Martín André Rosas Ortiz. Último aliento

 

Martín André Rosas Ortiz. Adquiriendo habilidades como tarotista y fantaseando más allá de su experiencia con los videojuegos, comenzó a escribir una novela sobre el mundo de los arcanos. En el proceso, se inscribió al taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por el maestro Miguel Barroso Hernández y, hoy, cree posible el sueño de convertirse en escritor.

Con 17 años, cursando el quinto semestre de preparatoria en el Liceo Veracruzano, Martín aprehende las técnicas y habilidades narrativas para, próximamente, estudiar literatura y convertirse en protagonista de su propia historia.

 

ÚLTIMO ALIENTO

 

Ansiosa, contemplé las posibles opciones. Si, en realidad, quería hacer algo por Teo no había otra forma. Debía repetírmelo, constantemente, para no olvidar las prioridades en medio de esta estúpida guerra.

—¡Hey! —escuché a mis espaldas— ¿Lista para esta noche?

—No lo sé —respondí.

Era Esteban, que solía ser mi vecino antes de la masacre; y digo solía porque nuestra colonia, ahora, no era más que un cementerio de edificios destruidos y él…

—Sé que hago esto por Teo, pero robar es…

—Ya les rogamos suficiente a los soldados—. Interrumpió, sujetándome los hombros, mientras miraba fijamente a mis ojos—. Está claro que no están dispuestos a compartir ni una pastilla y Teo…

Hizo una pausa y rompió el contacto visual, dirigiendo su vista al suelo:

—¡Él merece vivir!

Teo es su hermano y como decían en el barrio “un loco”. Pero aquella locura no sólo se atribuía al narcisismo o la forma temeraria de resolver sus asuntos; era locura, clínicamente diagnosticada. Solía ser un estudiante muy brillante, pero todo cambió cuando comenzó la guerra. Algo dentro de él se rompió. Yo fui su maestra y Esteban era mi… ¡No importa lo que pudimos ser! Ni siquiera estábamos seguros cuánto o cómo le funcionaría a Teo el medicamento.

—Tienes razón —admití—. ¡Lo haremos!

—Esa es la actitud, Vale. ¡Admiro tu determinación! —sonriendo, me abrazó y suspiré entre sus brazos.

—Sólo soy tan determinada por ustedes dos.

—Precisamente, por eso deposité mi fe en ti.

Soltándome, desplegó el mapa sobre la mesa:

—¿Qué te parece, si lo repasamos una vez más?

Afinamos los detalles del plan y, luego, fuimos a la base militar, al noroeste de la ciudad.

Esteban debía distraer a los guardias para que pudiera entrar y salir, pasando desapercibida. En el ala izquierda del edificio había un conducto de ventilación por donde sólo yo podía colarme. Arrastrada por el sucio y reducido espacio entré a las instalaciones y fui directo al almacén donde acaparé víveres y las medicinas que ayudarían a Teo. Volví sobre mis pasos y rebasando la salida escuché la alarma. “¡Me atraparon!”, pensé, pero pude escapar y corrí hasta el punto de encuentro que acordara con Esteban.

¡No llegaba! Y en aquella cafetería en ruinas, ni siquiera los mosquitos zumbaban. Recé por su seguridad y ninguna deidad escuchó mis plegarias. De pronto aparecieron unos soldados y a escondidas escuché:

—¡Maldita sea! ¿No pudieron encontrar a su compañero?

—¡Negativo! Y es una pena que el capitán no cumpliera su amenaza. Si le cortábamos otro dedo, hubiera empezado a hablar.

Tragué saliva, no podía ser cierto. Tenían que estar mintiendo.

—Bueno, dejemos el cadáver aquí mismo. Espero que a nadie se le ocurra pasar por este lugar y ver el estado en que dejamos a este hombre.

—Volvamos a la base —dijo el otro—. A ver qué podemos hacer respecto a lo que nos robaron.

Esperé par de minutos y asomé la cabeza. Ahí estaba el cuerpo masacrado de Esteban y las lágrimas llenaron mis ojos. Quería gritar, salir y golpear a los soldados, hasta matarlos.

“¡Lo haré o pronto estaré contigo!” —decidí y, al darle una última mirada, me fijé en la expresión de su rostro que amaba. Tenía el cuerpo lleno de hoyos y, sin embargo, su cara no mostraba dolor. Bajo los ojos cerrados, asomaba una cálida y dulce sonrisa. Aun con todo lo que pudo haber sufrido, sabía que yo había completado la misión. «Precisamente, por eso deposité mi fe en ti «, recordé sus palabras y rendirme ya no era una opción. “¿Verdad?”

Sequé mis ojos y levanté los objetos robados del suelo:

—Cuidaré de Teo. No dejaré que tu último aliento haya sido en vano.