Gabriel Sánchez Andraca
Lo que dijo el dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno Cárdenas, Alito, es absolutamente cierto: Sin el PRI, la alianza opositora que conformaron con el nombre de Va por México los que fueron los tres partidos más importantes del país: PRI, PAN y PRD, estará perdida.
El PAN se asume como la segunda fuerza política del país, pero la realidad lo desmiente. Ni siquiera es un partido con presencia nacional; hay entidades del país, donde es una minoría raquítica que llegó a tener fuerza regional, cuando los ciudadanos se cansaban de los abusos de los ayuntamientos o de los gobiernos estatales priistas, como en Puebla ocurrió en Texmelucan, en Tehuacán, en Atlixco, Teziutlán y otros municipios, que a la primera oportunidad, regresaban al PRI.
Lo que ocurrió en el 2018, fue una catástrofe para todos los partidos políticos, pues el triunfo de Morena, fue arrollador. El PRI y el PAN, sufrieron una sacudida que los sacó de balance y al PRD lo puso al borde del abismo.
LO QUE ESTÁ HACIENDO AHORA EL PRIISMO ES lo que debió haber hecho desde el principio: convocar a una asamblea nacional, revisar sus documentos básicos, principalmente su declaración de principios y su programa de acción. Se iba a encontrar con que al partido surgido de la primera revolución social del mundo, lo habían traicionado los mismos priistas que llegaron con doctorados de famosas universidades gringas, para cambiar sus principios y metas, sus compromisos con los sectores campesino, obrero y popular, para meternos de lleno en el capitalismo salvaje, cuyo objetivo es fortalecer a los sectores privilegiados, a costa de los trabajadores de las ciudades y del campo y de las clases medias populares.
En poco más de tres décadas, acabaron con el trabajo de los gobiernos surgidos de la Revolución de 1910; sin hacer cambios en el Partido Revolucionario Institucional, que seguía teniendo en el papel, los mismos principios y las mismas metas, pero que en la realidad ya no contaban para nada.
Se decía, en plena época neoliberal, que los ricos, dueños de este país, cabían cómodamente en el estadio Azteca y el resto de los mexicanos quedábamos fuera.
El PRI perdió su ideología, sus principios y sus objetivos básicos y reinó la corrupción, la desigualdad, la pobreza de la gran mayoría y la impunidad.
CUANDO EL PAN LLEGO AL PODER CON VICENTE FOX, y luego con Calderón, el neoliberalismo estaba de moda en una parte importante del llamado mundo occidental, impuesto por Estados Unidos e Inglaterra y los panistas estaban felices: “Nos robaron nuestro proyecto económico”, decía el panista Diego Fernández de Ceballos, que se convirtió durante el gobierno de Carlos Salinas, en “el jefe Diego” para todos los priistas y en “La Ardilla”, porque nunca salía de Los Pinos. Y así nos fue.
El PAN no llegó al poder por la simpatía de los electores, sino porque fue un compromiso que hizo Carlos Salinas con el presidente gringo, para que se firmara el Tratado de Libre Comercio. Era necesario convertir a México en un país “democrático” con dos fuerzas en pugna: la liberal y la conservadora, así como ellos con republicanos y demócratas, cuya diferencia real, es la que existe entre la Cocacola y la Pepsicola, decía don Mario Vargas Saldaña, que fue varias veces delegado del comité nacional priista en Puebla. Ese modelo fracasó al surgir con fuerza entre los sindicatos magisteriales y maestros y estudiantes de las universidades públicas, una corriente que existía en la clandestinidad en México desde principios del siglo XX, la odiada, pero muy temida izquierda que avanzaba pese a los gritos de Cristianismo sí; Comunismo no.
Fue electo por el voto popular, el primer gobierno panista, el de Vicente Fox, que fue un fracaso; el de Calderón, que fue un doble o triple fracaso, tuvo que realizarse un fraude electoral en el que tuvo mucho que ver la entonces vitalicia líder nacional del magisterio, Elba Esther Gordillo, que con todas sus mañas apenas logró que el que desató la guerra contra la delincuencia, que todavía padecemos, ganara por menos de un punto porcentual.