Por: Atilio Alberto Peralta Merino
Mariano Fernández de Echeverría y Veytia describe magistralmente la historia de la edificación y la silueta misma del Convento de San Francisco sobre las márgenes del río que abastecía de agua, tanto a la cofradía de los monjes como a la ciudad misma que comenzaba a extender su mancha de edificación en el solar donado por Diego de Ordaz a intervención del oidor Juan de Salmerón.
Fray Martín de Valencia estatuiría estrictas indicaciones para la edificación de los conventos de la “Orden Seráfica del Padre de Asís”, en los que la cercanía a depósitos de agua que observaran condiciones específicas sería de observancia estricta y escrupulosa.
El convento de Puebla, en consecuencia, erigido frente a la Iglesia de la “Dolorosa” y contiguo a la parroquia de Nuestra Señora de la Macarena, se edificó adjunto la vertiente del depósito hidrológico denominado Huitzilipan o “sitial de colibríes”, alejado, en consecuencia, del paraje llamado “Cuetlaxcoapan” o “lugar donde las víboras cambian de piel”.
Los estudiosos de la historia de la arquitectura han destacado la indicación en cuestión en los diversos monasterios edificados por los franciscanos en la península de Yucatán, consideración que bien valdría la pena tener en cuenta en el caso que nos ocupa, dado que, tal y como al efecto lo reseña Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, el obispado “Carolense” del que fuera investido Fray Julián Garcés correspondía originalmente a dicha latitud.
La posterior fijación de la sede obispal, primero en Tlaxcala y posteriormente en la Ciudad de los Ángeles, determinó que el carácter de “obispado Carolense” quedase en dicha localidad, en tanto que, con posterioridad , se nombraría un obispo para una nueva diócesis con jurisdicción en la península.
“La entrada hacía el poniente” al decir de Jacobo de Villaurrutia en su “Grandeza Mexicana”, cruzada en ocasiones por una nave vertical, se constituye en otra de las características arquitectónicas que observan las edificaciones franciscanas, y, por lo que hace al convento de la Ciudad de Puebla, es de destacarse que en la nave vertical que colinda con la referida parroquia de La Macarena se encuentra el cuerpo incorrupto del Beato Sebastián de Aparicio.
Santo protector de los camineros, que se dio a la tarea de abastecer de vituallas a los conventos de la Orden de San Francisco extendidos hacía el norte de México hasta el poblado de Guadalupe en Zacatecas, desafiando en su peregrinar los peligros derivados de la guerra del “Mixtón”, librada durante todo el resto del siglo XVI contra los “chichimecas” a partir de la fundación de la Villa de Santiago de Querétaro en 1545 , precisamente con la edificación del “convento franciscano de la cruz”.
Custodiando en el altar al cuerpo del “beato”, el gran misterio, acaso desconocido incluso tanto por los actuales integrantes del gobierno diocesano como por los responsables del área de cultura del gobierno local, y que devela y revela magistralmente Mariano Fernández de Echeverría y Veytia en su descripción contenida en la “Historia de la Fundación de la Ciudad de los Ángeles”, se encuentra la estatua en un nicho de cristal de “Nuestra Señora la Conquistadora”.
Imagen que acompañara a Hernán Cortés al menos desde su estadía en Cuba, sino en que desde su arribo de España a Santo Domingo y que obsequió a don Gonzalo Acxotécatl Cocomitzin, uno de los guerreros tlaxcaltecas que se sumó a su campaña contra Tenochtitlán, y quién finalmente la entregaría para su custodia a las frailes asentados en la Ciudad de los Ángeles.
Historia que se pierde en el olvido, aun cuando su historia en mucho nos obliga a penar en el estrés hídrico que nos amenaza, devoción olvidada en los días que corren, acaso, en la misma proporción en que ha sido olvidado el relato hagiográfico y devocional que de Fray Cristóbal de la Cruz hace el cronista Agustín Dávila Padilla en su “Teatro de la Orden de Predicados de Santo Domingo de guzmán en Nueva España” y que inspira la obra teatral de Miguel de Cervantes cuya trama se lleva a cabo en la Ciudad de México: “El Rufián Dichoso”; la historia de “Nuestra Señora la Conquistadora” se pierde en la Ciudad de Puebla el olvido, aun cuando su historia, en mucho nos ayudaría a penar en el estrés hídrico que en la actualidad nos amenaza.
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