas también hay diferencias notables. Por ejemplo, tomando su última medición, publicada en abril, la diferencia a favor de Sheinbaum fue de 20 puntos entre las reconocidas De las Heras Demotecnia (37 por ciento) y GEA-ISA (17 por ciento).

Las encuestas que publican los periódicos, también tienen diferencias relevantes, como las de EL FINANCIERO, que le dio una ventaja a Sheinbaum de 17 puntos, contra la de Reforma, que se la dio por 24, fuera del margen de error, pero en coincidencia con Buendía&Márquez y El Universal (23 por ciento). Mitofsky, en El Economista, con 28.2 por ciento, y Covarrubias, en El Heraldo, con 29.1 por ciento, se alejaron más de 10 puntos de EL FINANCIERO.

En este frenesí de encuestas con resultados tan variados, contrastantes y antagónicos incluso, cada partido ha utilizado la que mejor le conviene para apuntalar su candidatura, donde los que seguro van a perder son los encuestadores. Unos porque los resultados distaron mucho de lo que estaban registrando; otros porque se equivocaron de ganador; unos más porque las candidaturas les reclamarán que les dieron información errónea, y muchos porque las fotografías que fueron tomando durante la campaña quedaron lejos de las expectativas del imaginario colectivo.

Pero hay un punto bueno dentro de todo lo malo, muy cínico pero real. Pase lo que pase, nadie pagará por sus errores, abusos y equivocaciones, como hasta hoy ha sucedido.