Nydia Vázquez Martínez. Licenciada en Mercadotecnia, empresaria, esposa y madre. Es CEO & founder de Stela Luxury Home. También se desempeña como directora de la Fundación Tito Popo (fundación que da refugio y apoyo emocional a adultos mayores).
Actualmente descubre nuevas habilidades, explorando el universo de la literatura, en el Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por el maestro Miguel Barroso Hernández. Recrear la ficción, apoyándonos en nuestras propias vivencias, es la esencia de la narrativa contemporánea y Nydia lo sabe.
La confesión
Es sábado, llueve y detesto esta fría habitación de hospital. En el sillón gris, junto a la cama, está José Luis y, a la derecha, una pequeña ventana deja ver las gruesas gotas de lluvia que agudizan mi tristeza.
Duermo a ratos, conectada al suero que me mantiene ligeramente hidratada. Llevo años batallando frente a la maldita enfermedad y algunos otros lidiando con mi propia conciencia. ¡Me sentía culpable!
Teníamos dos hijos y agobiada por la rutina de ser madre a tiempo completo, advertí que José Luis iba alejándose de mí. Cada vez llegaba más tarde de la oficina y sus viajes de trabajo, cada vez, eran más largos. Aburrida, decidí ir a clases de pintura, mientras los niños estaban en la escuela y allí conocí a Armando. Era un hombre apuesto, sonriente y, siendo más joven que yo, notaba su admiración. Con el paso del tiempo empezamos a tener encuentros casuales. Sin pensarlo me rendí al amor, pero Armando terminó yéndose. Frustrada, decidí rescatar mi matrimonio. Cuando nació Alejandro volvimos a ser una familia feliz. La dicha estuvo con nosotros hasta que llegó el cáncer. Quizás, no fui justa.
Ahora estoy aquí, en mi lecho de muerte y no quiero titubear:
—Amor, no sé si podrás perdonarme. Lo que voy a confesarte…
—¡No, por favor! —interrumpe José Luis—. No digas nada. Ahorita solo tienes que descansar.
—Necesito que lo sepas —insisto—. Alejandro no es hijo tuyo —digo y el llanto me ahoga.
Los ojos de mi esposo se llenan de tristeza y confusión, por un instante.
—Lo único que sé es que lo vi nacer, lo tuve entre mis brazos cuando era bebé; por 15 años me ha dicho papá y le he entregado todo mi amor a él y a sus hermanos. Alejandro es hijo mío —asegura José Luis sonriendo y toma mi mano—. Alejandro es nuestro hijo.
Suspiro en paz. Tras la ventana ya no llueve y un pequeño rayo de sol anuncia el momento de partir. Débil, pero con la conciencia tranquila, mi espíritu se desprende poco a poco de este espacio terrenal.