En estas fechas, la forma en que veneramos para recordar a nuestros difuntos en México nos ofrecen una mirada colectiva que convierte a la muerte en algo cercano, periódicamente remembrado con humor, con nostalgia y con misticismo.
Pensando en nuestro tradicional altar en donde honramos lo que fortalece nuestros lazos colectivos, hay una larga lista de imágenes que podríamos colocar en memoria de vidas, instituciones, garantías, derechos y libertades aniquilados en los últimos años.
La primera de ellas sería para quienes murieron en nuestro país asesinados. Y es que tan solo de 2019 a 2022 se acumularon más de 140 mil víctimas de homicidio, con más de 30 mil muertes por año. Si bien estos números exorbitantes se deben en parte a la política de muerte que empezaron los dos sexenios anteriores, lo cierto es que este gobierno no ha sido capaz de apartarse de ella, sino que ha continuado con una estrategia de seguridad fallida que sigue cobrando miles de vidas. Esto sin considerar el número de desapariciones que se incrementa y la lista que intentan rasurar para ponerle lápida a los registros de miles de personas cuyo destino seguimos sin descifrar.
La siguiente de ellas, sería en memoria de los que murieron por Covid, que hasta hoy suma 334,336. Es una realidad que el gobierno actual no es responsable de la pandemia mundial, pero sí de actuar con un nivel de negligencia tal que colocó a México como el 5to país con muertes por Covid. Además, el Presidente tomó la batuta para decir quién sí y quién no moría: no murió su hijo, quien recibió medicamentos privilegiados fuera del alcance de la población, pero el resto de las vidas perdidas no valieron lo suficiente como para obtener dichos medicamentos, como el remdesivir.
Otra ofrenda también la podríamos ofrecer para los y las civiles que murieron a mano de las fuerzas armadas. Esto ha ocurrido en las ya múltiples masacres en Nuevo Laredo a cargo del ejército, además del asesinato a un civil en Tabasco por la marina. La Guardia Nacional dispara a balazos cuando pretende detener un vehículo y este se sigue: esto ha ocurrido en Ciudad de México, Guanajuato y Guadalajara, en donde han llegado a morir estudiantes universitarios e incluso una niña embarazada.
Mención especial merecen aquellos migrantes que perdieron la vida por algunos “descuidos” absurdos de la autoridad. 40 de ellos incendiados en una estación migratoria en Ciudad Juárez, otros tantos asesinados a balazos por la Guardia Nacional en Chiapas y Chihuahua.
Se suma a los grupos atacados el de los periodistas y personas defensoras de derechos humanos, sobre todo de defensores de la tierra y del territorio: 7 y 13 periodistas asesinados en 2021 y 22 respectivamente, y 42 y 45 defensores de derechos humanos en los mismos años.
No se puede dejar de mencionar la política de muerte hacia las instituciones, cuya ausencia impacta negativamente en la vida de millones de personas en México. Tenemos la muerte de estancias infantiles y de las escuelas de tiempo completo, en perjuicio de las infancias de nuestro país. Le siguen las muertes del Seguro Popular y luego del INSABI, que han obstaculizado el acceso a la salud de las personas sin seguridad social.
Entre instituciones cuya autonomía y gobernabilidad están agonizando gracias al desprecio por la rendición de cuentas y la transparencia del uso de los recursos que son de las y los mexicanos, está el Instituto Nacional de Acceso a la Información que, con la muerte del debate parlamentario y las ideas democráticas, se apuesta por su desaparición de facto. Igual suerte han corrido la Comisión Nacional de Atención a Víctimas y las comisiones de búsqueda de personas a nivel nacional y de la Ciudad de México.
Y qué decir de Guerrero que, luego de haber sufrido el paso del huracán Otis, ha perdido decenas de vidas y ha aniquilado la vivienda y los espacios laborales de miles de ciudadanos. En buena medida por el tiro de muerte que este gobierno le dio al Fondo Nacional de Desastres Naturales.
Parece que por ahora nos queda cuando menos no dejar que se olviden todos estos referentes, pero debemos aspirar a revertir lo antes posible esta política de muerte que normaliza el luto y distribuye eficientemente la impotencia social.